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sábado, 25 de julio de 2020

CONTRACORRIENTE: EL CORONAVIRUS Y LA "SOCIEDAD DE CONSUMO"

Contracorriente

 

EL CORONAVIRUS Y LA “SOCIEDAD DE CONSUMO”

 

              Hace muchos años que la crítica a la llamada “sociedad de consumo”  ha pasado a ser prácticamente una compañía para nuestra existencia.

              Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por lo menos tal crítica ha ganado la hoy por hoy llamada “batalla cultural”

              Pero en lo personal  yo he visto que esta crítica ha ganado adeptos a lo largo de los años y ha dejado de estar circunscripta al mundillo ideológico de la izquierda política, del antinorteamericanismo e incluso de la religión, para penetrar  de manera contante y sonante en por lo menos toda la cultura occidental.

             Se ha convertido en algo políticamente correcto y digno de criticar todo lo que tenga que ver con la adquisición de productos que tal vez resulten innecesarios, o estén vinculados con la moda, con el esnobismo e incluso con  las necesidades creadas por la publicidad.

            De toda esta crítica ha derivado también un enfrentamiento entre lo que podríamos llamar la espiritualidad y el materialismo.  Una oposición entre la utilidad  y el gasto desmedido e inútil. Una especie de simbiosis entre el hedonismo y el materialismo, sea este último filosófico o no.

            No es mi idea, al escribir esto, profundizar en cuestiones que exceden un mero comentario y también mi capacidad personal de analizarlas en demasía. No soy un filósofo.

            Pero es interesante recordar aquello de que “toda carta tiene contra y toda contra se da…” de aquel hermoso  tango de Gorrindo y Grela llamado “Las cuarenta”.

            Porque resulta que la “sociedad de consumo”, o la necesidad, el  deseo o el gusto por consumir tienen como contracara la producción a gran escala de aquellos bienes y servicios  que serán demandados y consumidos. A su vez, el ahorro o la austeridad son  la contracara de la inversión.  Dado que quien ahorra aporta capital para que aquellos hoy llamados “emprendedores” inicien nuevas actividades y aporten bienes y servicios que serán demandados por los consumidores.  De “emprender” deriva justamente  “empresa”.

             No digo nada nuevo si resalto el hecho de que si no hay consumidores para determinados bienes, su producción resulta inútil y por lo tanto quienes trabajan e invierten en su elaboración perderán sus empleos y habrán de quebrar.

            De manera que, guste o no, cuanto más demanda de bienes y servicios haya, más incentivo habrá para producirlos y más trabajo para quienes se ocupen de satisfacer tal demanda.

            Y es en esta especie de juego de viceversa donde entra de manera conveniente la idea de la vida licenciosa, alocada, extravagante, vacua. La moda, lo “fashion”, lo banal, lo placentero o como le digamos, juegan un rol preponderante y generan culpa en la medida en la que otras personas en el mundo no pueden acceder a semejante nivel de vida. Además, con toda seguridad, cada uno de nosotros habrá de tener su propia escala de preferencias para definir aquello que es imprescindible, de lo que es superfluo.

           Todos nosotros podemos llegar a ver muy mal que mientras disfrutamos de tales o cuales comodidades, en otras partes del  mundo o incluso en nuestra propia comunidad otros carecen de elementos básicos para la supervivencia.

            Y esto nos lleva a cuestiones tales como la distribución de los bienes y haciendas. La solidaridad y todo lo que se vincula con la necesidad humana de atender al desvalido. Es una realidad y no cabe sino ocuparse de ella. Pero acá el núcleo al que apunto en este breve comentario, es otro.

            Porque si bien es cierto que hay gente en el mundo que disfruta de muy buenos estándares de vida mientras otra se muere literalmente de hambre, también es cierto que si quienes producen bienes y servicios para  que esa gente disfrute,  dejan de hacerlo por la razón que fuere; más gente sufrirá privaciones y carencias.

            Y es aquí donde la actual pandemia de coronarivus puede servirnos a todos para reflexionar seriamente acerca del llamado “consumismo”.

            La actual situación de aislamiento o cuarentena en la que se encuentra buena parte del mundo, muestra a las claras lo que aquí modestamente pretendo comentar.  Y no voy a extenderme mucho más porque entiendo que es bien claro lo que digo.

            Nuestro mundo y nuestra vida misma tienen  enormes diferencias. Carencias, privaciones, lo que sea.  Pero mientras hace 100 años la población mundial no superaba los 1.500 millones de habitantes, hoy pasa los 7.500 millones. Y mientras el promedio de vida entonces era de no más de 45 o 50 años, hoy llega casi a 80 y en algunas comunidades más que eso.

            Podremos discutir sobre todo esto y cada uno tendrá su posición. Pero resulta obvio de toda obviedad que si la rueda se detiene, la población entera sufre las consecuencias.

            Y vale la pena tener presente, también, que esto es una catástrofe y que toda catástrofe, la que fuere, no distingue entre ricos y pobres, entre buenos y malos, entre nobles y plebeyos.

            Termino con los versos de Jorge Manrique en las “Odas a la muerte de mi padre”.  “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”

                                                                                                                           

                                                                                                                                         Buenos Aires, 31  de marzo de 2020

HÉCTOR  BLAS TRILLO

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