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martes, 8 de junio de 2010

BAJOS INSTINTOS 3/5/10

El ágora

BAJOS INSTINTOS





Es evidente que el poder político no parece responder, hoy por hoy, a las necesidades básicas insatisfechas de la población.

En efecto, mientras las empresas encuestadoras revelan una y otra vez que lo que le preocupa a la gente está relacionado con temas como la inflación, la inseguridad, la educación o la falta de trabajo, los políticos están preocupados absoluta y definitivamente en otras cuestiones. Tales cuestiones son ignoradas de manera absoluta por buena parte de la población, a su vez. Las encuestas muestran, por ejemplo, que temas tales como la discusión del matrimonio entre homosexuales, la sanción de D.N.U. o la coparticipación del impuesto al cheque están casi totalmente fuera de su órbita de interés. El hombre común, en un altísimo porcentaje de los casos, desconoce los asuntos o no tiene una opinión formada; y definitivamente y por lejos no le parece lo más importante.

Si observamos a vuelapluma las distintas manifestaciones más o menos callejeras podemos observar que en muchos casos lindan la ilegalidad y son punibles en la legislación vigente, buena parte de ellas son protagonizadas por grupos elitistas fanáticos que están solventados por dineros públicos al administrar planes sociales de diverso origen y catadura. Manifestarse públicamente es un acto absolutamente legítimo en todos los casos. Y también legal. Pero no es legal ocupar fábricas o cortar calles, rutas y puentes intencionalmente, por ejemplo.

Por otra parte la mayoría de las personas que participan en piquetes organizados por grupos políticos afines a esas prácticas, concurre a las manifestaciones sin tener idea de las razones por las que concurre y solamente le interesa formar parte de la troupe para cobrar su abono en planes de ayuda. Es decir, se trata de personas sometidas y humilladas por un sistema absolutamente perverso y profundamente cruel, abusivo, inescrupuloso.

Si nos detenemos a analizar en qué casos los manifestantes están verdaderamente compenetrados de lo que ocurre en determinados actos políticos, veremos que no son muchos aquellos en los que sí quienes asisten saben claramente de qué se trata. Digamos que, por ejemplo, saben a qué van las organizaciones autodenominadas defensoras de los derechos humanos, los participantes de actos espontáneos motivados en la protesta por la inseguridad, el impresionante acto del llamado campo en 2008 en Rosario y algunos más. El resto, la verdad que ni ahí.

De manera que entonces, no tenemos casi manifestaciones espontáneas o por lo menos con participantes conocedores de los temas por los que reclaman. Y a su vez, muchas manifestaciones, incluso aquellas en las que participan personas conscientes de para qué van, están solventadas con dineros públicos o provenientes de organizaciones internacionales que bancan las paradas.

El actual gobierno del matrimonio Kirchner ha basado una buena parte de su política (por no decir que toda) en comprar la calle. Volcar la calle a su favor fue cuestión prioritaria de Néstor Kirchner y lo es hoy de su señora esposa (y también de él mismo, claro está). Lo ha dicho públicamente además.

Así, los profesionales piqueteros resultaron pagos por el gobierno y actuaron y lo hacen aún con la casi absoluta impunidad. Incluso en ciertos casos, las acciones fueron digitadas por el propio presidente de la República, como el recordado caso de la petrolera Shell. El propio Dr. Kirchner se ha manifestado dispuesto a “entender” los cortes de rutas, calles y puentes cuando son hechos por que él denomina sectores carenciados o humildes.

La política de no reprimir actos de tal estirpe ha dado lugar a que hoy en día cualquiera corte calles o rutas por cualquier motivo. Mucha gente no tiene idea de que un acto de esa naturaleza es ilegal. Y es razonable que así sea, ya que ve por televisión una y otra vez que tales cortes se suceden por cualquier motivo y casi sin distinción de rangos. Excepto cuando los cortes los hicieron los ruralistas, el resto ha sido siempre permitido, consentido y, como decimos más arriba, alentado. La frutilla de la torta es, claro está, el corte de puente internacional General San Martín, en Gualeguaychú, que lleva la friolera de tres años y medio sin que ninguno de los poderes públicos tanto nacional como provincial se ocuparan seriamente del asunto para darle fin.

Se suceden declaraciones desde distintos sectores en las que de alguna manera se justifican los cortes de ruta, las ocupaciones de fábricas y hasta los asaltos a los supermercados. El criterio de justificar la acción ilegal porque no hay otra salida da lugar a que el Estado de Derecho sea reemplazado por la horda, por el grupo de presión, por la patota, por la prepotencia. Es la forma de evitar que, del otro lado, quien ve conculcados sus derechos, salga a cruzar el Rubicón. Si uno observa el comportamiento de Néstor Kirchner, de su adlátere Guillermo Moreno o de piqueteros oficialistas como Luis D Elía, verá que lo que decimos es absolutamente así.

Sin salirnos del tema podemos decir que la anomia y hasta la anarquía han ido apoderándose de la población en casi todo, mientras un grupo de políticos a la sazón diputados y senadores, se devanan los sesos intentando pulir estrategias y chicanas para cuestionar o no la coparticipación del impuesto al cheque o la redacción de tal o cual D. N. U., mientras la inseguridad callejera es alarmante, las muertes son diarias y los problemas con la escuela pública lindan con la dejadez más asombrosa. Mientras el país se hace pedazos impotente ante la cruda realidad, los representantes del pueblo y de las provincias discuten el sexo de los ángeles.

La inflación es negada por los funcionarios de manera freudiana básica. No sólo es negada, sino que el organismo encargado de llevar las estadísticas (el INDEC), está intervenido burdamente por una patota que se encarga de mentir de manera evidente con el consentimiento obvio del poder político (incluidos el poder legislativo y también el judicial). Es decir, se miente negando y se miente también actuando.

La gente siente que mientras por un lado se niega lo obvio y se miente descaradamente, por el otro si reacciona cortando, ocupando, usurpando o incluso robando, tal vez puede zafar con el argumento de que nadie la escucha.

La situación se vuelve así prácticamente instintiva. Cada cual se mueve como puede y como quiere en esta selva densa y poco confiable. Nadie puede asegurar absolutamente nada bajo el marco de la ley.

Los políticos en conjunto están tan en otra cosa que toman como parte del paisaje todo lo que ocurre. Y si les preguntan, lo justifican.

Si a todo esto le agregamos la corrupción, la falta de expectativas, el autoritarismo, el ataque a la prensa libre, el abuso de poder, la supresión de los secretos bancario y fiscal, la pauperización de los planes de estudio y mil etcéteras, tenemos un panorama terminante.

Titulamos estas líneas pensando en los instintos más bajos que se ponen de manifiesto cuando se siente que llegamos a un sálvese quien pueda, y como pueda. Imposible no asociar el título con la película famosa. Pero al ir al cine no podemos dejar de recordar las escenas en el Titanic ante el inminente hundimiento. Suponemos que todo el mundo habrá visto alguna vez esa película. Podemos recordar las bajezas y las torpezas de seres humanos desesperados intentando salvarse aún ante la certeza de que eso no ocurrirá.

Creemos que exactamente eso es lo que está ocurriendo en esta triste hora en la Argentina.





HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 3 de mayo de 2010

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