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lunes, 20 de junio de 2016

LA INFLACIÓN NUNCA DEJO DE SER UN FENÓMENO MONETARIO 13/2/16

El Ágora
LA INFLACIÓN NUNCA DEJARÁ DE SER UN FENÓMENO MONETARIO

             

                  En estos días de recrudecimiento del proceso inflacionario, uno no se cansa de escuchar y leer en todos o casi todos los medios las mismas argumentaciones que vienen sosteniéndose desde el fondo de la historia: Los empresarios inescrupulosos, los formadores de precios, la intermediación parasitaria, los abusadores de siempre.
                Así las cosas, el nuevo gobierno ya ha anunciado una serie de medidas para intentar contener de manera selectiva las subas en los precios. Ora mediante organismos de control de la competencia, ora mediante sistemas de precios controlados (“cuidados”), ora mediante posibles “acuerdos” o “pactos” con los principales proveedores y comerciantes. Se anuncian posibles sanciones, se ataca a los distribuidores, y se cae como siempre en el remanido discurso de cuánto se le paga al productor de un bien y a qué precio llega a la góndola.
               Estas y otras explicaciones por el estilo personalmente yo vengo viviéndolas desde los años 50 en la Argentina. Las “campañas contra el agio y la especulación”, la denuncia del “comerciante deshonesto” , las listas de precios máximos y la más reciente e inconcebible prohibición de exportar bienes para defender “la mesa de los argentinos”.
             Es notable cómo en todo este esquema de razonamiento no se tiene en cuenta que la contrapartida de los bienes y servicios que se  comercializan, es la moneda. Y la moneda, como supongo que ya casi todos saben, no es otra cosa que un pagaré que emite el gobierno basándose en la fiducia, en la confianza. Ya no existe en el mundo el uso masivo de moneda de metal (oro, plata, níquel o lo que fuera) cuyo valor intrínseco se refleje en ella. Sólo existe papel moneda y en muchas partes del mundo (y cada vez más) ya ni eso. Sólo transacciones mediante tarjetas de crédito, o débito, o transferencias bancarias.
            Uno puede entender que desde los medios de comunicación personas desconocedoras del mecanismo de evolución de los precios, razonen de manera tal que sólo enfoquen las consecuencias de la inflación y no las causas. Lo que es inconcebible es que los gobiernos, los políticos y los dirigentes y funcionarios del área en general  no salgan a explicar debida y masivamente por qué se produce la inflación.
             Entre 1970 y 1991 hubo cuatro cambios de signo monetario, de tal manera que la moneda argentina perdió 13 ceros en apenas 21 años. De tal forma un peso actual, vigente desde 1992, equivale a 10.000.000.000.000 (diez billones, o diez millones de millones) de pesos de 1969. ¿Puede alguien concebir en su sano juicio  que semejante aquelarre monetario es culpa de la “cadena de distribución”, de los “formadores de precios” o del almacenero de la esquina? La pregunta se demuestra por el absurdo. Es imposible que los precios se  incrementen de semejante forma en 21 años, a menos que exista un emisor de moneda que ponga en circulación la cantidad de moneda necesaria.
             La emisión de moneda sin respaldo es, a la corta y a la larga, la única causa de la inflación, que suele ser definida como “la suba generalizada de precios”. Dicho de otra forma: no es posible que suban los precios de toda la economía de manera tan impresionante si no existe la moneda necesaria para que puedan adquirirse los bienes y servicios.
            En general los gobiernos emiten moneda porque de esa manera financian el déficit fiscal. Déficit que no es otra cosa que el exceso de gasto público por encima de los recursos fiscales (impuestos) recaudados.
           Cuando hay déficit fiscal, éste se cubre con emisión o con financiamiento (préstamos bancarios por ejemplo). El financiamiento lo que hace es tirar la pelota para adelante, y si más adelante no hay recursos genuinos para pagar ese financiamiento (recaudación superavitaria), o se cae en “default” o se emite moneda.
            En estos momentos no existen datos certeros respecto del déficit fiscal, pero se calcula entre 7 y 10 puntos del PBI (producto bruto interno).  Esto es algo así como 50 o 60.000 millones de dólares y estamos hablando a nivel nacional, es decir sin contar los déficit de provincias y municipios. Existen hoy por hoy provincias quebradas como Buenos Aires o Santa Cruz que solo pueden recurrir a la Nación para financiarse. Y la Nación o emite, o se endeuda para poder prestarles dinero. Es así de simple.
