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jueves, 19 de noviembre de 2009

LA POBREZA ESTRUCTURAL TIENE UN ORIGEN 1/11/09

Segunda opinión

La pobreza estructural tiene un origen



Siempre ha dado rédito la caridad, en cualquiera de los sentidos con los que pretendamos apreciarla.

Escribo esta afirmación y me quedo pensando en la extraña dicotomía en la que he incurrido: la caridad da rédito.

Es curioso pero el receptor de la ayuda se encuentra agradecido cuando la recibe. Y mucho más si verdadera e imperiosamente la necesita.

De lo cual se deduce el viejo axioma político según el cual si no hay pobres hay que inventarlos. Porque luego mediante el recurso del poder de policía del Estado, los gobernantes imponen gabelas para redistribuir entre los que menos tienen. Y así se pintan de buenos y generosos, y hasta crean fundaciones con su nombre e incluso santos, como Perón.

La presidenta Fernández ha aclarado, por si cupiera, que la asignación universal por hijo no termina con el problema de la pobreza. La dádiva no termina con la pobreza, señora presidenta, la solivianta. Es decir, hace lo contrario.

En rigor, tampoco han terminado con ella a lo largo de muchos siglos, todo tipo de políticas basadas en la caridad, sobre todo de origen religioso o para paliar culpas por el sometimiento a la servidumbre y a la esclavitud de la inmensa mayoría de la población del mundo hasta el advenimiento de la Revolución Industrial y del acceso a la propiedad privada.

Pero ayudar al necesitado es siempre bien visto. Y hay quienes creen, y me lo han hecho saber, que quien desaprueba estas prácticas está en la antípoda de la bondad humana ¿Es así?

La verdad es que en los últimos 60 años en la Argentina han proliferado todo tipo de medidas tendientes a ayudar al necesitado. Y es obvio que la situación, lejos de mejorar, ha empeorado ostensiblemente ¿Por qué?

Porque el reparto de dádivas obligatorio que el Estado genera, desalienta al que produce y fomenta la holgazanería de quien recibe tales ayudas. En lugar de dignificar el trabajo y el esfuerzo, provoca el efecto contrario.

¿Esto ha sido entendido alguna vez en la Argentina? Personalmente creo que no.

Hoy es el tema de la asignación por hijo, ayer lo fue la mesa de los argentinos, antier el plan de jefas y jefes, anteriormente el plan trabajar, más atrás en el tiempo el pan porteño, el auto económico, el compre nacional, la caja PAN, los guardapolvos gratis, la fundación Evita, las campañas de abaratamiento, las listas de precios máximos. En el medio, los subsidios de todo tipo. Los cierres de importaciones, las prohibiciones de exportación. El combata al agio y la especulación, denuncie al comerciante deshonesto de los tiempos más oscuros del peronismo histórico, que hasta se metía con los programas humorísticos de la radio de la época, para que en sus libretos aparecieran referencias a estas cuestiones al mejor estilo de la propaganda nazi o comunista.

Lo social se ha convertido en la razón de ser del político. Y también del activista. A veces hasta del intelectual. Se ha confundido con asaz frecuencia lo popular con lo populista. Y directamente se subsume el primer término en el segundo.

Las tarifas sociales nos han dejado sin servicios públicos en 50 años, porque en verdad no son sociales, sino políticas. A comienzos de los 90 no había en la Argentina electricidad sobre todo en verano, ni gas en invierno, ni agua con gusto a agua en las canillas existentes. No había teléfonos. Los ferrocarriles habían alcanzado un grado de deterioro increíble. Las inversiones necesarias para poner en funcionamiento el sistema de servicios públicos eran directamente monstruosas.

Recuerdo especialmente los años 70, cuando con frecuencia viajaba yo en el ferrocarril Roca, en el ramal que pasa por Lanús. Los vagones ya estaban a oscuras, sin vidrios. Eran además insuficientes en las horas pico. Y buena parte de los pasajeros no pagaba su boleto, que además era sumamente barato.

Los tranvías habían sido eliminados en los años 60. Nadie parece haber notado esto desde el punto de vista económico. La tarifa del viaje en tranvía era siempre muy económica, y era única. Permitía larguísimos viajes por unas pocas monedas. Vías, estructuras, personal, estaciones y talleres de reparación, cableado y electricidad debían pagarse con esas monedas que abonaban los pasajeros. Hasta que el servicio capotó, como capotó la Corporación de Transportes dando paso al servicio de colectivos en manos de empresas privadas. Todo capotó.

