La Organización de los Estados Americanos nos parece un ente burocrático más al igual que la Organización de las Naciones Unidas y todas sus "dependencias". Esto lo decimos desde el vamos para evitar cualquier tipo de malos entendidos.
La votación de esta Organización permitiendo el reingreso de Cuba a su seno, o más bien habilitándola, más bien parece una forma de obligar a los hermanos Castro a blanquear su verdadera posición ideológica.
Los ancianos dictadores caribeños apuntaron de inmediato los cañones contra EEUU (como siempre, claro está) afirmando que pese a su oposición, finalmente fueron obligados a permitir el cambio de posición de la OEA respecto del trato dado a Cuba durante casi medio siglo.
Los hermanos Castro salieron de inmediato con los tapones de punta a tratar de traidores, infames, basura y cuantas cosas el lector pueda imaginar a los integrantes de la Organización de marras y a la Organización misma. Es decir, que mientras tales integrantes finalmente revierten una situación a todas luces anacrónica y francamente inútil desde cualquier punto de vista, los tiranuelos cubanos salen a defenestrar a quienes en definitiva votaron a su favor.
Pero, claro, lo que parece a su favor termina siendo en realidad en su contra. Cuba ha dejado de ser víctima de la discriminación de la OEA. Tal vez muy pronto deje de ser víctima del boicot nortemaericano. Ya en parte se han abierto algunas puertas, como la facilitación de las remesas de exiliados cubanos a su terruño. Todo esto es en verdad humo. Porque siempre existieron los canales de triangulación a través de España o de Bahamas, por citar ejemplos.
Ahora es conveniente hacer un poco de historia. Cuando en 1962 la nación caribeña fue expulsada de la OEA en la Convención de Punta del Este, lo fue porque su vuelco al comunismo soviético en plena guerra fría era un hecho. Y más allá del antinorteamericanismo y toda la historieta, lo cierto es que el régimen de La Habana se convertía así en un enemigo de la región. La crisis de los misiles fue una muestra acabada de lo que decimos. Y todo esto ocurrió en 1962, durante la presidencia de Kennedy, un verdadero demócrata y "progresista" cabal, para usar términos hoy en boga.
En aquella expulsión, en la que la Argentina de Frondizi se abstuvo prudentemente, solamente un país votó a favor de la permanencia de Cuba en la OEA: la propia Cuba.
La Cuba de Fidel Castro votó a favor de permanecer en el organismo que ahora resulta que por lo menos es un nido de traidores y una basura hecha y derecha. Pero entonces parece que no lo era, ¿no?.
La errática historia del régimen dictatorial puede servir de refresca memorias también. Cuba apoyó a los militares argentinos y se negó siempre a considerar la situación de los derechos humanos en la región. Y lo mismo hizo respecto de otros regímenes militares de la región a partir de la segunda mitad de los años 70. Fidel Castro intercambiaba cigarros por vino con el riojano Carlos Menem cuando éste era presidente pese a que se decían de todo en público. Y es recordada la anécdota del insulto de Castro al gobierno de De la Rúa, cuando el dictador trató al país de "lamebotas" de los EEUU.
Claro, ¿qué razón habría para que Castro se escandalizara de las violaciones a los derechos humanos en la Argentina si jamás se ocupó de ellos en su propia patria?. En realidad, se ocupó de violarlos una y otra vez. Hasta el día de hoy. El caso de Hilda Molina es de una elocuencia estremecedora.
No se trata claro está de que los países americanos en su conjunto sean Carmelitas Descalzas, ni muchísimo menos. Se trata de poner en claro que aquello de que la "revolución" es principista y que por eso no quiere ahora entrar en la OEA es un verso de cualidades mayúsculas.
Los principios de Fidel y de su hermano son parecidos a aquellos de los que hablaba Groucho Marx en su infinita ironía.
Mientras la dictadura de Videla hacía estragos en la Argentina, Fidel y los suyos no dijeron jamás una palabra. Nunca.
Siempre insistieron, además, en que eran discriminados porque habían sido expulsados de la OEA. Y ahora, que finalmente la cuestión ha girado 180 grados, ahora dicen lo que dicen sin ponerse colorados. ¿Por qué se quejaban entonces?
Porque el que no llora no mama, señores. Así de sencillo.
Héctor Trillo
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