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lunes, 20 de junio de 2016

¿GOBERNAR PARA LOS RICOS? 9/5/16

El Ágora
¿GOBERNAR PARA LOS RICOS?

            En términos generales, los resabios del kirchnerismo, lo mismo que la izquierda, acusan a la actual administración de estar “gobernando para los ricos”. De nada sirve que sepan, tanto estos sectores como la comunidad en general, el estado en que quedó el país luego de 12 años de gobierno populista con claro sesgo autoritario. Ni las cifras de pobreza difundidas por la UCA (ya que el anterior gobierno decidió no difundirlas nunca más para no “estigmatizar” a los pobres), hasta los datos de la UNICEF recientemente conocidos, demuestran que en la Argentina existe un 30% por lo menos de la población por debajo de la línea de pobreza, y que 4 millones de niños entre 0 y 17 años se encuentran en condiciones paupérrimas de supervivencia, por decir lo menos.
           Se ha heredado una situación sobre la que no vale la pena insistir, pero sí recordar a grandes rasgos: más de 20 millones de personas que reciben algún tipo de subsidio directo del Estado,  la inmensa mayoría de la población con sueldos inferiores a $ 6.500 por mes, un déficit público de 7% del PBI nacional, una economía desquiciada, con caídas inconcebibles en volúmenes de exportación, generación de energía (absolutamente deficitaria), economías regionales paralizadas por el atraso cambiario, cierres de importaciones y exportaciones, prohibición de giro de dividendos, endeudamiento del Tesoro Nacional con el Banco Central del orden de los 40.000 millones de dólares, contratos oscuros y cautivos con China y Rusia, préstamos leoninos al Banco Central denominados “swaps” para sostener volúmenes de reservas, deudas de miles de millones de dólares por importaciones impagas y un sinfín de etcéteras.
          El nuevo gobierno ha salido al ruedo intentando arreglar, a grandes rasgos, las principales distorsiones en la economía, desde la salida del default con los denominados “holdouts”, hasta el oprobioso y retrógrado “cepo” cambiario, pasando por el “sinceramiento” de tarifas de servicios que llevaron al país al actual estado de déficit energético, cortes de luz y de gas, baja de tensión y de presión en ambos servicios, deterioro sostenido y constante del servicio de transporte y nuevamente un montón de etcéteras.
         La inflación, que era inexistente en tiempos de la llamada convertibilidad, pasó a ser moneda corriente desde los tiempos en que el ex ministro Lavagna pretendía mantener una economía “competitiva” mediante el artilugio monetario de comprar dólares más caros de lo que valían, emitiendo moneda para tal fin.
         El actual gobierno, que siente una inmensa culpa por tener que salir a sincerar tarifas (especialmente en Capital Federal y Gran Buenos Aires, ya que en el Interior la situación es bien distinta), rápidamente ha salido a intentar tapar agujeros otorgando “tarifas sociales”, ayudas extra a los jubilados y ajustes a las apuradas en el destruido esquema del impuesto a las ganancias. Al mismo tiempo, intenta llevar adelante un proyecto de restitución de IVA a jubilados en determinadas condiciones y con determinados topes. A su vez, reinstala en denominado “plan precios cuidados” que no es más que un engaña pichanga para intentar disimular el efecto de la inflación, que al dejar de estar reprimida por el cepo cambiario se manifiesta en toda su contundencia.
         Lo cierto es que nadie ignora que las tarifas eran regaladas, tanto en gas y luz como en transporte. En ferrocarriles, por ejemplo, no sólo eran ridículas sino que la mayoría de los pasajeros no abonaban siquiera su boleto.  
         Lo ocurrido en años de populismo fue que mucha gente se acostumbró a contar con servicios prácticamente gratis, y por lo tanto a destinar el dinero a otros fines, que es lo que normalmente ocurre en cualquier hogar y en cualquier circunstancia.  Claro, esto en Capital y Gran Buenos Aires fundamentalmente, porque en la región urbana se concentra el mayor porcentaje de población del país y es aquí donde están los votos para el populismo.
        Las tarifas ridículas incluyen el agua corriente, los combustibles líquidos y otras derivaciones. De tal modo que la desinversión fue creciendo a lo largo de los años, generándose los cortes y la baja de la calidad de los servicios de todo lo cual el anterior régimen culpó, desde siempre, a las empresas, sin la menor autocrítica por la falta de adecuación de las tarifas a la pérdida de valor de la moneda producto de la desidia  y el despilfarro.
        Hay que decir que estas cuestiones no son nuevas en la Argentina de los últimos 70 años. Ya han ocurrido. Cuando se habla del abandono del ferrocarril, suele hacerse referencia a la década del 90, pero la verdad es que las tarifas políticas y la falta de inversiones en una infraestructura costosísima como la ferroviaria data de varias décadas. Y no es cierto que los ferrocarriles hubieran sido “privatizados”, porque jamás dejaron de ser del Estado, lo mismo que el Subsuelo, es decir, los combustibles líquidos y el gas.