Primero se vaciaron las cajas de jubilaciones, luego de agregaron impuestos y gabelas de todo tipo, se emitió moneda a rolete para financiar el déficit generado de tal manera que aquel viejo peso que dejó de tener vigencia el 31 de diciembre de 1969, hoy es la 10.000.000.000 millonésima parte del peso actual. El Estado se comió los ahorros de millones y millones de habitantes de clase media pagando tasas de interés ridículas mientras la inflación deterioraba sus depósitos hasta virtualmente extinguirlos. A ello le siguió el endeudamiento externo. Y la frutilla de la torta fue siempre la misma: la cesación de pagos, el default. O el desagio del plan austral, que es la misma cosa.

Las tarifas sociales (políticas) nos dejaron en pocas décadas sin servicios y con hiperinflación. El sistema jubilatorio fue esquilmado una y otra vez porque las necesidades de caja de los sucesivos gobiernos así lo requerían. ¿Y por qué había tanta necesidad de fondos?, porque las tarifas no alcanzaban a cubrir ni mínimamente los costos de los servicios. Ninguna empresa pública era rentable, incluyendo a YPF, que terminó con un patrimonio neto negativo de 4.200 millones de dólares a comienzos de los 90.

La hoy reestatizada Aerolíneas Argentinas tenía una ley a su medida. Fijaba las tarifas y otorgaba o no permisos para que otras empresas volaran tales o cuales rutas. La misma ley establecía que si Aerolíneas prometía prestar el servicio (es decir, no prestarlo pero decir que lo haría en algún momento) era suficiente motivo para que nadie pudiera volar una ruta.

Claro, se me dirá. Pero se brindaba un servicio a la población. Mínimo, malo, pero servicio al fin. ¿Era así?

¿Cuánta gente se murió por no tener a mano un teléfono? Tengo un caso en mi familia, un pariente asmático que vivía en el sur del conurbano y un día se murió de un ataque sin que su esposa encontrara una línea telefónica disponible para llamar a un médico.

Quienes recuerden lo que quedaba de los ferrocarriles en los años 50 tal vez puedan corroborar que tenían asientos de cuero, baños en todos los vagones y que sus guardas controlaban rigurosamente los boletos pagados por los pasajeros. Los más viejos tal vez recuerden la Unión Telefónica, cuando el Gran Buenos Aires (Capital y alrededores, que es la correcta denominación) contaba con la vigésima o trigésima parte de la población actual y un número de teléfonos similar al que existía a mediados de los años 60, es decir 25 años después.

¿Por qué el Estado caía entonces en estos despropósitos y no aplicaba las tarifas adecuadas? Porque la población tenía sueldos bajos y era necesario subsidiarla. Y no sólo eso.

A fines de los 40 el entonces gobierno peronista congeló de manera indefinida los montos de los alquileres. Éstos estuvieron congelados hasta mediados de los años 70 en que se desmanteló el engendro. Conozco una familia que pagaba en ese momento $ 0,30 ley 18.188 por una casa de 4 ambientes en un lote de 30 metros a escasos 9 km del Obelisco.

El Estado no sólo subsidiaba sino que exigía a los propietarios de casas o departamentos que colaboraran. También se lo exigía a los comerciantes, mediante controles de precios. Y a los productores, mediante la fijación coercitiva de los salarios y las prohibiciones sobre los despidos.

Así las cosas, le mercado laboral se pauperizó y fue reemplazado por el empleo público agravando el déficit crónico. La construcción se paralizó y fue reemplazada por las casitas de Perón y el FONAVI. La inversión productiva se redujo a lo posible en cada caso.

Salvo escasos períodos, nadie quería invertir en el país a menos que se le garantizara una tasa de retorno que justificara el riesgo ¿Tenían razón los inversores? Por supuesto.

Cuando el resultado de una inversión pasa a depender del humor político de turno, no es confiable poner un peso a menos que seamos amigos del poder y nos garanticen que no nos tocarán ¿A alguien le suena esto?

El sector agropecuario, hoy tan vapuleado por ciertos políticos lo bastante torpes como para preguntarnos por qué están donde están, supo ser el gran aporte de recursos para las inventivas de los gobernantes de turno. Es que éstos últimos querían desarrollar al país, dado que la inversión privada no acudía.

