Segunda Opinión
ACTUALIDAD ECONÓMICA: EL PLAN CONSISTE EN APLICAR “POLÍTICAS ACTIVAS”
La gran cantidad de anuncios hechos por el gobierno en las últimas semanas se dirige, de una manera inorgánica e improvisada, a soliviantar la demanda y favorecer el crédito para inversión y consumo
En los recónditos entresijos de la mente de Néstor Kirchner no hay otra cosa que una intervención permanente del Estado en todos los factores de la economía con el objeto de reemplazar vida económica del mercado por las decisiones de los funcionarios. El mercado “salvaje”, otrora señalado como una panacea de imposible cumplimiento, ha sido reemplazado definitivamente por el intervencionismo tan “salvaje” o más aún. Todo parece indicar que el ex presidente y quienes lo rodean creen definitivamente que ellos sabrán hacer mejor que “el conjunto de opiniones dispersas” que constituyen el odiado mercado, las cosas.
Con todo, todas y cada una de las medidas anunciadas o que se anunciarán, requieren de fondos para llevarlas a cabo. Los fondos pueden ser los derivados de las AFJP o, tal vez en un futuro cercano, de las ART. O podrán provenir del blanqueo de capitales, o de la moratoria impositiva. También de la eliminación o reducción de subsidios. Hasta ahora es todo lo que puede colegirse de las decisiones que vienen tomándose.
En ciertos casos se presiona al sector privado para que “colabore”, por así decirlo, mediante ofertas a precios reducidos, u obligando al pago de sobresueldos. Así se mantiene la idea de un distribucionismo que, como siempre ocurre, terminan pagándolo los más pobres y los que trabajan de manera informal.
En verdad, todo apunta a lo mismo: transferir fondos de unos sectores a otros para intentar de ese modo llevar adelante las referidas “políticas activas”. Y no mucho más. Pero las transferencias de fondos implican cambios en los consumos, y por lo tanto subas de precios de los productos ahora demandados por encima de lo normal. Mientras el gobierno presenta como una gran obra repartir $ 200 entre los jubilados con ingresos mínimos, o exige a las empresas que paguen adicionales a trabajadores con sueldos mínimos, lo que en realidad consigue es exacerbar la demanda de ciertos bienes y la suba rauda de los precios de tales bienes.
¡Qué fácil sería para el planeta entero salir a repartir billetes de banco recién impresos para que todo el mundo sea rico de la noche a la mañana! Muy a pesar de la obviedad de que las cosas no son así, muchos creen que sí. Lo obvio es lo último que se ve, dicen los estudiosos de psicoanálisis.
Al mismo tiempo se intenta garantizar que se cumplirá con el pago de los vencimientos de la deuda externa. Es decir que lo que se busca es que nadie vaya a creer que como consecuencia del gasto adicional que implica el impulso de la demanda o de la producción, vaya a afectar el cumplimiento de las obligaciones.
Dejando de lado lo que viene afirmándose sobre la apropiación de fondos de las AFJP o los problemas derivados del blanqueo en materia de narcolavado, la cuestión es bastante simple.
Con todo, el grado de arbitrariedad que implica este verdadero “activismo” económico no hace sino crear más y más incertidumbre.
Es que hay medidas que más o menos se sabe que se tomarán (aumentar la devolución de IVA en la compra con tarjetas de débito, modificar la estructura de la escala para el monotributo, etc.), otras están por verse. Otras no se sabe, y todas ellas no se sabe a partir de cuándo.
Se busca por ejemplo mejorar la rentabilidad de las economías regionales, como se hizo con la rebaja de las retenciones a las frutas y hortalizas. Con la soja el “enojo” parece que sigue vigente, lo cual le agrega a la arbitrariedad la absoluta falta de una decisión fundamentada y técnica.
El anuncio de la creación de “feedlots” estatales para engordar terneros de razas lecheras, ha dejado atónitos a no pocos productores. Un gobierno que cree que puede hacer todo en una economía, intentará todo mientras pueda, sin solución de continuidad. Ora vacas, ora petróleo, ora líneas aéreas, ora transportadoras de electricidad, ora gasoductos, ora heladeras, etc. El cielo es el límite.
El problema del intervencionismo es, entre muchos otros, que requiere cada vez más intervencionismo. Todos podríamos estar de acuerdo en que lo mejor es que los bienintencionados gobernantes salgan a cubrir las injusticias de un mercado demonizado y despiadado. Pero la realidad es bastante más compleja que cualquier afirmación de buenas intenciones. Y la soberbia capea en quienes pretenden, como si fueran dioses, resolver por todos nosotros qué nos conviene.
Ya no hablemos de los problemas de corrupción a los que se ha visto enfrentado el gobierno en estos años. Simplemente detengámonos a observar la enorme variedad de frentes abiertos en el plano económico y la verdadera catarata de anuncios que sigue produciéndose para comprobar, a simple vista, que las cosas terminarán por funcionar muy a medias o por no funcionar.