           El reconocimiento que hizo el actual gobierno al quitar el llamado cepo cambiario, significó que el dólar dejara su valor casi simbólico de 9,50 pesos, para pasar a costar 14 pesos. Siendo el dólar una mercancía más, lo que hizo el gobierno fue reconocer que el dólar no valía lo que el anterior gobierno decía que valía, lo cual es obvio y no requiere explicación adicional.
Y el gobierno anterior mantenía el dólar oficial barato para reprimir la inflación, que es lo mismo que hicieron ministros como Gelbard, Martínez de Hoz o Cavallo. La inflación reprimida terminó siempre en un estallido cuando se “sincera” la economía. Mientras se reprime la inflación, nadie exporta, nadie importa, nadie invierte, y cuando se libera, aparece el estallido, llámese rodrigazo, “el que apuesta al dólar pierde” o la salida de la convertibilidad.
         Algo parecido, pero de menor envergadura, es lo que está ocurriendo en estos días. Dólar atrasado, tarifas atrasadas, falta de inversiones, granos en silobolsas esperando el momento para ser vendidos y un verdadero parate en mercados como el inmobiliario, el automotor o las economías regionales son la consecuencia de la represión de la inflación, no del ataque a las causas.
          Escucho en estas horas todo tipo de comentarios, especialmente sobre el valor de la carne. No voy a entrar en detalles aquí porque excede largamente el marco de este comentario. La carne sube o baja según la oferta y la demanda, como lo hacen en general todos los bienes y servicios.  Las empresas suben los precios, y si estos no son convalidados por el mercado, tienden a bajar. Nunca al estadio anterior, porque la moneda pierde valor inevitablemente.
         Pero no es solamente el déficit fiscal la causa por la que los gobiernos emiten moneda espuria (sin respaldo). En los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, su ministro Lavagna sostenía que había que mantener un tipo de cambio “competitivo”. Eso significa en castellano emitir moneda para comprar dólares a un valor superior al que podrían comprarse.  Esto vuelve a la economía más competitiva internacionalmente, pero inyecta moneda al sistema que finalmente termina volcándose a los precios. Hubo todo un proceso, aún vigente, de sacar de circulación esos pesos adicionales, mediante la emisión de Letras del Banco Central para que los bancos entreguen esos pesos a una tasa de interés que hoy supera el 30% anual. Pero esas letras (conocidas como Lebacs) algún día vencerán y deberán pagarse, lo mismo que sus intereses. Todo esto es un artilugio monetario que termina como ya sabemos: un buen día las tasas trepan, los pesos se emiten, los intereses en pesos se pagan, y la inflación sigue su curso.
        ¿Qué ocurre a nivel de empresas, comerciantes, lugares de veraneo o lo que sea? Que todo el mundo intenta cubrirse de la mejor manera, obtener el mejor resultado. Vender al precio más caro posible, porque nadie sabe qué pasará en pocos días o meses si el gobierno no reduce el déficit y deja de emitir moneda. Tal vez muchos operen por intuición y no por comprender el mecanismo del mercado. Pero cuando la moneda no es sana (y nuestra moneda no lo es) nadie sabe exactamente cuál es su valor. Por eso, más allá de las diferencias de barrios y costos (alquiler de locales, impuestos inmobiliarios o lo que sea) los precios varían de una manera alarmante de unos lugares a otros, especialmente cuando se trata de bienes que no son de consumo cotidiano. ¿Cuánto vale un foco para un automóvil? ¿Cuánto una docena de tornillos? Nadie tiene la menor idea.
           Lo que finalmente quiero señalar con todo este análisis, es que los controles de precios, la aplicación de multas, los acuerdos “sectoriales” o lo que sea, no sirven para corregir el problema inflacionario. Simplemente porque no lo atacan. Sólo atacan las consecuencias, lo cual constituye una verdadero sofisma.

Buenos Aires, 9 de febrero de 2016                                            HÉCTOR BLAS TRILLO

                                                                                        


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