Así nacieron empresas como YPF, Fabricaciones Militares, HIPASAM, Aluar, Papel Prensa, Altos Hornos Zapla, Petroquímica General Mosconi, y tantas otras. Claro, es que el sector privado no arriesgaba y el Estado debía cumplir su rol de impulsar el desarrollo estratégico ¿Era así?

En cierto modo, claro que sí. Nadie estaba dispuesto a arriesgar en estas condiciones. El momento más torpe que nosotros por lo menos recordamos es el de la dicotomía entre acero o caramelos. Es eslogan hizo furor en algún momento de los años 70. Se sostenía que había que producir acero porque era estratégico, y no caramelos. Hoy tenemos una de las fábricas de caramelos más grandes del mundo y el acero ha mermado dramáticamente en su utilidad dada la tecnología actual.

Esto que exponemos es un pantallazo histórico. De ninguna manera recorre todo cuanto se ha hecho en la misma dirección. Se establecieron derechos para los trabajadores. Licencias, vacaciones, permisos especiales. Se dispuso el pago de un Sueldo Anual Complementario y se crearon las obras sociales compulsivas y la afiliación obligatoria al sindicato único por rama de actividad con personería gremial otorgada por el gobierno. Se conformaron las federaciones y confederaciones sindicales y finalmente la Confederación General del Trabajo. Todo para que los trabajadores vivieran mejor al tiempo que se les pagaban salarios en moneda devaluada por la inflación generada por los gobernantes, se les consumían sus ahorros (los voluntarios y los compulsivos a las cajas de jubilaciones), y, si por casualidad las tuvieran, sus propiedades alquiladas.

Mientras se prometía y se otorgaba, en realidad se pauperizaba.

No hace falta ser muy sesudo como para entender que el crecimiento de la economía lo que requiere son inversiones, trabajo fecundo, ingreso de capitales, educación y, en definitiva, esfuerzo.

No se trata de que porque hace falta todo eso se abuse o se viole los derechos que genuinamente les corresponden a las personas, más allá de que están establecidos en la propia Constitución Nacional. Pero es obvio que la supuesta generosidad hace rato que pasó de castaño a oscuro y muestra a las claras el grado que ha alcanzado el populismo en la Argentina.

Es algo natural y lógico que todos podamos tener descanso hebdomadario. O vacaciones. Que podamos ir al médico o asistir a un cónyuge o a un hijo. No estoy diciendo que no. Al contrario. Lo que sí digo y reitero es que todo aquello que implica una concesión tiene un costo. Y que ese costo debe ser evaluado y debidamente justipreciado.

No es multiplicando feriados y licencias como se genera el trabajo necesario para producir más y mejor. Esto también es obvio. Y todo el mundo lo sabe.

No es faltando a la escuela o teniendo muchos días de vacaciones y de descanso por los motivos que fueren, como se educa mejor. Esto también todo el mundo lo sabe.

Nuestro país se ha sumido durante décadas en este tipo de filosofía, por así decirlo. Y es así como el aparato productivo, la inversión, la seguridad jurídica y la producción en general se deteriora.

Hoy no tenemos una moneda confiable, no tenemos una legislación confiable, no tenemos en la práctica un Estado de Derecho. Tenemos en realidad un grupo de mandones que hacen cualquier cosa con los índices de precios, con las importaciones y exportaciones, con la plata de las AFJP, con lo que se les ocurra. Hacen cualquier cosa con las leyes, con los fondos públicos, con los cargos políticos, con lo que sea.

En todo lo que antecede creo yo que debemos buscar las causas del empobrecimiento de la Argentina. Un país que a comienzos de la Segunda Guerra Mundial era el séptimo en el mundo y lejos, muy lejos, el más desarrollado de la llamada América Latina.

La pobreza estructural tiene un origen y yo traté de esbozarlo en estas breves líneas.







HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 1 de noviembre de 2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Sr. Trillo,
Pensaba que Usted estaba escribiendo sobre Venezuela.
Los ciudadanos hemos dejado en manos de mediocres, el curso de nuestro países. Espero que su nuevo Congreso pueda enderezar las cosas en argentina y que hayan aprendido la lección. Miremos alrededor nuestro y no hay derecho que tantos países estén sufriendo la misma calamidad y no aprendamos de los errores de los demás.
Muy oportuna la lectura de su artículo

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