Sobran los ejemplos a lo largo de la historia. Ha habido en la Argentina de la segunda mitad del siglo 20 montones de campañas de abaratamiento, autos económicos, cambios en los sistemas de comercialización de las carnes, compre nacional, pan “porteño”, bolsas de Navidad, de Pascuas, de Reyes; bolsas escolares, créditos blandos, préstamos ídem, y todos los etcéteras que pudieran imaginarse nuestros amables lectores. Controles de precios, acuerdos, treguas, congelamientos, inflación cero. Emprendimientos estatales de todo tipo: Hidronor, HIpasam, Altos Hornos Zapla, Aluar, Petroquímica Mosconi. Fábricas de escobas, salvataje de empresas quebradas, fábricas de yerba mate, y hasta albergues transitorios pasaron a la égida del Estado en tiempos no tan lejanos. El estatismo y el intervencionismo han mostrado todas sus facetas en la Argentina reciente. Y en términos generales no han demostrado ni eficiencia ni progreso. Al contrario.
Los años que los gobernantes actuales denominan de “neoliberalismo” no dejaron de ser años de controles de cambios, de sindicatos únicos por rama de actividad, de aranceles especiales para el Mercosur, de actividades promovidas y de sistemas coercitivos de jubilación y obra social. Controlar el precio del tipo de cambio es controlar el precio de todo lo demás. ¡Y eso es llamado hoy “neoliberalismo”! Podrá decirse que algo es bueno o malo, que es mejor o peor. Lo que no puede afirmarse es que hay libertad donde no la hay. Aparte de la curiosidad de que supuestos defensores de la libertad reniegan y se enojan con ella cuando está dirigida al plano que no les gusta. La libertad es toda o no es. Así de sencillo.
Hoy tenemos una Anses que maneja capitales, distribuye créditos, reasigna partidas, paga cargas sociales, asigna jubilaciones, otorga pensiones. Hay fideicomisos manejados por el Estado. Volvieron los Astilleros de Río Santiago y en cualquier momento la Fábrica de Aviones. Ya está también en manos del Estado el Correo y el servicio de aguas y cloacas en la Capital y alrededores por lo menos. Y en definitiva la reiterada ley de emergencia económica deja en manos del Poder Ejecutivo una marcada discrecionalidad en el uso de los fondos. Lo mismo las subestimaciones del crecimiento del PBI de los últimos años.
Tal vez lo mejor y lo peor que puede ocurrirle a la Argentina es que vuelva con todo el Estado empresario que supo primar a partir de los años 40. El tema no es objeto de este comentario. Sí lo es el gasto que implica sostener determinados servicios por fuera de las condiciones de mercado, con tarifas políticas y con la necesidad perentoria de recursos provenientes del erario, como es el caso de la estatizada Aerolíneas Argentinas.
Porque la demanda de recursos para sostener esquemas empresariales de todo tipo a cargo del Estado resulta por lo menos preocupante desde el punto de vista de intentar mantener el superávit fiscal que tantas veces ha mostrado el gobierno kirchnerista como un logro y como un fin. Si tal superávit se pierde, es sabido que la Argentina marcharía rápidamente hacia un nuevo default. Y esta es la tendencia que muestran los mercados hoy, cuando el riego país se acerca a los 2.000 puntos.
En un año electoral, como será 2009, muy probablemente la baja del gasto público resulte prácticamente utópica. La necesidad de recursos y la carencia de financiamiento externo pueden resultar más o menos cubiertas mediante los fondos de las AFJP, la recaudación adicional de los afiliados transferidos al Estado, el blanqueo de capitales y la moratoria impositiva. Pero como puede fácilmente colegirse, se trata de medidas tomadas de apuro, muy cuestionadas jurídicamente, y más bien destinadas a zafar por ahora y después ver qué haremos.
Aún así, el marco referencial es el de la aplicación de una o un millón de políticas activas diferentes, según las lucubraciones que puedan hacerse en Olivos o en El Calafate, entre 4 o 5 personas, que son las que en definitiva deciden hacia dónde dirigirse y de dónde obtener recursos, legítimos o no, para hacer las cosas que esas mismas personas consideran mejores o más redituables políticamente.
Los anuncios habrán de continuar, seguramente. El resultado será muy magro, si es que se produce algún resultado. Y la realidad habrá de continuar su curso. Sin Estado de Derecho y sin normas claras y permanentes, ninguna política económica podrá traducirse en efectiva en el tiempo. Las llamadas políticas activas parten de la idea de que un grupo de personas podrá decidir por millones lo que tales millones preferirán o no, cómo y por qué. Y cuánto. Y cuándo. Y para qué.
Y nunca la realidad, en la historia del hombre, ha podido manejarse. Y menos de ese modo.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 29 de diciembre 2008
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