Translate

lunes, 20 de junio de 2016

EL ASISTENCIALISMO 6/5/16

El Ágora
EL ASISTENCIALISMO

              En la actualidad más de 3.600.000 chicos menores de 18 años perciben en la Argentina la denominada Asignación Universal por Hijo, y se dice que por razones burocráticas, ignorancia, falta de documentación u otras cuestiones hay 1.500.000 niños más en condiciones de recibirla que no lo hacen. La cifra es sencillamente descomunal.
            Se calcula que el total de chicos comprendidos en esas edades debe rondar unos 13.000.000, es decir que prácticamente el 40% de ellos pertenece a hogares que no están en condiciones de supervivencia mínima razonable como para no necesitar esta ayuda.
            Si estimamos la población del país en 44 millones de personas, y estimamos que cada familia está constituída en promedio por 4 personas, tenemos unos 11 millones de hogares. Se calcula que en promedio, por hogar, un niño y medio debe percibir la AUH, es decir unos 3.400.000 hogares deberían percibir la AUH por tener niños en edad de merecerla  y condiciones de trabajo insuficientes. El 28% de los hogares.
            Si pensamos que no todos los hogares tienen hijos en las edades citadas, es fácil colegir que la cifra del 30 o 32% de pobreza en el país es más que razonable.
           ¿Cómo llegamos a esto? Obviamente por las políticas de Estado que una y otra vez impidieron, negaron, trabaron o entorpecieron las inversiones externas e internas de mil maneras. Con trabas, controles, “permisos”, cepos cambiarios, prohibición de girar dividendos, cierres de importaciones y exportaciones y un sinfín de “inventos” más, entre los cuales se encuentra, como señalamos tantas veces, los cambios permanentes de reglas de juego de todo tipo y color, incluyendo confiscaciones de empresas y ahorros, cambios impositivos, intentos de prohibir despidos, dobles indemnizaciones, la inconcebible estafa inflacionaria y mil etcéteras. Y todo esto luego de haber tenido durante 12 años los mejores precios de las commodities (trigo, soja, petróleo, maíz, etc) más altos de la historia que favorecieron enormemente al país. No entramos aquí en la cuestión de la corrupción o las licitaciones amañadas de obra pública porque nos parece fundamental no salirnos del eje de razonamiento que pretendemos mantener.
            Damos con números los datos referidos a la AUH a modo de ejemplo, pero, como todos sabemos, en la Argentina existe un sinnúmero de ayudas y subsidios de toda índole, desde planes para Jefas y Jefes, ayuda escolar, por estudios, por uso doméstico de energía, por transporte y “emprendimientos” y muchísimo más. Existen planes superpuestos en Nación, Provincias y hasta Municipios, y también las denominadas “tarifas sociales” para hogares de menores recursos, boleto económico para el transporte escolar, o directamente gratuito, descuentos o gratuidad para jubilados en diversas situaciones, y más y más etcéteras.
            Se otorgan créditos subsidiados para viviendas, se llevan adelante iniciativas para reducción de IVA u otros impuestos y contribuciones sociales a determinados sectores, se avanza en regímenes promocionales por zonas o regiones, y siguen los etcéteras.
           Desde nuestra más tierna infancia, recordamos una y otra vez planes de todo tipo para fnanciar viviendas, asignar pensiones, otorgar jubilaciones incluso sin aportes y demás.
           De una forma o de otra, todos podemos decir que recibimos alguna forma de subsidio de manera directa o indirecta. Esto es, como es obvio, apenas un repaso a vuelapluma.
           Además de esto, y por lo menos legalmente, todos tenemos acceso a la salud pública de manera gratuita, además de tener la obligación de aportar a las llamadas “obras sociales” si somos trabajadores en relación de dependencia o monotributistas, y al PAMI si somos jubilados. Con lo cual contamos por así decirlo con doble cobertura médica. Lo que dicho sea de paso viene a decirnos que no es cierto que los trabajadores informales no tengan acceso a la salud, porque sí lo tienen  en los hospitales públicos. Como todos nosotros.
