Segunda Opinión
El problema es moral y también ideológico
Cuando Adolfo Rodríguez Saa anunció en el Congreso que se suspendía el pago de la deuda externa, la ovación que provocó quedó registrada en la historia argentina para siempre.
No se trata de volver sobre esta cuestión sino, en todo caso, de tomarla como punto de referencia. Cuando lo natural es que cualquier ser humano esté hondamente preocupado por no poder honrar sus compromisos, los representantes de la ciudadanía argentina festejaron. El síntoma es elocuente.
Cuando se inició el proceso de canje de la deuda, el entonces ministro de economía, Dr. Lavagna, expresó públicamente tanto en el país como en el Exterior y a quien quisiera oírlo, que el que le había prestado dinero a la Argentina a tasas tan elevadas, sabía los riesgos que corría. De tal modo, cabría asignársele al prestamista, el proverbial jodete. Cosa que por supuesto no salió de los labios del educado ex ministro, pero que es lo que cabe decir. El Dr. Lavagna representaba al país. El país es un ente que permanece en el tiempo, y las deudas las personas de bien las honran. Aunque para pagarlas hagan falta cien años.
Ante los acontecimientos de estas horas en torno del Banco Central y de su presidente, nuevamente se ponen sobre el tapete los mismos temas que tanto han ido y venido en estos años. Los diputados afines al izquierdismo local anunciaron que no participarán en ningún debate parlamentario sobre el uso de las reservas mientras no se investigue el origen de la deuda externa.
No tenemos presente qué ocurrió cuando se votó la utilización de casi 10.000 millones de dólares de tales reservas para pagar al Fondo Monetario Internacional, pero no recordamos declaraciones similares a las señaladas de parte de la izquierda local. Hay razones técnicas que permiten al menos soportar el pago efectuado sin correr riesgos de embargos en ese caso.
Obsérvese que mientras el Estado argentino canceló en aquel momento hasta el último dólar adeudado al Fondo, se vanagloriaban los funcionarios por haber logrado una quita del orden del 75% a los bonistas, muchos de ellos jubilados y muchos de ellos argentinos. Esto fue perfectamente avalado en general por todos los sectores, salvo excepciones. Es decir que se ha dado la insólita situación de que el llamado progresismo avaló pagarle al mismísimo Diablo: el FMI sin quita alguna y hasta el último dólar ¿era legítima esa deuda? podríamos preguntarle hoy al diputado Fernando Solanas, por ejemplo.
Aún así la propuesta de no pagar la deuda sigue flotando en las mentes de estas personas. El argumento es su ilegitimidad. Ilegitimidad que, salvo aclaración pertinente, incluye a los bonistas mencionados y a todos los acreedores en general. Es decir que luego de pagar sin chistar al Fondo, se vuelve a las andadas.
En su momento se hablaba de los llamados auto préstamos y se decía que éstos eran retornos de fondos de parte de argentinos que poseían cuentas en el Exterior. En muchos casos quedó demostrado que esto era cierto, pero que lo fuera no convertía en ilegítima a la deuda, sino que en todo caso era (y es) ilegal poseer fondos no declarados en el Exterior. No es motivo de este comentario analizar a qué se refieren los grupos de izquierda mencionados cuando hablan de deuda ilegítima y tampoco hemos leído definiciones concretas de parte de ellos mismos. Señalamos, sí, este punto. Y también decimos que no parece ni ético ni razonable no pagarle a nadie nada hasta tanto se investigue si alguna deuda es o no ilegítima.
Y, si bien puede resultar sobreabundante, también es preciso que se distinga lo ilegítimo de lo ilegal. Porque algo ilegítimo a juicio de quien sea puede ser perfectamente legal y obliga al país.
Ahora bien, si observamos el panorama político-ideológico argentino veremos que existen grandes similitudes prácticamente en todo el espectro. Desde la izquierda moderada hasta lo que podríamos llamar la derecha conservadora, se observan distintos grados de avance del Estado sobre los deseos y prioridades de los particulares. Nadie parece estar libre de ser llamado a la reflexión por la razón o por la fuerza de parte de un Estado entre omnipotente y omnisapiente. El sermón distributivo está siempre en la cresta de la ola de cualquier discurso. Las tarifas sociales, las ayudas universales, el principio según el cual quien más tiene más paga y distintas variantes tributarias tendientes a gravar las ganancias y el capital como formas de asegurar una distribución que se considera más justa.
La Argentina ha seguido políticas por el estilo durante no menos de 7 décadas, con algunos períodos en los que se aplacaron un poco las ínfulas supuestamente humanitarias.
