Segunda Opinión
La política y el arte
La muerte de Sandro ha generado reacciones de diversa índole. Nos resistíamos a creer que ciertas actitudes se dieran también en este caso, pero la verdad es que nos equivocamos.
Empezamos a azorarnos cuando vimos aquí y allá diversas opiniones no tanto sobre la calidad artística del cantante o su trayectoria, sino más bien si se había “jugado” o no en posiciones políticas.
Es sabido que el progresismo argentino suele tener una actitud clasista y hasta racista o elitista cada vez que se presenta un fenómeno popular de envergadura. Ya sea que se trate de Palito Ortega, de Soledad Pastorutti, delRicky Maravilla o de quien fuere; el ataque burdo a lo que el pueblo quiere y admira es un hecho de parte de ese sector político.
Siempre hemos considerado que, para quienes no compartimos la ideología clasista-facciosa de estos grupos, es mucho mejor que muestren la hilacha. Es mejor que muestren su odio y su resentimiento de ese modo y no de otro más violento o, incluso, perverso.
EL SEÑOR SANDRO
El conocido escritor nos ha dado la muestra más elocuente de lo que aquí decimos. En un trabajo suyo publicado en el diario Crítica de la Argentina en la semana que acaba de terminar, Caparrós destila su veneno y su hijoputez contra el desaparecido artista.
Desde el vamos, se nota en ese artículo el profundo odio clasista del escritor, que se manifiesta, casi diríamos como síntoma freudiano, en la manera en que se refiere al cantante. Lo llama, una y otra vez, el señor Sandro.
Se refiere al velatorio y resalta que concurrieron a él alrededor de 40.000 personas y que éstas no representan ni la mitad de las que concurrirían a un recital de Los Piojos o de Los Redondos. Se enoja por el calificativo de “la gente” y lo menciona todo junto para quitarle entidad: lagente. El desprecio es tan evidente como patético. La gente no es la gente si es una cifra tal o cual, y sí lo es si es el doble. Pero resulta que para “los medios” parece que quienes asisten a recitales como los nombrados no son considerados lagente por los medios en cuestión. Una pelotudez importante, por cierto, pero no la peor. Si la gente no es la gente en un recital de los piojos, ese es el punto a destacar, no que lo sea si se trata del Señor Sandro. Pero no es todo.
El odio a la masividad a la que ni por asomo se acercan los adeptos a su ideario (el de Caparrós) se muestra con toda claridad en el siguiente párrafo.
No es fácil escribirlo, porque está la famosa muerte de por medio, pero las loas y alabanzas que desparraman sobre el difunto me suenan a levemente mucho. El señor Sandro fue un cantor con una voz agradable pródiga en gritos y susurros, una puesta en escena que rozaba la caricatura, la toqueteaba, la penetraba impune, un cuerpo atractivo y movedizo y esa cara de turrito seductor, que cantaba canciones tan poco originales –ajenas, al principio, y después copias– con una dicción rara, donde su ye porteña se transformaba en una elle for export sudaca. El señor Sandro no inventó nada; su aporte a la música consistió en un puñado de temas muy primarios que recordamos como se recuerdan los jingles de la infancia: con esa misma mezcla de nostalgia y displicencia y una pizquita de vergüenza.
La falta de afecto por lo popular, tan caro en sesudas discusiones en Liberarte, el bar La Paz o en Clásica y Moderna, se observa en todo el escrito. Lo resumimos en lo de señor Sandro, y en el párrafo que sigue.
Les propondría dejar por un momento el barro del mito y la leyenda y las apologías del artista eximio, y mirar sus canciones para chequear esa noción –seguramente malintencionada– de que sus letras son cimas picos cúspides de la cursilería. Entonces buscaría entre las más celebradas; la que empieza, por ejemplo, “Ay, Rosa, Rosa/ tan maravillosa/ como blanca diosa,/ como flor hermosa,/ tu amor me condena/ a la dulce pena/ de sufrir...”, portento del lugar común ya ni siquiera muy común de tan común. O, si no –siempre entre sus hits–: “Una muchacha y una guitarra/ para poder cantar,/ esas son cosas/ que en esta vida/ nunca me han de faltar./ Siempre cantando,/ siempre bailando/ yo quisiera morir,/ dejar al cielo/ sobre este suelo/ en el que yo nací”. Otro milagro de profundidad, revelación, interpretación de lo nunca antes dicho con rima infinitiva o bien gerundia. Y una de las psicólogas me miraría y pensaría en preguntarme qué me pasa, e incluso, quizá tararearía: “Se te nota,/ porque estás muy agresiva,/ la mirada siempre esquiva,/ vida mía, se te nota./ Se te nota,/ porque finges al hablarme,/ y pretendes simularme,/ vida mía, se te nota.” Otro hondo drama humano encerrado en siete versos.
Uno podría preguntarse, a estas alturas, si Caparrós ha analizado en detalle las letras de los conjuntos que él menciona y que llevarían a sus recitales el doble de gente que el velatorio. Sería interesante además que, dado que tanto le interesa el número, tirara una cifra respecto de la cantidad de público que se colocó al paso del féretro del cantante. Podríamos decirle, emulando a su séquito progre, que no importa el número, con que hubiera un solo seguidor, éste tiene derecho a seguir lo que le gusta. Pero, ¿vale la pena?
Para quien quiera ver completo el artículo al que nos referimos, pasamos a continuación el link:
http://new.taringa.net/posts/noticias/4335578/Caparr%C3%B3s-analiza-la-muerte-de-Sandro.html
EL COMPROMISO POLÍTICO COMO AXIOMA
Sandro no tuvo en su vida una actitud contestataria. Sus canciones no fueron las proverbiales canciones de protesta y no están comprometidas con lo social . Pero eso no significa que el cantante nunca hubiera dicho nada con relación a otros temas que no fueran sus canciones.
