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domingo, 24 de noviembre de 2013

EL AVANCE SOBRE LA PRENSA 2/11/13

El Ágora
EL AVANCE SOBRE LA PRENSA

Lo que ha ocurrido en las horas posteriores al fallo de la Corte Suprema dictaminando la constitucionalidad de los artículos de la llamada “ley de medios”, cuestionados  entre otros por el grupo Clarín, muestra una sintomatología que debe ser expuesta con la mayor claridad que se pueda.
Tal vez yo no lo logre, ya que estamos, pero al menos lo intentaré.
Ante todo se oye en todas partes que el fallo debe ser acatado, cosa sobre la cual yo por mi parte no tengo ninguna duda. Pero debo decir que el gobierno nacional tiene serios antecedentes de haber hecho exactamente lo contrario: esto es, no acatar los fallos. Tal vez de allí surja esa especie de duda respecto del acatamiento, aunque invirtiéndose los términos.
Y vale tener en cuenta que acatar un fallo de la Corte no significa compartir lo que dice. Acá no está en juego el sometimiento de las ideas, sino como mucho la aceptación del orden constitucional.
El fallo en sí es lo suficientemente extenso como para exceder largamente lo que yo por lo menos intento destacar. Es extenso y a la vez está lleno de perlitas y curiosidades que podrían resumirse en lo expresado públicamente por el presidente Lorenzetti, cuando afirmó que “esto acaba de empezar”, en el sentido de que ahora queda abierta la puerta  a todo tipo de reclamos judiciales. Por la desinversión a la que deben someterse los grupos periodísticos, por la defensa de la libertad de prensa o por la “adecuación de oficio”, o la independencia y neutralidad técnica del órgano encargado de llevar adelante el cumplimiento de la ley, hoy por hoy la AFSCA.
Nada está dicho, dijo Lorenzetti, a pesar de que todo debió estarlo y para eso falló la Corte.
La ley de medios tiene ya cuatro años de vigencia y ha sido incumplida absolutamente por todos los involucrados, empezando por la AFSCA, que jamás la hizo cumplir a quienes no reclamaron judicialmente.
Si bien prácticamente nadie lo pone en duda, es digno de señalar el hecho de que en todo momento el ataque estuvo y está dirigido contra el enemigo público número uno del gobierno: el grupo Clarín.
Y por eso, mientras ninguno de los demás grupos se adecuó a nada pasados ya cuatro años, apenas conocido el fallo, el señor Sabattella montó un ridículo show yendo él mismo personalmente a notificar a la empresa en su domicilio en la calle Piedras, cuando lo que correspondía es que fuera el notificador al domicilio constituido, que es el del Estudio de abogados que defiende al medio de prensa. Se informó que también se apersonó un notificador en tal domicilio, porque es lo que hay que hacer, pero de esto la prensa parece que no se enteró. O más bien, que los montadores del show no se lo comunicaron porque no formaba parte del mismo.
El gobierno kirchnerista inició su grosero ataque contra el grupo Clarín luego de la llamada crisis del campo. Y desde aquellos tiempos, nunca cesó. Más bien fue escalando posiciones.
Desde la ridícula campaña con globitos y calcetines del secretario de comercio hasta la llamada ley de medios, que claramente apunta al desguace del grupo Clarín, no sólo por lo que dice sino por la evidencia del accionar del propio gobierno. Baste recordar cuando al propia presidenta inauguró la idea del “7D” para comprender lo que digo.
La constitucionalidad admitida por la Corte tiene por lo menos dos aspectos dignos de ser señalados. Por un lado se sostiene en el fallo que Clarín no demostró que se ataque la libertad de prensa con esta ley.  Como los reclamos de constitucionalidad son específicos, debe el grupo demostrar que  está siendo afectado en los puntos que reclama. Y parece ser que no lo ha hecho. Lo cual no quiere decir, agrego, que no pueda hacerlo en lo futuro.
