El Ágora
TODOS SOMOS CARENCIADOS
Carecer de lo esencial es hoy moneda corriente. Y eso nos afecta a todos.
Creemos que nadie puede poner en duda que la Argentina ha venido decayendo a lo largo de la última centuria en su posicionamiento comparativo con los demás países. Tal vez resulte ocioso volver a aportar datos respecto del lugar que ocupábamos hace apenas 100 años. Podríamos citar muchísimos ejemplos, muchos de los cuales son de todos conocidos. Digamos, como una simple muestra, que Buenos Aires inició la construcción del tren subterráneo que corre bajo la Avenida Rivadavia, en 1905. Y que en ese momento era el quinto país del mundo en encarar un servicio de ese tipo.
La decadencia tiene una causa esencial: el abandono del sistema jurídico establecido en la Constitución de 1853. Todo el resto ha venido por añadidura.
Ciertos paradigmas que hoy son políticamente correctos, resultan inexplicables en términos de la igualdad ante la ley. Prácticamente no se respeta la propiedad, no hay libertad de trabajo, tampoco de enseñar y de aprender, no hay libre afiliación, no hay cárceles sanas y limpias para seguridad y no para castigo de los reos. No es la igualdad la base del impuesto y de las cargas públicas. No se cumple aquello de que todos somos admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad.
No se respetan los derechos más elementales de los habitantes. No existe el derecho bancario y fiscal. No se respeta la ley de quiebras. No se respetan contratos ni el valor de la moneda. Nadie está seguro de poseer mañana lo que ya posee hoy.
Nadie puede asegurar que no aparecerá algún tribunal especial para juzgar nuevamente lo juzgado. Y nadie está libre de sufrir ese oprobio nazifascista bautizado como escrache.
Cualquiera que haya debido llevar adelante un pleito, tanto como para reclamar lo que considera suyo como para defenderse, sabe que la justicia está amañada, condicionada por el poder político en muchísimos casos. Sabe que hay corruptelas y “amistades”. Sabe qué puede resultar aún antes de iniciar su reclamo. Cualquiera sabe que iniciar cualquier planteo de inconstitucionalidad es una odisea semejante a la conquista del Sistema Solar, con resultado incierto y, además, probablemente negativo.
No tenemos derecho de circular libremente, porque cualquiera por cualquier motivo puede disponer cortarnos el paso.
No tenemos derecho, ante cualquier reclamo callejero, a ver las caras de los manifestantes porque muchas veces marchan encapuchados.
No tenemos electricidad y las compañías que brindan el servicio gastan fortunas para que ...no consumamos lo que nos venden, en lugar de hacer lo contrario.
No tenemos gas, especialmente si hace frío.
No tenemos nafta.
No tenemos seguridad en ningún orden. Ni física ni jurídica.
No tenemos la libertad de elegir libremente lo que difundimos en caso de contar con un medio radial o televisivo.
No tenemos derecho a la intimidad de nuestros datos, que son públicos y cualquiera puede buscar en Internet.
Es factible que alguien ocupe los espacios públicos en cualquier lugar, sin que sea reprimido en términos legales.
No podemos estar seguros de que no invadirá nuestras casas alguna horda comandada (o no) por “punteros” políticos.
No tenemos moneda.
No tenemos estadísticas confiables.
Prácticamente no tenemos un Congreso que funcione como tal.
No tenemos derecho de adquirir tecnología al mismo precio, o similar, que el que rige en el llamado Primer Mundo. Cualquier aparato tecnológico cuesta la cuarta parte en Miami.
No tenemos derecho a disponer de nuestro dinero porque no hay billetes.
No estamos seguros de que se respetarán nuestros depósitos.
No sabemos a qué retenciones o pagos a cuenta seremos obligados por nuestros depósitos en bancos, porque se aplican todo tipo de regímenes nacionales y provinciales por las dudas, sin consultarnos y sin estar el Estado en absoluto seguro de que corresponde.
No tenemos agua.
No podemos salir con tranquilidad de nuestras casas.
No podemos ganar dinero sin que se nos mire con desconfianza.
No tenemos derecho a no ser insultados por disentir del gobernante de turno.
No contamos con medios de difusión públicos de carácter pluralista.
