Translate

domingo, 6 de agosto de 2017

SEGUNDA OPINIÓN: EL FACTOR VOLUNTARISMO

Segunda Opinión
ACTUALIDAD ECONÓMICA: EL FACTOR VOLUNTARISMO

      La economía es la ciencia de la escasez, eso lo sabemos todos quienes hemos estudiado esta maravillosa ciencia social, como se la define. El sólo hecho de hablar de escasez implica hablar de costos, de precios, de valores materiales que compensen a quienes  porducen aquello que es escaso y a la vez demandado. Quienes producen bienes y servicios deben estudiar cuidadosamente lo que hacen para poder prever qué ocurrirá con sus inversiones y determinar si ganarán o perderán dinero. Si se equivocan, se quedan fuera del mercado. En este orden de ideas, toda intervención del Estado que intente modificar las condiciones del mercado no anula en realidad el mercado, sino que lo reconduce, por decirlo de algún modo. La Argentina es, desde hace muchos años, un país intrínsecamente corporativo, donde distintos sectores pugnan por obtener favores del Estado para obtener ganancias aún en condiciones deficientes o antieconómicas. Esto, que es de una obviedad meridiana, no parece ser interpretado adecuadamente no sólo por políticos, sino incluso por economistas y hasta los mismos empresarios.  Pero, en verdad, todos sabemos o deberíamos saber que siempre prevalece el mercado y la ecuación costo beneficio no dejará de tener vigencia jamás. Por eso, todos los mecanismos que intentan impedir, prohibir, limitar o lo que sea aquello que la gente demanda, sólo sirven para poner un precio a la “autorización” pertinente.
      Todos quienes tenemos alguna actividad comercial o algún vínculo con ella lo sabemos. Si necesitamos importar tornillos y para ello hay que pedir permiso (que no es lo m ismo que pagar un impuesto, sea este justo o no, es otra discusión), ese permiso se paga. A menos que precisa y taxativamente nuestros tornillos estén en una lista que impida su importación, en cuyo caso deberemos propinarnos de ellos en el mercado local, pagando el precio de la falta de competencia de los tornillos extranjeros que como no está permitido importarlos, aumenta.            Cuál es la razón por la cual si todos sabemos que esto es así persistimos en las mismas prácticas.  Todos hemos visto en los últimos años verdaderas campañas publicitarias para que no consumamos luz, para que ahorremos gas, para que ahorremos el agua que es escasa.  Pero apelar al voluntarismo de que la gente ahorre porque se lo pide el Estado o quien fuere, cuando el producto a ahorrar es barato, es bastante más que utópico. Es inconsistente.  Que una compañía que vende electricidad nos invite a no consumir aquello que nos vende, es absurdo. Las cosas no pueden ser, y no serán, de otra manera jamás de los jamases. Por eso se han construido edificios que ni siquiera tienen instalaciones de gas, porque siendo como venía siendo tan barata la electricidad, es mucho más económico evitar el gasto de las instalaciones gasíferas. Un economista que no sepa esto no puede ser un economista. Es triste pero es así. Y ni siquiera es una cuestión ideológica, es conocer y reconocer lo obvio. Cerrar importaciones siempre es algo que se presenta como una forma de preservar el trabajo local. Pero cerrar importaciones es también la manera de garantizar al productor local que no habrá competencia, y que si su producto es caro y de mala calidad, igual lo venderá porque la gente lo necesita.  Poner las cosas blanco sobre negro puede ser muy duro, pero es imprescindible.
         Hoy veíamos una carta de lectores en un diario capitalino. Allí se menciona una vez más la necesidad de que el consumidor exija su factura. ¿Cuántos años hace que venimos escuchando y viendo campañas de todo tipo para que el consumidor exija su factura? ¿Recuerdan el “no deje que le roben” de tiempos de Tacchi, Peña y Cavallo en los 90? Seguimos pidiendo lo mismo. Exija su factura, no consuma energía, apague las luces, cierre las canillas, hable por teléfono en horarios en los que la comunicación es más barata porque nadie habla. ¿No es hora de que tomemos nota de que esto no funciona ni funcionará porque lo único que hace modificar la actitud generalizada de la gente son las pérdidas y las ganancias que puede obtener con su comportamiento?