En marzo pasado tomó posición respecto del tema de la inseguridad y salió en defensa de su amiga Susana Giménez, por ejemplo. En la actual situación política es bastante más jugado que salir a acusar a los hijos de Ernestina de Noble de ser hijos de desaparecidos. También parece más osado lo que hizo que salir a acusar a militares por su actuación en tiempos de la última dictadura. De hecho, Hebe de Bonafini salió, como corresponde, a insultar al artista en aquel momento. No leímos que alguien saliera a defenderlo entre los progresistas, más bien al contrario. Olvidaron ese capítulo ahora. Al menos lo olvidó Caparrós.
Podríamos decir lo que decimos empezando por el final: ¿le importaría a esta gente qué tipo de letras y canciones componía y cantaba Sandro si se hubiera mostrado comprometido, lo que equivale a decir que pensaba como ellos?
Sandro fue un cantante popular como también lo es Soledad o como lo fue Carlos Gardel. O como es la Mona Giménez. Eso es irresistiblemente odioso para estas gentes envenenadas por odios de clase. El pueblo cubano adora a Pimpinela, no a Silvio Rodríguez. Insoportable.
¿Y EL DUELO NACIONAL?
Pablo Sirvén, en su columna del diario La Nación de hoy domingo, trae a cuento el muy atinado comentario de Alfredo Leuco en su programa de radio. El periodista cordobés recuerda que en oportunidad de la muerte de Mercedes Sosa, el 4 de octubre pasado, el gobierno nacional decretó un duelo de tres días mientras que con Sandro no lo hizo. También recuerda que la presidenta y su marido concurrieron al velatorio y que inclusive el “canal público” interrumpió un partido de fútbol para que las cámaras mostraran rostros compungidos de presidenta, marido y funcionarios varios.
En este caso, asistió Aníbal Fernández y simplemente dijo que la presidenta había hablado con la viuda del cantante. Y que ella y su esposo habían concurrido al velatorio porque ella era amiga de la Negra. Leuco se pregunta si es por eso que en aquel caso se dictaron 3 días de duelo nacional y en este caso no.
A ALGUIEN LE DOLIÓ
Osvaldo Bazán publicó una especie de respuesta a Caparrós en el mismo diario Crítica al día siguiente. Por alguna razón el diario aceptó la réplica. En algún punto el llamado progresismo tiende a darse cuenta que si necesita algún tipo de apoyo popular, no lo logrará odiando lo popular. Tal vez nunca lo aprenda, pero a alguien han de haberle dolido las guachadas del escritor.
Vale la pena transcribir algunos párrafos.
Tomó un camino poco prestigioso, el de la balada sangrante, desaforada, cursi. Lo que algunos rockeros parecen no querer admitir es que lo hizo porque quiso. Porque en un país en el que aún hoy se dice por televisión que el hombre que baila levantando los brazos es poco hombre, pocos hicieron por la liberalización de las costumbres tanto como Sandro en su exaltada virilidad. Mientras la represión sangrienta y la militancia iluminada se tapaban con prejuicios medievales, Sandro saltaba en pelotas en un catamarán en el Delta. Ésa sí que era revolución.
Lo que las fuerzas vivas de este país nunca soportaron.
Lo demás es historia, envidia, gloria y cigarrillos.
A Sandro no lo agrandó la muerte.
Sandro es grande hace casi medio siglo.
http://www.criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=35670 es el link para quienes quieran leer el artículo completo.
Los dichos de Bazán tienen que ver con el prejuicioso clasismo de Caparrós, que pretende que a Sandro lo agrandó la muerte, recordando tal vez el famoso poema borgiano. El artículo se inicia con una pregunta que dejamos para el final:
¿Y si un solo movimiento de pelvis de Sandro hubiese resultado más útil a la revolución que todas las bombas que pusieron las organizaciones armadas de los 70?
EL ARTE Y LA REVOLUCIÓN
Claro, también Bazán lleva adelante su comentario partiendo de la base de que un cantante, el que fuere, debe estar comprometido con algo vinculado a una amorfa revolución. Pero Sandro no pretendió ser un revolucionario, ni siquiera un original intérprete.
Logró lo que logró sobre la base de una simple y sencilla forma de enfocar la profesión que eligió. Siempre medido, siempre sobrio, siempre en lo suyo. Todo el mundo lo sabe, y tal vez es eso lo que más le jode a los personeros del Resentimiento nacional.
Sandro avanzó sobre un estilo rockero argentino basado en movimientos de pelvis-elvis que luego convirtió en baladas muchas veces poco originales e incluso copiadas. Pero Sandro representó y representa mucho más que un simple cantante rockero baladista.
Sandro fue un intérprete que era capaz de llenar varios Lunas luego de más de 40 años de cantar sus canciones. Nunca recurrió a la cirugía estética. Nunca, que sepamos, se mostró drogado, excepto por su malhadada adicción al tabaco. Nunca pareció preocuparse demasiado por su panza o por sus arrugas o por sus canas.
Así y todo, miles y miles de personas lo han recordado al paso del cortejo fúnebre. Radios, canales de televisión, diarios y revistas le dedicaron enormes espacios. Sus canciones más clásicas han vuelto a sonar en todas partes.
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Y estos revolucionarios de pacotilla, afectos a reuniones en lugares chic de Buenos Aires para salir después retratados en revistas como partícipes de la movida intelectual, no pueden soportarlo. Ni pudieron ni podrán.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 10 de enero de 2010
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