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miércoles, 27 de junio de 2018

UNA POLÍTICA ECONÓMICA Y FISCAL ERRÁTICAS (29/4/18)

El Ágora
UNA POLÍTICA ECONÓMICA Y FISCAL ERRÁTICAS
        
     Lo que está ocurriendo estos días en la vapuleada economía argentina ya lo hemos vivido muchas veces. Una vez más la corrida contra el dólar versus las tasas de interés y ambas cosas versus la inflación. Nada nuevo bajo el Sol. 
     Entendemos que es necesario una vez más “objetivar” el problema, como dicen en psicología, para ver si podemos encontrarle la vuelta al eterno intríngulis argentino.
     El “pecado original” es el déficit fiscal, que crea la necesidad de financiarlo con emisión monetaria, con endeudamiento (emisión monetaria futura) y con mayores impuestos.
     Si se quiere corregir el déficit es necesario gastar menos, o recaudar más. O una combinación de ambas cosas. No hay misterios en esto.
     Pero, claro, a nadie le gusta tener que ajustarse el cinturón. Los políticos lo saben y lo viven todos los días. La oposición al gobierno (al que sea) pretende la  bondad de “no ajustar” para que no sufra la gente. Los gobernantes se pliegan a esa consigna en alguna medida, ya que no hacerlo les quita votos. La suba de impuestos ha llegado a un límite que de por sí es insostenible. El endeudamiento externo creciendo en el orden  de los 30.000 millones de dólares anuales, la masa monetaria  aumenta el 30% cada año también.
     La suba de tarifas de servicios de gas, electricidad y agua es indispensable. Pero hacerlo (más allá de errores e injusticias burocráticas) las vuelve prohibitivas para muchos.
       Ahora se ha puesto el ojo en los tributos provinciales y municipales que se agregan en las facturas.  Así, la gobernadora Vidal ha anunciado que se quitarían los tributos en la provincia de Buenos Aires, que ascienden a un 15,5% del monto facturado en la electricidad, por ejemplo.
       Se trata de cargos viejísimos, uno de los cuales data de 1967, otro de 1973 y el último de 1978.
       Ni siquiera importa el destino que se da hoy a estos recursos  provinciales. Lo cierto es que algún destino tienen. Y suprimirlos originará problemas presupuestarios a la provincia, que deberá resolverlos. Y a no olvidar que el déficit provincial es también enorme.
      A su vez el gobierno nacional ha encarado un proyecto para eliminar de las facturas de servicios todo cargo provincial o municipal a lo largo y a lo ancho del país, con excepción del impuesto sobre los ingresos brutos. 
      Hay jurisdicciones que tienen hasta 10 cargos sobre la tarifa de energía eléctrica. Para seguridad, para los bomberos, para lo que sea.  Claro, durante décadas ha privado la política de facilidad recaudatoria. Nadie deja de pagar los servicios porque se cortan. Por lo tanto, vayamos para adelante.
    Pero otra vez lo mismo. Provincias y municipios aplican cargos a las tarifas y quitárselos de un plumazo originaría un bache en la recaudación tremendo. Nadie parece estar mirando esto. Y justamente el no mirarlo es lo que más nos alarma.
    Está muy bien quitar cargos específicos que en absoluto deberían aplicarse en las facturas de gas o de electricidad.  Pero la seriedad impone explicar con qué se sustituirán. O qué servicios dejarán de  prestarse. O, en definitiva, quién pagará ahora lo que se deja de recaudar por estos conceptos.
    A esto se suma la llamada “tarifa social”, que está vigente para muchísimos hogares y que afecta la recaudación tanto fiscal como empresaria por la prestación de los servicios. Lo que no pagan unos, lo pagan otros. Tan simple como eso.
   Veamos un poco la política del Banco Central, las tasas de interés y el tipo de cambio.
   Cuando en diciembre pasado se anunció la “recalibración” de las metas y objetivos y se subió la expectativa inflacionaria del  10 al 15%, al mismo tiempo se encaró una reducción de las tasas de interés que el Banco Central paga por las Lebacs. Insólito. Todo junto y por el mismo precio.
   Abandonar la meta de inflación fijada sólo unos días antes en el presupuesto nacional fue un golpe de timón muy duro que demostró que los cálculos hechos no duraban ni unas pocas semanas. Al mismo tiempo, bajar las tasas de interés reguladas por el Banco Central era un claro incentivo para abandonar las colocaciones en Lebacs y  “pasarse al dólar” para decirlo rápido.