          Estimados lectores: la gente no exigirá masivamente su factura, ni apagará las luces, ni ahorrará calefacción o refrigeración o lo que fuere, si no le duele en su bolsillo. Esta incomprensible negación de lo obvio se repite una y otra vez a lo largo de décadas.  La carta de lectores que comento dice entre otras cosas: “seamos ciudadanos comprometidos, que no nos conformen con un ticket trucho, no nos lamentemos si somos sólo expectadores” ¿Sabe el escriba que si todas las actividades se facturaran en blanco los precios nunca podrían ser los que son? ¿Habrá comprado alguna vez una película “trucha” o un programa de computadora o un juego de play o lo que fuera  a la quinta o sexta parte de su valor comercial si se tratara de una versión “original”? ¿Habrá ido alguna vez  a comer a un “tenedor libre” y se habrá preguntado cómo puede ser tan barato comparativamente?
         Acá hubo épocas en las que se había implementado el llamado “Loteriva” que luego fue dejado de lado, para que la gente pidiera sus facturas. No sabemos por qué fue dejado de lado, pero sí sabemos que entre jugar al azar para ganarnos un premio entre millones de personas y conseguir “al toque” (como dicen los chicos) un descuento importante la gente ya eligió. Sabemos que decir esto no es políticamente correcto. Pero no es nuestra función serlo, sino poner las cosas en su lugar.
         Cualquier pequeño comercio de barrio trabaja la mitad en negro, señores, y por eso puede vender y competir a un precio razonable. No es que se “roba” los impuestos, es que no los cobra y no los paga en la inmensa mayoría de los casos. Si tiene en la vereda de su negocio una oleada de “manteros” que vende de manera informal mercadería adulterada y plagiada de todo tipo a precios ridículos, ¿cómo hace para sobrevivir? Si sabe que vende ropa pero la gente se irá a comprar a La Salada o al Mercado Central o a la Calle Avellaneda porque le cuesta la tercera parte, ¿cómo hace para sobrevivir?
         No es la pretensión de este comentario exculpar a nadie, ni muchísimo menos, es describir una realidad. De cada peso que la persona percibe en su bolsillo prácticamente 63 centavos vuelven al Estado en forma de impuestos. Esto sin contar el impuesto inflacionario. ¿Cómo mejoramos esta situación?, el incentivo es inmenso. ¿Se entiende?
           Por consiguiente, y para ir terminando. Pongámonos las pilas. Si queremos que la gente exija su factura creemos un sistema tributario que incentive el pedido de tales facturas porque ellas redundarán en algún beneficio para quienes las piden. Por ejemplo una deducción en las cargas sociales de los empleados domésticos o en los impuestos provinciales y municipales. Con que se diga que el 10% del consumido en las compras de lo que sea es deducible como parte del pago de las cuotas del ABL ya tendríamos una verdadera revolución de contribuyentes pidiendo facturas hasta a los “trapitos”. Hay que usar la inteligencia y dejar de lado el voluntarismo.
        Hace algunos años estuvimos en Cuba, y oyendo la radio y las consignas e incitaciones a preservar el carácter supuestamente revolucionario del régimen aún vigente, comprobamos que se apelaba permanentemente a que la gente se “comprometiera” con la “revolución” y exigiera esto y aquello. Esto 50 años después y luego de décadas de adoctrinamiento. Pero al mismo tiempo, el régimen del entonces presidente Fidel Castro había creado el “peso convertible” para recibir de algún modo los dólares norteamericanos que acercaban los turistas, y toda una “industria” se había conformado alrededor del turismo. Y la población masivamente buscaba sobrevivir fuera del sistema tanto como fuera posible, hasta que el régimen fue aceptando poco a poco que esto sería así. Lo mismo o parecido pasó en China, en Polonia, en la mismísima URSS. En todas partes. Hoy Cuba ha producido un acercamiento a los EEUU, y también de los EEUU hacia Cuba, hay que decirlo. Pero la verdad es que Cuba se ha rendido hace muchísmos años a los sucios dólares norteamericanos que ingresan al país incluso por remesas de los “gusanos” de Miami. Mucha revolución, muchos principios, mucho compromiso, pero a la hora de comer, que vengan los dólares. Así son las cosas.
       Hay que terminar con el voluntarismo y asumir que la gente usará paraguas y pagará por él si llueve. Y si no llueve, no lo hará. Es conmovedor que no lo hayamos comprendido, al menos en la Argentina, luego de más de 7 décadas de voluntarismo y populismo.

HÉCTOR BLAS TRILLO                                                             Buenos Aires, 6 de noviembre de 2016

No hay comentarios.:

Seguidores