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sábado, 15 de marzo de 2014

LA CRISIS HA LLEGADO

El Ágora
LA CRISIS HA LLEGADO

                 Mientras el nuevo tándem ministerial integrado por el jefe de gabinete y el ministro de economía han iniciado un derrotero de parches y explicaciones, la economía se desliza rápidamente hacia el abismo.
                  Intentar decir en qué momento se llegará al desastre es bastante poco adecuado, porque nadie puede saber cómo sigue la película en cuanto a las medidas que el gobierno tome.
                 La economía no es una ciencia exacta. El comportamiento humano es impredecible y ningún modelo econométrico podrá incorporar jamás las infinitas variables que condicionan la acción humana.
                 Pero ciertos elementos permiten al menos tener bastante claro hacia dónde vamos. Aunque queda, claro, la posibilidad de que los gobernantes modifiquen el rumbo a tiempo.
                Mientras las reservas del Banco Central caen día tras día, el ministro Kicillof intenta mediante parches detener la sangría. La suba al 35% de la  percepción de impuesto a las ganancias sobre la compra de moneda extranjera es, aparte de una verdadera arbitrariedad respecto de la razón de ser de ese impuesto (que es a las ganancias, y no al gasto o a la compra de divisas) casi un arrebato infantil. Si semejante medida apunta a detraer la demanda, seguramente no lo logrará porque el mercado paralelo siempre estará más caro. Si pretende mejorar así la balanza en materia de ingresos y egresos por turismo, resulta insólito que no se aplique un reintegro a aquellos extranjeros que vienen a visitarnos y pretenden vender sus monedas, las cuales obviamente solo pueden transarse al cambio oficial. Todo ello aparte de ser contestes de que los viajes al exterior no son realizados únicamente por turismo, sino también por trabajo, por razones de índole familiar u otras, con lo cual por ejemplo si una persona pretende llevar adelante un tratamiento médico en otro país, el Estado argentino presume que ha tenido ganancias como para pagar ese tratamiento en el curso del corriente ejercicio. En todos los casos, si las ganancias no existieren, o existieren en un grado menor, al año siguiente el Estado las devolverá como crédito fiscal, sin abonar un solo peso de interés por la tenencia de ese dinero, y mucho menos de reconocer la inflación habida en ese lapso.
                      Por estas horas el ministro Kicillof está  intentando “cerrar” varios frentes abiertos durante estos años. Desde Repsol hasta  los llamados fondos “buitre”.  La “buena letra” tiene la intención de abrir el crédito al país. Muy loable por cierto intentar volver al mundo, pero fuera de tiempo y oportunidad, a nuestro juicio.
                    Desde aquella decisión del entonces presidente Néstor Kirchner de pagar al contado la friolera de 10.000 millones de dólares al FMI hasta el presente, el Banco Central ha gastado de manera impropia nada menos que 43.000 millones de dólares en pagar al contado las cuentas de deuda externa, lo cual es contrario por donde se lo mire a la lógica del más aprendiz de los financistas.  Estos pagos  fueron presentados con un curioso neologismo: “desendeudamiento”, cuando la realidad es muy otra. El Tesoro Nacional ha reemplazado esos dólares de las reservas con bonos de deuda a 10 años con el Banco Central. El Estado se ha convertido así en deudor de su propio Banco Central; o, para decirlo de una manera muy simple, ha pasado la deuda que todos nosotros teníamos con el exterior, a deuda con el Banco Central. Pero, claro, el Banco Central es el emisor de la moneda nacional, y en consecuencia, contar entre sus activos con semejante cifra de crédito del Estado nacional que claramente jamás podrá cobrar, no es una cosa que estimule el valor de la moneda que emite.  Cualquier economista lo sabe. Lo sabe Kicillof y lo sabe Capitanich. La moneda argentina tiene cada vez menos respaldo,  y por eso pierde su valor rápidamente.  Y eso se llama inflación, aunque a la señora de Kirchner no le guste que se le llame así.
El drama argentino es una vez más el de la sábana corta. Si se devalúa, se reconoce plenamente la pérdida de valor de la moneda, si no se lo hace, las exportaciones caen, las importaciones suben, la balanza comercial se achica, y las reservas del Banco Central se pierden.
El nuevo presidente del Banco Central, Fábregas, es un técnico reconocido y ha sido designado, a nuestro modo de ver acertadamente, para intentar corregir el verdadero desastre llevado adelante por la saliente Mercedes Marcó del Pont. Ha comenzado a trabajar sobre la devaluación diaria de la moneda, acelerándola, para de tal modo ir achicando la brecha con el paralelo de manera de ir acomodando las manzanas dentro del carro, si se nos permite expresarlo en estos términos.