Por otro lado está el controvertido tema de la finalización de las licencias otorgadas en muchos casos por el mismo gobierno kirchnerista. Este asunto tiene a su vez al menos dos aristas: por un lado la licencia en sí, y por el otro los bienes invertidos por la empresa para llevar adelante la prestación del servicio licenciado.
La ley dice en su artículo 161 que tanto la licencia como los bienes afectados deben ser transferidos a terceros dentro del exiguo plazo de un año. Esto, que ha sido considerado constitucional por una mayoría de cuatro a tres en la Corte, significa lisa y llanamente que quien obtuvo una licencia y llevó adelante inversiones para poder desarrollar su tarea durante los próximos 10 o 15 años, debe desprenderse a las corridas en un año de ambas cosas: licencia y bienes. El fallo sostiene además, que en caso de que tuviera algo que reclamar patrimonialmente, deberá recurrir a la justicia.
Esto último es de una obviedad llamativa. Cualquier exceso sobre el derecho de propiedad puede ser recurrido. Y la indemnización en casos de expropiación está prevista en la mismísima Constitución Nacional. No se entiende, por tanto, a título de qué la Corte lo reafirma.
Sin ánimo de polemizar, supongo que es bastante más que obvio que el trato a la prensa de parte del actual gobierno dista largo trecho de lo que podría llamarse la tolerancia o la convivencia con los medios independientes del poder político. Esto no puede ser ignorado por la Corte, la cual si bien pudo haber considerado que Clarín no demostró en esta instancia que hubiera riesgo para a libertad de prensa, sabe que  sí lo hay y que el fallo puede dar lugar a grandes cimbronazos políticos.
La obviedad de que en caso de disconformidad patrimonial la parte afectada puede recurrir a la justicia para ser indemnizada, encierra el claro sofisma de que le Estado argentino no paga sus deudas cuando no quiere, y tampoco  respeta los fallos. Esto ha ocurrido en diversos casos como por ejemplo con los jubilados, e incluso se ha manifestado clara rebeldía con el juicio en Nueva York que siguen los acreedores que no aceptaron el canje.
Por otro lado, la Corte no ignora que un juicio por resarcimiento de daño lleva en la Argentina no menos de una década y con suerte al cabo de ese tiempo el Estado si respetara el fallo pagaría con bonos a 20 o 30 años más, con lo cual el perjuicio económico producido afecta a mucho más que una generación entera.
Si este es el orden social para la libertad que pretendieron establecer los constitucionalistas de 1853 o no, deberán juzgarlo quienes correspondan. Para mí no lo es.
La ley en cuestión abarca diversos temas, mientras deja afuera otros como si no existieran, siendo que son éstos últimos el futuro de las comunicaciones, y en buena medida el presente. Por ejemplo deja fuera Internet, pero se mete con el llamado espectro radiofónico, que como se sabe es limitado y es allí donde cabe que se confieran licencias, según el ordenamiento vigente. Internet no está contemplada en la ley, y en cuanto al cable, cualquier regulación se entromete en la determinación personal de la gente, ya que allí no existe espectro y con la televisión de alta definición los canales pueden ser infinitos.
El planteo esgrimido por los jueces es que el Estado tiene el derecho de regular la actividad y en definitiva cualquier cuestionamiento es posterior a tal regulación. Lo digo en términos “caseros”. No soy abogado. Pero esa es la idea.
Dicho todo esto, cabe preguntarse si de este modo es como se logrará que en la Argentina rija realmente la libertad de expresión y si se espera que con este grado de seguridad jurídica las inversiones llegarán a nuestras playas,  como llegan a las uruguayas o a las brasileñas.