No contamos con un Estado que se preocupe por mejorar su eficiencia para poder competir en el mundo.
No podemos iniciar una actividad sin primero tener que abonar importantes sumas para “habilitar” lo que sea.
No tenemos derecho a viajar en condiciones de confort mínimo, porque los sistemas públicos son pésimos y los “charters” son considerados “truchos” y están semi prohibidos.
Nada se cumple, nada se respeta. En las escuelas los “planes oficiales de estudio” mienten respecto de lo ocurrido durante los años 70. Se rehúye la verdad histórica por razones políticas.
Mientras unos disfrutan de exilios dorados o de la caricia del poder de turno, otros se pudren en la cárcel, siendo todos ellos igualmente asesinos.
No tenemos defensa ante amenazas exteriores o interiores.
Hemos renunciado al uso de la fuerza para restablecer el orden.
Con un país creciendo a tasas del 8% anual, tenemos casi un 40% de pobres y con perspectivas de tener más, como consecuencia de la estafa inflacionaria montada desde el propio Estado. Que sí afecta primero que a nadie a los más pobres.
No tenemos escuelas públicas ni para la mitad de la población en edad escolar.
Escuelas y universidades han bajado su nivel al punto de que verdaderos profesionales cometen horrores de ortografía e ignoran cuestiones elementales.
Los maestros toman de rehenes a los alumnos (nuestros hijos) por cualquier reclamo sindical.
No existe en la práctica la división de poderes.
Se ha abandonado el federalismo y se ha pasado a un régimen llamado de “coparticipación” que se presta a manejos políticos de todo tipo y exime a las provincias de sus responsabilidades.
Los parques y las plazas se han convertido en potreros, en especial en las grandes ciudades.
Nadie combate seriamente, que se sepa, los circuitos de armas y de drogas, que son la base de tantísimas muertes espantosas y sin sentido.
La gendarmería ha sido desviada a cuidar el cono urbano y sin ser reemplazada en las fronteras.
La Prefectura Naval también. Y además no cuenta de por sí con material suficiente para controlar debidamente la Plataforma Submarina.
Las Fuerzas Armadas no tienen material, no se entrenan debidamente. No pueden intervenir en cuestiones internas como sí lo hacen en Brasil, en Chile, en Uruguay o en Bolivia.
Todos los habitantes de esta gran Nación nos hemos convertido en súbditos de un poder agobiante. Nuestros derechos están condicionados.
En lo económico depende de lo que digan dos o tres funcionarios, que nos controlan y vigilan permanentemente para que hagamos lo que a ellos les parece. En lo político no podemos hacer valer nuestros derechos si no nos afiliamos a un partido político. Y hasta por ahí.
En lo jurídico ya lo dijimos, iniciar una demanda de cualquier tipo puede volverse un bumerán antes de dar los primeros pasos por imperio de factores absolutamente antijurídicos.
En lo social no contamos con la posibilidad básica de tener seguridad. No disponemos libremente de la propiedad de nuestros bienes. No tenemos escuelas de enseñanza gratuita para nuestros hijos, porque las que tenemos son pocas y los planes de estudio son absolutamente condicionados por patrones ideológicos que esconden las verdades históricas.
Además, como se sabe, en las escuelas se prioriza la concurrencia y no el nivel de conocimientos. En muchísimos casos reemplazan a los padres en torno de alimentar a sus hijos.
Los gobernantes destruyen el valor de la moneda y reparten subsidios y dádivas.
Prácticamente intervienen tales gobernantes en todos los factores económicos, que al parecer no funcionarían si no fuera por la dadivosidad y generosidad de ellos.
Podríamos seguir, simplemente acudiendo a nuestra memoria, enumerando muchas cosas más de las que carecemos. Pero esto es más que suficiente.
Todos somos carenciados. Esa es la verdad.
Existen personas con mayor pode adquisitivo que otras, claro está. No todos estamos en igual situación. Pero la verdad es que todos carecemos de las cosas que acá enumeramos y de las que falta enumerar.
Somos prisioneros de nuestras propias falencias. De nuestros propios errores. La anomia que nos rige es una pavorosa consecuencia.
En un país sin justicia lo que nos ocurre es justo.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 28 de diciembre de 2010
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