    Eso es lo que empezó a ocurrir y lo que hizo que el dólar pasara de 17,50 a casi 21 pesos en poco tiempo.
    Entonces el Central salió a vender dólares para frenar la suba. Vendió la última semana más de 4.300 millones de dólares.  No alcanzó.
    Entonces el Banco Central subió la tasa de interés 3 puntos, y pasó a pagar 30,25% anual.
    Es incomprensible que se hubiera llegado a esto. Si el país tiene el déficit fiscal que tiene y éste no se resuelve, jugar a la baja de las tasas de interés o pretender frenar la suba del tipo de cambio vendiendo dólares baratos no parece ni remotamente ser la solución de nada. Como decimos al comienzo, esto  ya lo hemos vivido. Al final el Banco Central sube nuevamente la tasa de interés y detiene los efectos de la tempestad. Pero estamos todos dentro del barco y la tempestad sigue fuera.
    Cuando se promulgó la más declamada que realista reforma tributaria,  se incluyó el famoso impuesto a la renta financiera, tan pedido por propios y extraños. Parecía que era la panacea. Aplicamos ese impuesto, se corrigen todas las injusticias y colorín colorado.
    Acerquemos un poco la lupa a este asunto. La renta financiera siempre ha pagado impuesto a las ganancias en cabeza de las empresas e incluso de las personas físicas (ahora llamadas “humanas” en un pleonasmo para nosotros inadmisible). Solamente estaban exentas las rentas de las personas físicas que operaran en el marco de la ley de entidades financieras. Esto es: las operaciones en bancos, financieras y bolsas o mercados regidos por la ley 21.526. Las operaciones entre privados siempre estuvieron gravadas. Cuando alguien presta dinero para   una hipoteca o en forma particular a otra persona, a una empresa o lo que sea, la renta que obtiene paga impuesto a las ganancias desde hace décadas.
    Lo que queremos significar es que se tomó una decisión acorde con el viento de cola de lo “políticamente correcto” sin detenerse a pensar que gravar la renta con tasas que van del 5% en pesos al 15% en moneda extranjera, dentro de un proceso inflacionario como el que vive la Argentina es cuando menos temerario.
     Y justamente es esto lo que entra a jugar ahora. Se reglamentó el impuesto a la renta financiera y empezó a aplicarse. Por lo tanto la tasa de interés que regula el Banco Central ya no es lo que era, sino que es un 5% menos, o un 15% menos. Y si el dinero invertido proviene de algún paraíso fiscal es el 35%. Aplicar esto y esperar que no pase nada en el mercado financiero es, cuando menos, una ingenuidad.
     Muy bien. Pasó.  Esto pasó y debió ser previsto. Y no lo fue. Entonces ahora caemos en el “engaña pichanga” de sub ir las tasas para que quienes prestan dinero puedan recibir lo mismo que antes. En castellano: El Banco Central paga más, pero la diferencia se recauda como impuesto a la renta financiera. El Gatopardo en acción. Pero el efecto en sí es recesivo. Porque cada vez que el Estado presiona con la carga impositiva quita recursos a la actividad privada para destinarlos al barril sin fondo que resulta ser la administración pública.
     Se arguyen factores externos que sin duda también existen. La suba de tasas en EEUU produce el efecto de que se desarmen posiciones en nuestro país para volcarlas al mercado norteamericano. Pero pretender explicar lo que pasa en la Argentina sin tomar en cuenta los errores propios sólo provoca más luces amarillas.
     Sólo cabe esperar no tanto qué va a pasar con las tasas, el dólar o la inflación; sino si finalmente se tomará el toro por las astas para encarrilar la economía de manera coherente y en línea con la realidad. Los pilares son la seguridad jurídica y la vigencia plena del Estado de Derecho. Y tanto una como el otro requieren terminar con los cimbronazos provocados por factores políticos o por falta de coherencia entre los mismos funcionarios.



       
    
      

Buenos Aires, 29 de abril de 2018                                           HÉCTOR BLAS TRILLO

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