         Nosotros no podemos saber si el actual gobierno hará las cosas bien, si habrá corrupción o situaciones delictuales, pero sí podemos afirmar que la reinserción en el mundo era indispensable. Tanto lo era que cuando el ministro Prat Gay salió a pedir dinero para abonar a los holdouts luego del acuerdo arribado, recibió ofertas por 67.000  millones de dólares, de los cuales tomó apenas 16.500 para pagar a los acreedores 9.300 millones e incrementar con el resto las reservas del Banco Central para afrontar compromisos en los próximos meses.
          Y no hablamos aquí de la  corrupción de todo tipo que hoy está en el centro de las denuncias y acciones judiciales, con empresarios y ex funcionarios procesados y detenidos por la Justicia. Personajes  a los que bien poco le importó “gobernar para los pobres”. Hay que repetirlo, porque parece que hiciera falta.
         Para que vuelva la inversión debe haber un reacomodamiento de los llamados precios relativos, debe haber una reinserción en el mundo a la que nos referimos, debe haber estabilidad jurídica y debe garantizarse tanto como sea posible que la ley será respetada y que volverá el Estado de Derecho y el respeto de las Instituciones. En estas cosas, como en tantísimas otras en la vida, no hay milagros.
        Acá no se trata de transferencias de ingresos a los “poderosos”, como repiten desde las usinas del régimen que abandonó el poder el 10 de diciembre expulsado por el voto popular.
Para que las fábricas trabajen, los campos produzcan, y la economía funcione, debe existir un sistema jurídico, económico y político que respete las reglas del juego y garantice la continuidad jurídica, de manera tal de atraer inversiones y mejorar la capacidad productiva y sobre todo la productividad.
       Toda la carrera de precios y salarios que debimos soportar todos estos años tiene como único responsable a un gobierno que no trepidó en “darle a la maquinita” de hacer billetes con el objeto de repartir dádivas y brindar así la idea de que de tal modo se ayuda a los pobres.
       ¿Es posible considerar exitoso a un gobierno que teniendo los mejores precios de la historia de las commodities (soja, trigo, petróleo, lácteos) haya dejado un país con un 30% de su población por debajo de la línea de pobreza y 20 millones de personas necesitando de un subsidio del Estado para sobrevivir por no contar con un trabajo digno? ¿A qué se debe que 4 millones de niños tengan que comer en las escuelas y no en sus casas? ¿Esto es gobernar para los pobres?
         La finalidad del sistema político, el que sea, es la de crear condiciones para que la gente tenga trabajo, estudie, se prepare para la vida y desarrolle su potencial tanto como sea posible para permitirle vivir dignamente con “el sudor de su frente” ¿o no?
        La deuda que ha dejado el kirchnerismo es enorme, y no solo crematística sino también social.  A ello se agrega la inmensa corrupción, que costó incluso numerosas vidas, o las operaciones denominadas de “dólar futuro” que implicaron una pérdida de 70.000 millones de pesos producto de la venta a precio vil de dólares en los meses de noviembre y comienzos de diciembre que debió afrontar el actual gobierno.
         Falta infraestructura, faltan rutas, quedan pendientes miles y miles de juicios previsionales perdidos por el Estado (o que se perderán en el futuro), falta equipamiento, existe un evidente atraso en telefonía, los pleitos en el CIADI no se han terminado ni muchísimo menos.
         Y todo este inmenso caudal, que tantos miles de millones de pesos cuesta, debe ser afrontado por el sector privado, que soporta la presión tributaria más alta de la historia, a la que se suma la inflación y la pérdida de mercados internacionales producto de la desidia y hasta de la estupidez.
       Las consignas vacuas del estilo de “gobernar para los ricos” caen como globo desinflado ante la evidencia del desastre socioeconómico heredado. El atraso educativo, la inseguridad, la drogadicción, el narcolavado, el deterioro social, la pobreza, la indigencia y hasta el “hambre de agua” de aquel chico de nuestro Norte que quedó grababa en nuestros sentidos para siempre. Todo este engranaje maldito y retrógrado, ¿es acaso el producto de un gobierno que gobernó para los pobres?
       Las mentiras terminan más rápido de lo que los mentirosos suponen. Y cabe recordar que “sólo la verdad nos hará libres”.

           

Buenos Aires, 9 de mayo de 2016                                            HÉCTOR BLAS TRILLO

                                                                                        

 


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