Translate

domingo, 24 de noviembre de 2013

TODO ES LO QUE PARECE 23/11/13

El Ágora
ECONOMÍA: TODO ES LO QUE PARECE
En economía es posible hacer cualquier cosa, lo que es imposible es evitar las consecuencias.


Empecemos por señalar lo obvio: lo que nos ocurre es responsabilidad de los gobiernos del matrimonio Kirchner. Todo.
Todos los cambios producidos en estas horas son la consecuencia de la evidente crisis en la que ha entrado la economía argentina. Tenemos serios problemas con la energía, con la inflación, con los acreedores que no entraron en los canjes, con el cepo cambiario, con la balanza comercial, con la presión tributaria, con la pérdida de poder adquisitivo del salario, el pavoroso déficit fiscal que se cubre con emisión espuria de moneda, con las importaciones, con las exportaciones, con el tipo de cambio.
Es el gobierno el que decide reemplazar al ministro de economía y al controvertido secretario de comercio interior. Es el gobierno el que cambia al jefe de gabinete. Es el gobierno el que se saca de encima a la presidenta del Banco Central, luego de haberla impuesto violando palmariamente la carta orgánica de ese banco que le garantizaba autonomía.
Es el gobierno el que ha tomado nota de que tenemos problemas, y que algo hay que hacer para enfrentar la situación. No está mal tomar nota al menos cuando visiblemente el barco está hundiéndose.
Durante años el país se ha manejado a tontas y a locas en materia económica.  En la práctica no hubo un ministro de economía desde los tiempos de Roberto Lavagna. El Banco Central fue avasallado en su autonomía y funcionamiento con la expulsión fuera de toda legalidad de Martín Redrado. Un insólito secretario de comercio se encargó de dirigir los destinos de bienes y haciendas durante 7 años sin firmar prácticamente nada y cometiendo todo tipo de tropelías y abuso de poder.
Las consecuencias están a la vista y son obvias. Si bien lo vemos, los sectores más críticos que hemos señalado a vuelapluma, tienen el ingrediente de un intervencionismo a la violeta. En todos ellos la discrecionalidad, la falta de criterio, la visión populachera y hasta el entramado de corrupción que implica poder disponer a piaccere de lo que producen los demás, son de una obviedad meridiana.
Desde la confiscación de Repsol hasta la apropiación de las AFJP. Desde la conversión del Banco Central en una secretaría del poder político hasta la prohibición de girar dividendos o la de ahorrar en moneda extranjera. Todo esto y mucho más nos ha llevado a todos a un cuello de botella del que ahora el gobierno pareciera querer salir.
Claro, desde la designación de Kicillof al frente de Economía, hasta la del mismísimo Capitanich como Jefe de Gabinete,  es obvio que se apunta a cambiar una forma de intervencionismo, de la que ambos son parte, por otra. Se quiere cambiar la forma de intervenir. No otra cosa. Podríamos decir que cambiar puede salvarnos al menos en lo más grueso de las crisis. Pero para eso es fundamental evitar la discrecionalidad, apegarse a la ley, respetar las instituciones. No está en la naturaleza del actual gobierno, lamentablemente, hacer eso.
Los antecedentes de Kicillof son de todos conocidos y no vale abundar. Baste decir que fue el artífice ideológico de la confiscación de las acciones de Repsol mediante un decreto presidencial y con la compañía de la Gendarmería. También fue el que le dijo a la empresa Techint, en nombre del gobierno, que “si queremos los fundimos”. Capitanich, por su parte, fue el que se vanaglorió de pagar bonos chaqueños nominados en dólares con pesos al cambio oficial estafando a los tenedores. Estos antecedentes son elocuentes sin más trámite. Poner dinero en la Argentina es someterse a esta clase de estropicios en cualquier momento.
Por lo que se sabe, la designación de Fábrega en el Banco Central apunta a intentar poner orden en sus cuentas luego del descalabro de Marcó del Pont. El asunto es que si no se restituye la autonomía de la entidad, nada podrá hacerse si desde el poder político se le exigen enormidades como las que se le exigieron a la gestión finalizada.