          ¿Cuál es el costo para el país de todo este sistema asistencialista? La realidad es que no existen datos concretos. A veces se tiran cifras a nivel nacional que, según hemos podido revisar, suelen ser incompletas porque no cubren todos los aspectos. Pero si a eso le agregamos las cifras de asistencialismo provincial y municipal o departamental, los valores son increíbles.
           Esto nos lleva a una conclusión bastante simple y obvia: El Estado (nacional, provincial, municipal, departamental) quita vía impuestos o mediante emisión de moneda, una enorme cantidad de dinero de la producción para pagar el asistencialismo. Quitar ese dinero a la producción significa ser menos eficientes productivamente, porque quienes producen lo que sea deben contribuir al sostenimiento del sistema, que de tal modo encarece sus productos y los vuelve poco competitivos. La baja competitividad en la Argentina (y en muchas partes) pretende resolverse mediante artilugios monetarios tales como elevar el tipo de cambio de manera artificial, emitiendo moneda y comprando los dólares más caros de lo que valen para de tal modo lograr que quienes desean exportar puedan hacerlo, dado que el tipo de cambio alto permite vender al exterior a precios más bajos en dólares.
         Claro que la contracara de esto, es que la emisión de moneda por encima de los valores de mercado del tipo de cambio, se transforma en inflación, que es lo que ha ocurrido en la Argentina ya en tiempos de Néstor Kirchner. Finalmente, es imposible sostener el sistema, el dólar debe “atrasarse” para evitar que aumente desmedidamente la inflación, el país deja de ser competitivo (porque en muchos aspectos nunca lo fue, entre otras cosas por “bancar” el asistencialismo) y finalmente se produce el estallido.
        Sabemos que decir esto no es políticamente correcto y estamos acostumbrados a recibir críticas de todo tipo. Pero es la realidad.
       Que alguien proponga en la Argentina reducir el asistencialismo es mal visto. Esa es la verdad. Todo el mundo considera “correcto” ayudar al desvalido, y nosotros también. El punto es cómo logramos que el desvalido deje de serlo y pase a producir su propio sustento, es decir a tener un salario adecuado para poder pagar la luz, el gas, la escuela de los chicos o lo que sea sin tener que recurrir a ayudas y dádivas varias.
       No existen los milagros, salvo para los místicos. Acá de lo que se trata es de establecer reglas de juego estables, con un Banco Central autónomo que sostenga en serio el valor de la moneda para posibilitar las transacciones y los créditos a largo plazo y  bajas tasas, la seguridad privada, el respeto irrestricto de la propiedad privada, y un sistema tributario que sea ecuánime, equitativo y que no castigue el éxito. Todo ello dentro de un Estado de Derecho que funcione, con instituciones que funcionen, con leyes que se apliquen sí o sí, y no que se conviertan en declamaciones para la tribuna.
       No hay mucho más.
       El asistencialismo se anquilosa, se lo confunde con la forma de eliminar la pobreza, y no de eternizarla, y se lo defiende porque considerarlo negativo es políticamente incorrecto.
       Pues no. El asistencialismo, cuando se vuelve masivo, es totalmente negativo. Debe concebirse como transitorio, hasta tanto se resuelvan los problemas de fondo de la manera brevemente expuesta en el párrafo anterior. Y si  se asume que la salud pública, lo mismo que la educación hasta cierto nivel, deben ser gratuitas, hay que terminar con el doble o triple parámetro que consiste en pagar impuestos para sostener lo público, al mismo tiempo que pagar aportes para la “obra social” e incluso cuotas para la “prepaga”. Y lo mismo para las escuelas, si pagamos impuestos para sostener la escuela pública, no es lógico que debamos pagar además la cuota de la escuela privada de nuestros hijos.
       A corregir estas cosas debe apuntar un gobierno serio, positivo y que mire hacia adelante, para dejar un país mejor a nuestros hijos y nietos. El resto, es pura cháchara pasatista, políticamente correcta, y absolutamente contraproducente.

            

Buenos Aires, 6 de mayo de 2016                                            HÉCTOR BLAS TRILLO


No hay comentarios.:

Seguidores