Pero el problema que existe es que la tasa de interés vigente es menor que la tasa de devaluación elegida para este goteo diario. En otras palabras: si los exportadores no liquidan sus dólares obtienen una tasa de interés que está en el orden del 50% o más por año (si se sigue así el ritmo devaluatorio). Una tasa que no obtienen ni por asomo en ningún lado  si liquidan sus dólares y colocan sus pesos. Como existen normas que obligan a liquidar las divisas obtenidas por la exportación, lo que se da en la práctica es que muchos no quieren vender, porque por un lado obtienen un dólar a valores bajísimos (entre 4 y 5 pesos, según las retenciones que sufran), y por el otro se perjudican con la tasa de interés, tal como señalamos.
Ahora bien, por lo que se sabe el ministerio de Economía no quiere aumentar las tasas de interés, porque eso perjudica aún más la demanda de créditos para producción o consumo. El corsé es evidente.
No existe manera de hacer confluir todas estas variables para que la cuestión se resuelva. Por eso lo de la sábana corta.
Y llevar adelante un plan económico integral significaría un verdadero cimbronazo para el cual hace falta, o bien estar definitivamente en el horno, o contar con un respaldo político y de credibilidad monumental. Ninguna de estas situaciones se da hoy.
Si nos remontamos a lo ocurrido en el año 2001, cuando la llamada convertibilidad daba sus últimos estertores, vemos que cuando el presidente De la  Rúa decidió violar la autonomía del Banco Central destituyendo  a Pedro Pou, empezó el drenaje de reservas sin prisa y sin pausa. La designación de Domingo Cavallo como ministro de Economía intentaba corregir las cosas. Pero lo cierto es que desde aquella infausta destitución (que empujó el propio Cavallo) hasta la caída del gobierno en diciembre del mismo año, el Banco Central perdió 23.000 millones de dólares, cifra que a valores actuales supera largamente los 30.000 millones. En sólo 7 meses y pese a que Cavallo supuestamente representaba confianza para el denominado establishment.
                Los problemas que hoy por hoy se presentan en materia social son numerosos.  Los conflictos se originan, ante todo, en la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos de la inmensa mayoría de la población. Por supuesto que hay otras razones de descontento, pero esencialmente la panza llena podríamos decir que calma los ánimos.
               Leyendo los diarios, vemos que los atrasos en los ajustes salariales son, en algunos casos, verdaderamente abyectos. La falta de lógica en la materia se corresponde, tal vez, con la falta de lógica de un gobierno que insiste en afirmar que en la Argentina no hay inflación. Lo ocurrido en Córdoba es  alarmante, tanto más cuando el gobierno Nacional en primera instancia se lavó las manos de una manera casi canallesca.  Como el efecto contagio se produjo de inmediato (cosa asaz previsible, por otra parte), salió a las cansadas a tratar de cubrir posibles focos de conflicto. Podrán evitarse, tal vez, nuevos episodios de vandalismo como los acaecidos en la capital mediterránea, pero el descontento social no se arregla con gendarmes, y eso lo sabemos todos.
                La crisis ha llegado y nos afecta a todos. Primeramente a los pobres y a los desocupados, obviamente. Por lo tanto estamos en vísperas de acontecimientos de gran envergadura.  Que sean para bien o para mal depende de lo que haga el gobierno Nacional, porque esto no se arregla con pequeñas medidas que no tienen relevancia desde el punto de vista macroeconómico.  Acá hay que ir a fondo, y si los gobernantes no lo hacen, lo hará el mercado, como lo hizo en 2001.
Será la señora presidenta y sus principales laderos los que decidan. Suele ocurrir que cuando la tormenta llega, las personas tienen la esperanza de que se disperse por sí sola.  Pero eso no ocurre en materia económica.  Y máxime cuando, para completar el panorama, la situación internacional de los precios de las commodities no brilla ya como lo hizo hasta hace poco tiempo. Y las perspectivas en la materia son a una baja progresiva de los precios.
              Actualmente está intentándose cerrar un acuerdo con China por un préstamo en yuanes  por el equivalente a unos  10.000 millones de dólares con los que se pretende apuntalar las reservas del Banco Central. Una vez más: todo cuanto se haga intentando tapar agujeros será inútil si no se toma la decisión política de llevar adelante un plan integral que vuelva a poner las variables económicas en equilibrio. Esto es: lejos de las impresionantes distorsiones sufridas en estos años a causa del intervencionismo más exacerbado y arbitrario. Precios, subsidios, salarios y valor de la moneda deben volver al equilibrio que perdieron. Si esto no ocurre, nadie podrá garantizar que las cosas no se agravarán día tras día.




HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   8 de diciembre de 2013

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