El verborrágico jefe de gabinete ha salido a expresar opiniones por lo general bastante vacías de contenido, aunque también señaló algunos aspectos que por lo menos son curiosos. Por ejemplo dijo que la salida del secretario de comercio no implica haber arribado a un “viva la pepa”. En buen romance, lo que ha dicho Capitanich es que no se crean los empresarios que si desapareció la mano dura del autoritario exfuncionario, ahora entraremos en el reino de Jauja.
La concepción según la cual el gobierno debe intervenir en la “formación de precios”, en las utilidades y los costos de las empresas, y en las cadenas de comercialización sigue plenamente vigente.
La cuestión a dilucidar aquí, para empezar a hablar, sería la de por qué suponer que funcionará mejor con mano blanda lo que no funcionó con mano dura. Pero esto es una disquisición para señalar el gatopardismo en que se incurre.
Los precios de los bienes y servicios son aquellos que los consumidores pueden y están dispuestos a pagar por ellos. Y no otros. Si el Estado interviene y pretende que tales precios sean menores a los que el mercado determina, ya sabemos lo que ocurre: faltarán bienes y servicios  o habrá mercado negro. O ambas cosas.
Por su parte la cadena de comercialización puede ser pésima, pero no es inflacionaria. Los productos que consumimos serán más caros o más baratos si somos más o menos eficientes, pero no alterarán sus precios si no hay inflación, como ocurrió cuando la moneda estuvo atada al dólar durante una década, por ejemplo. Lo cual demuestra por si a alguien le cupieran dudas que el problema está en la unidad de cuenta (la moneda) y no en las gentes.
Lo que se observa es una increíble liviandad en el diagnóstico, a lo que se suma la hipocresía más absoluta al negarse a utilizar la palabra “inflación”, que ha sido reemplazada en los dos funcionarios por una expresión relativa: “variaciones en los precios”. Los eufemismos no modifican la realidad, pero sirven para que quienes los oyen tomen precauciones. Quien tiene miedo de hablar claramente tiene miedo de hacerse cargo de aquello de lo que se ocupa. Y es obvio que estos funcionarios no se atreven a contradecir a la presidenta. No se atreven aún sabiendo que con expresiones como esa se convierten en el hazmerreír de la profesión de economía.
El Estado y el gobierno argentinos hace ya varios años que  vienen violando de una o de otra manera el derecho de propiedad. Desde la “pesificación” hasta la apropiación de las AFJP. Desde la toma a punta de pistola de Repsol hasta las licencias de radio y televisión. Desde la prohibición de ahorrar en moneda extranjera hasta el no cumplimiento de fallos que otorgan derechos, como en el caso de los jubilados.
No es motivo de este comentario avanzar sobre esos temas, pero sí de señalarlos porque muestran el contexto en el que nos movemos.
Un intervencionismo fundamentado en la idea de que los empresarios son los responsables de lo que nos pasa, mientras el gobierno elude su responsabilidad en materia monetaria y no garantiza la seguridad jurídica.  La reiterada creencia en las conspiraciones y en los “golpes de mercado” termina de este modo en la certeza de que si algo está pasando, es por culpa de intereses corporativos que se mueven en las sombras dejando impolutos a los funcionarios que actúan de la manera que han actuado y que brevemente describimos.
La negligencia más absoluta con que se ha manejado una enmarañada trama de subsidios y prebendas es de todos conocida. Es elocuente y salta a la vista en el sistema ferroviario, por ejemplo. O  en la caída dramática de la producción petrolera luego de casi una década de congelamiento de tarifas en pesos que pierden valor todos los días.
Un déficit fiscal incontrolado  e incontrolable, movido por impulsos populistas y clientelistas que se sirven de la cosa pública, sin escrúpulos y sin límite alguno.
Tenemos el resultado que era de esperar, y no otro. Si ahora parece que las cosas van de mal en peor, no es una ilusión. No es una sensación. Es que van de mal en peor. Todo es lo que parece.


HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,  22 de noviembre de 2013

No hay comentarios.:

Seguidores