Lo ocurrido en estos últimos años con los fondos de las AFJP, con las adulteraciones estadísticas del INDEC, con las verdaderas exacciones a los jubilados al no respetarse incluso decisiones de la Corte Suprema. O los casos de asignaciones directas de compras para el Estado, como el caso de los aviones de EMBRAER a costos excesivos son también estremecedoras desde el punto de vista institucional. Pero esto no es nuevo. Acá se buscó un socio de Aerolíneas Argentinas (SAS) en los años 80 por decisión de un ministro. Un secretario de comercio decidió asignar 50 millones de dólares de entonces a comprar pollos. En condiciones al menos discutibles se otorgó la concesión de EDCADASA o los conocidos galpones de Delconte en Tierra del Fuego. Antes pasó algo parecido con Papel Prensa o con Aluar y el suministro eléctrico subsidiado. Las adulteraciones de índices de precios también ocurrían en tiempos de Alfonsín, por ejemplo, donde se recurría al artilugio de los cálculos provisorios de tales índices para determinar la tasa de incremento, para luego pasar a los índices definitivos como punto de partida, dejando sin considerar la diferencia entre el provisorio y el definitivo, por lo que siempre arrojaban una tasa menor.
Pero la mentalidad argentina va en esa dirección. Mucha gente aceptó que Néstor Kirchner colocara a dedo a su esposa como candidata a presidenta. Mucha gente aceptó la prepotencia y el abuso cargado de un autoritarismo aldeano llevado a cabo por el esposo de la actual presidenta. Muchos fueron y son los que adhieren a esta verdadera justa de la prepotencia. El manejo de la caja, las limitaciones a la coparticipación, la discrecionalidad en el uso de excedentes presupuestarios fabricados adrede, etc.
Muchos argentinos aceptan esto como algo natural. Pseudosindicalistas, empresarios, políticos, banqueros, intelectuales, periodistas, comentaristas, analistas. Muchos de ellos son representativos de la dirigencia. No se trata del hombre común, que también parece tener reminiscencias del proverbial macho (apodo que hacía referencia a Juan D. Perón en los años 50 y 60). La mano dura a cargo de Mi General que combate al capital. En aquellos años lo hacía, excepto claro está el de los amigos, como por ejemplo Jorge Antonio, y sus descendientes políticos hacen lo propio como todo el mundo sabe, con los actuales amigos, en general santacruceños y en general surgidos de la nada.
Desde el punto de vista estrictamente ideológico, la idea distribucionista, de controles de precios, de persecución a los avaros empresarios, de cierre de fronteras, de tipo de cambio alto, del quien más tiene más paga y similares, son moneda corriente. Ningún rico está bien visto en la Argentina. Nadie puede ser exitoso y si lo es, mejor es que se vaya con la música a otra parte.
Por esa razón miles y miles de millones de dólares se van del país y descansan bien lejos de estas playas. La seguridad jurídica decae ante el pulgar del mariscal de turno. La idea de que si dejamos venir capitales es porque les hacemos un favor.
Los permanentes combos y promociones varias para lograr que alguien venga a invertir para someterse a los controles de un funcionario de características francamente propias de ciertas películas argumentativas de justicieros.
Los eternos anuncios de créditos blandos. Los planes para abaratar el costo de la vida. Las ayudas monetarias y de cajas de comida. La idea genérica de que todo puede hacerse porque la riqueza sale de algún lado sin importar si verdaderamente sale y de dónde.
Todos podemos jubilarnos aún si n haber aportado. Todos podemos recibir planes de ayuda tipo Jefas y Jefes. Todos podemos contar con ayuda universal por hijo. Todos podemos estudiar gratis, recurrir gratis a hospitales públicos, contar con seguridad gratis, asistir a espectáculos públicos gratis, ver el fútbol gratis, recibir electrodomésticos gratis, recibir créditos a bajas tasas, asegurarnos de mantener nuestros empleos, acceder a viviendas dignas por planes tipo FONAVI, comer en comedores escolares, lograr pensiones graciables, etc. etc.
Algo está decididamente podrido en la Argentina, parafraseando a Shakespeare. Alguien, muchos, todos, parecen creer que todo es posible porque la riqueza está en alguna parte. Si hasta nos hemos dado el lujo de combatir la siembra de soja por ser demasiado rentable y en su lugar promover la siembra de otros cereales u oleaginosas. Incluso nos dimos el lujo de cerrar exportaciones, de manejar el mercado externo a gusto y placer de funcionarios de segundo orden que suben o bajan el pulgar cotidianamente, sin ningún aval formal.
También contamos con los ahora famosos DNU, que si no son anulados por las dos Cámaras del Congreso, conservarán su vigencia que de por sí la tienen desde el mismo momento en que son dictados.
Muchas veces hemos señalado que el problema argentino es moral, pero también hay que decir que es ideológico.
Mientras tanto, Brasil, Chile, Perú, Colombia, Uruguay y varios más crecen en la región, con tasas de inflación razonables, incorporados al mundo de los países ricos, ostentando el llamado grado de inversión. Una realidad incontrastable de los errores no ya individuales, sino más o menos colectivos de todos nosotros.
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 18 de enero de 2010
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