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sábado, 15 de marzo de 2014

CRISTÓBAL COLÓN: POLITIQUERÍA E IGNORANCIA

Al repentino ataque de ira de la presidenta de la Nación contra la estatua de Cristóbal Colón en la plaza homónima, le ha seguido, al parecer, una nueva manifestación fóbica: la de borrar el nombre del descubridor de América del salón que lleva su nombre en la Casa de Gobierno.
La presidenta de la República, según la crónica periodística, está ocupándose personalmente de la remodelación del citado espacio, que pasará a llamarse "salón de los pueblos originarios".
En su afán reformista tardío, la señora ha expresado que "lo primero que hay que hacer para colonizar es convencer al colonizado que no sirve para nada", una curiosa idea que se basa, probablemente, en el uso del término "colonizar" que quizás la señora considera una derivación del apellido Colón.
Sin embargo, el apellido del descubridor es en realidad Colombus, apellido que dio origen al nombre, por ejemplo, de Colombia.
Colón no fue un colonizador, Colón era un mercader, un aventurero que se lanzó al mar como todo el mundo sabe, con tres carabelas con el fin de encontrar las Indias Orientales. Nunca supo siquiera que había llegado a un nuevo continente. En los mapas que confecció denominó "Cipango" a la región a la que había arribado. Cipango era el antiguo nombre de Japón.
La palabra "colonizar"  deriva  "colonus" (labrador y habitante de un lugar), y este vocablo a su vez deriva de "colere" (que significa cultivar, habitar). Se trata de términos muy anteriores a la vida de Colón, y como queda dicho, ni siquiera tienen que ver con el apellido original del navegante.
Colón era eso, un navegante. Un mercader. Un comerciante que quería alcanzar las Indias por Oriente. Su hazaña fue más allá de cualquier mezquindad. Tal vez sin proponérselo, cambió el curso de la historia de la humanidad, al probar la redondez de la Tierra. Cambió la teología, la filosofía, la geografía, la astronomía. Todo.
A pesar de que hasta el viaje de Américo Vespucio que completara Sebastián el Cano, no se llegó al punto de partida, el mundo de entonces consideró, desde aquel primer viaje, que el planeta era lo que es: un globo.
Colón hizo tres viajes más a América.  Descubrió varias islas y costas. Hizo lo que sabía hacer.
Pero no conquistó ni colonizó.
Injusta y cruelmente se atribuyen al gran genovés daños que no hizo. Esto es particularmente grave de por sí, pero especialmente lo es cuando un presidente de la Nación invierte su tiempo y sus esfuerzos en algo tan pequeño como lo es cambiar una estatua de lugar o borrar el nombre del almirante de un salón de la casa de gobierno.
¿Pensará arrasar más tarde con el teatro Colón, con la Avenida Paseo Colón, y declarará no grato al club Colón de Santa Fe?
Está más que claro que este extraño proceder obedece, en nuestra opinión,  a dos causas fundamentales: la ignorancia de la historia y la conveniencia política. Se trata también de una especie de oportunismo debido a que en los últimos años se ha resaltado la idea racista y hasta xenófoba de que como los "pueblos originarios" han sido despojados por los conquistadores, ahora, cinco siglos después de aquellos hechos, nosotros los descendientes de los europeos, y los europeos mismos, debemos resarcir con nuestros bienes y nuestro esfuerzo a los descendientes de aquellos pueblos que habitaban estas tierras.
Entiéndase. No se trata de respetar o restituir tradiciones o lenguas solamente. Se trata de devolver a los descendientes económicamente lo real o supuestamente quitado, como ha señalado no hace mucho el presidente boliviano Evo Morales.
Y se trata entonces, claro está, de borrar de la faz de la tierra el nombre del Descubridor para colocar en su lugar nombres de personajes históricos que han luchado por la independencia de América. El sectarismo y la facciosidad de estas consignas es evidente.
Ninguno de nosotros, descendientes de quienes fuere, tenemos algo que ver con aquellos hechos. Somos, en el mejor y en el peor de los casos, portadores de apellido.
El caso francamente grotesco del desmantelamiento de la estatua de Colón por lo que se sabe fue impulsado por el difunto presidente de Venezuela Hugo Chávez, que en una oportunidad cuestionó el monumento y al parecer le hizo ver a la primera magistrada la verdad de la historia. Verdad que antes jamás había notado, que se sepa.