Luego de lo ocurrido con Repsol todos estamos sufriendo las consecuencias del verdadero despojo producido a esa empresa, luego de que este mismo gobierno hubiera acordado la “venta” a Eskenazi del 25% del paquete accionario de YPF a pagar con dividendos futuros de la propia empresa vendedora en una operación inaudita. Precisamente por esta obligación, es que luego la empresa fue acusada de “vaciamiento” y ese fue la principal razón esgrimida para la confiscación.  Ahora, como muchas otras empresas dagnificadas, Repsol reclama en el CIADI, la institución del Banco Mundial encargada de dirimir diferencias contractuales, donde se pretenden resarcimientos económicos que,  según algunos cálculos, llegan a  unos 65.000 millones de dólares. Una cifra descomunal producto de incumplimientos contractuales y violaciones de derechos de parte del gobierno kirchnerista.
Más allá de todo esto, a mí por lo menos me resulta curioso que un fallo de la Corte esté tan cargado de asepsia. Es como su hubiera sido dictado por una Corte que desconociera la realidad argentina.
Un gobierno que ha desarrollado un verdadero andamiaje de medios del Estado y de allegados al Estado, quienes han comprado verdaderos conglomerados mediáticos, como es el caso del llamado grupo Hadad, contrariando incluso a la ley de medios, no parece ser el indicado para asegurar que pretende la libertad y la pluralidad de voces e ideas, como principio y fin.
Si se piensa que tanto el canal 7 como radio Nacional fueron creados en su momento sobre la base de permitir que aquellas voces relevantes que no tuvieran acceso a medios privados pudieran expresarse, se puede comprobar rápidamente como el gobierno se ha apartado absolutamente de estos principios. El canal oficial parece un medio de un régimen totalitario, en el cual el día entero se lanzan consignas y se desarrolla propaganda oficial con ataques muchas veces arteros y mentirosos a los opositores.  Allí no se aceptan voces discordantes  bajo ninguna circunstancia.  Y ya se sabe cómo terminan los que se animan a hacer preguntas, como el periodista Miceli.
El reparto de la publicidad oficial ha sido cuestionado y por lo menos dos medios (Perfil y el diario Río Negro) ganaron sus demandas de que tal publicidad sea distribuida sobre bases sólidas y razonables, y no como si se tratara de un favor a los amigos, tal como sigue ocurriendo hasta el día de hoy. El gobierno nacional, no ha cumplido estos fallos.
A todo esto se ha dado la paradoja de que el canal del grupo Clarín hubiera recibido a políticos oficialistas como es el caso de Insaurralde o Filmus, mientras desde el canal oficial los programas de propaganda seguían lanzando todo tipo de improperios contra el medio mencionado.
¿Realmente alguien puede pensar que un gobierno como éste hace lo que hace para garantizar así la pluralidad de voces, la libertad de prensa o de expresión?
El panorama no puede ser sino desalentador. Los argumentos en contra del grupo Clarín podrán ser tan atendibles como se quiera, pero la forma mendaz en la que ha ocurrido este gobierno en su contra es lamentable y francamente facciosa.
En un régimen democrático se respeta el Estado de Derecho y las acusaciones se hacen en la Justicia, no mediante globitos y calcetines o llaveritos repartidos por un secretario de comercio.
Sabiendo todo esto, porque nadie medianamente informado puede ignorarlo, la Corte ha dicho lo que ha dicho y fallado como ha fallado.
Buena parte de la población siente que una vez más ha sido engañada. Y toda, en su conjunto, ha sufrido y seguirá sufriendo las consecuencias de la forma de proceder de un gobierno que ha dado sobradas muestras de autoritarismo, facciosidad e intolerancia.
La verdad es que, en definitiva, han sido muchos quienes han puesto en la Corte sus ojos y su confianza absoluta, olvidándose que también la Corte es falible, y que no siempre es esperable el respeto irrestricto de principios constitucionales.  Al menos según mi punto de vista.
También es cierto que hay que poder lidiar con un régimen de este tipo, donde los jueces han sido escrachados y hasta tratados de “turros” por la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo y socia en la Fundación Sueños Compartidos. No son tampoco datos menores.






HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   2 de noviembre de 2013

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