Mucha gente adhiere a esta corriente revisionista según la cual un personaje histórico de semejante envergadura debe ser destronado, enterrado y aborrecido por siempre jamás. Y su lugar debe ser ocupado por otros personajes que ocupan también un lugar en la historia como defensores de la independencia.
El sectarismo, el fanatismo, y el clasismo se perciben manifiestamente en estas acciones. Que además son chiquitas, irrelevantes. Torpes y estúpidas.
Porque está claro que para la historia de la humanidad un personaje de la envergadura del gran almirante no será borrado porque así lo pretenda un ex golpista venezolano, un presidente boliviano que cree que comer pollo genera homosexualidad, o una presidenta de una Argentina decadente, que baila en la Plaza de Mayo al compás de la música de artistas contratados para una fiesta irreverente en el marco de serios actos de vandalismo en el Interior, con problemas económicos y sociales de una envergadura increíble, que está preocupada por sacar de una plaza una estatua o cambiar el nombre de un salón de la casa de gobierno.
La historia es bastante más que esto. Y lo que corresponde es reivindicar a Cristóbal Colón. Ponerlo bien lejos de la ignorancia y de la politiquería.
Separar la paja del trigo, como se dice. Esto más allá de promover de manera seria y coherente la recuperación de las culturas precolombinas, sus lenguas y costumbres, tanto como sea posible. Porque es obvio que la cultura es universal y así debe ser considerada, pero resulta inadmisible, a nuestro modo de ver, ese revanchismo faccioso de  presentar a los descendientes como si se tratara de los hombres de aquellos tiempos.
El Descubridor fue, sin ninguna duda, una persona de una osadía y un coraje increíbles. Piénsese que en aquellos tiempos oscurantistas, cargados de supersticiones, hacerse al mar sin brújula, sin datos precisos, para lanzarse hacia occidente prácticamente a la buena de Dios, es una hazaña de proporciones increíbles.
Lo que vino después, con la conquista y con todo lo demás, es otra cosa.
¿Es que acaso América no debería haber sido descubierta para evitar que pasara lo que pasó después? ¿No ha pasado algo similar a lo largo de toda la historia de la humanidad en diversas partes del mundo? ¿Sabía, acaso, Colón con qué se encontraría? ¿Y si hubiera hallado una civilización mejor armada y preparada que la propia Europa de entonces?  La diferencia esencial entre las conquistas de África, o los avances de los romanos, o los persas, o los otomanos, o los japoneses o quienes fueren, está en el hecho de que un día, un solo hombre, decidió arriesgarse a demostrar que la Tierra es redonda, por la razón que fuere. Y no mandó a otros a hacerlo. Fue él.
Sería bueno que al menos quienes en este bendito país piensan la historia de manera desapasionada y realista, lo tuvieran en cuenta. Y también no está mal tomar nota de que los politicastros que repiten a diestra y siniestra que Colón era un personaje malvado y excecrable se alejan no solo de la verdad, sino también del origen de la cuestión. Y lo hacen sin duda por mezquinos intereses políticos. Lo hacen, justamente, porque pretenden libar con la historia, servirse de ella.
Lanzarse a comprobar la redondez de la Tierra, ni siquiera es patrimonio de una buena o mala persona. Nadie puede garantizar que quien viaje algún día a las estrellas, será un buen tipo. Lo que sí se puede tener bien en claro, es quien arriesga su vida en pos de semejantes hazañas, tiene el mérito de haberlas llevado a cabo, por encima de sus condiciones personales para lo que sea.
¿Es que acaso los grandes emperadores y reyes de la antigüedad pasaron a la historia por ser buenas personas?
Sabemos que decir esto que decimos puede traernos serias réplicas. No es fácil nadar en contra de la corriente. Pero es necesario que quede bien en claro que si algo hay que demostrar, que si algo hay que valerse para decirle al mundo que Colón no era en realidad quien la historia dice que fue, sino un perverso asesino angurriento y mórbido, eso no se demostrará echando abajo una estatua o cambiando el nombre de una sala en la Casa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
HÉCTOR BLAS TRILLO (6/3/2014) 

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