Segunda
Opinión
Suplemento
del boletín de actualidad económica y fiscal
Si bien debemos confesar que
prácticamente hemos perdido
nuestra capacidad de asombro, no deja de llamarnos la atención
que nuevamente
un gobierno recurra de manera intensiva a métodos de control de
precios para
atacar el problema inflacionario.
Hemos señalado muchas veces que
las políticas
intervencionistas constituyen verdaderas drogas para gobernantes
que en general
se sienten impotentes ante la realidad económica, sea por
desconocimiento o por
simple arrogancia. Sea como fuere, el intervencionismo genera
siempre la
necesidad de mayores intervenciones, dado que las infinitas
variables que se
ven afectadas por la más simple medida de control económico, da
lugar a nuevas
medidas de intervención, que a su vez generan incontables nuevos
desajustes en
una especie de alud que
finalmente termina
arrastrando todo lo que encuentra a su paso.
Es de sobra conocida aquella
famosa máxima que reza que en
economía es posible hacer cualquier cosa, pero nunca evitar las
consecuencias.
Desde los ya lejanos años de
Roberto Lavagna y su política
de “tipo de cambio alto” e impuestos a las exportaciones para
“disciplinar” el
mercado ha pasado demasiada agua bajo los puentes.
Las prohibiciones y controles de
todo tipo dieron lugar a
la aparición de un funcionario de características grotescas,
pero cargado de
una enorme prepotencia fruto del poder que hoy por hoy la
presidenta de la
Nación le otorga. Hablamos de Guillermo Moreno, y su infinita
insistencia en
métodos cuyos resultados han sido desastrosos aún dentro de este
mismo gobierno.
Todas sus políticas
intervencionistas, dejando de lado el
autoritarismo y la violación de derechos elementales por un
momento, han dado
lugar a verdaderos desastres. El mercado de la carne, el del
trigo, el del
maíz, los controles a las importaciones, las prohibiciones de
exportaciones, el
“cepo” cambiario, lo que sea. Y
toda
esta catarata de verdadera imbecilidad (no encontramos otra
palabra) ha
intentado “disciplinar” a millones de personas que practican el
comercio de la
manera que mejor les parece dentro de un marco legal y
democrático.
Mientras tanto, desde un Banco
Central absolutamente
devaluado y cuya autarquía ha sido eliminada de un plumazo por
un simple
decreto de “necesidad y urgencia” y luego por una ley votada por
un grupo de legisladores
que simplemente responden a las consignas oficiales sin debate
serio alguno; se
ha encargado de explicar al pueblo que no hace falta controlar
la emisión
monetaria, dado que no es ésa la causa de la inflación. Y por
ende inyecta moneda a un
promedio de crecimiento del 40%
anual, generando un verdadero descalabro inflacionario que el
secretario
Moreno, el viceministro Kicillof y algunos otros intrépidos
funcionarios,
intentan detener atando con alambre los engranajes del funcionamiento de la
economía, con la
idea casi estúpida de que si ocurre lo que ocurre, es por culpa
de “empresarios
inescrupulosos” y no de la multiplicación de los pesos en
circulación sin la
contrapartida de un similar incremento de bienes y servicios.
Ahora se acordó un congelamiento
de precios por 60 días en
los supermercados. Un acuerdo que todo el mundo sabe que no es
un acuerdo sino
una imposición. Y por
estas horas
ciertos representantes de cámaras empresarias (como por ejemplo
el señor
Calvete, que representa a los llamados supermercados chinos) han
salido a decir
que la medida no es suficiente.
Es
decir, que para que semejante engendro dé resultado es necesario
también
controlar los precios de los proveedores, de los fabricantes, de
los
productores, de los importadores y de todo el mundo.
Eso es lo que hizo aquel
recordado ministro de Juan Perón,
José Ber Gelbard, que prácticamente sacó una fotografía de la
economía y dejó
todo congelado en un determinado valor. El catastrófico
resultado de semejante
acto de inconsciencia, fue el llamado “rodrigazo” de 1975.
Porque entre tantísimas otras
cosas nadie pone un freno a
los precios a menos que sienta que los precios están yéndose de
las manos. Y si
los precios se van de las manos es por algo. Y si ese algo no se
analiza y
corrige y simplemente se concluye que es la “mala leche” de
millones de
empresarios, realmente la salida no puede ser sino el desastre.
En 1974, se llegó a afirmar que
la famosa “distribución
del ingreso” había alcanzado el 50% para los trabajadores, la
cifra más alta
jamás registrada. Pero, ¿cómo se medía ese valor?. Obviamente se
medía
partiendo de la base de las listas de precios congelados
establecidas por el
gobierno peronista. Pero resulta que a esos precios, en los
incipientes
supermercados “Minimax” y en los almacenes del barrio, no se
conseguían los
productos.
Es decir que nominalmente la cosa
estaba fenómeno, pero en
la realidad (la única verdad) los bienes no se conseguían ni a
los precios oficiales,
ni, en muchos casos, a ningún otro.
Porque fabricantes y proveedores
habían directamente
parado la producción. Algo
parecido a lo
que ha venido pasando en estos años en rubros tales como el
energético, donde
la falta de inversiones ha derivado en una situación
insostenible que poco a
poco pone sobre el tapete el estado de cosas tantas veces
pronosticado por
prácticamente todos los profesionales del tema.
La economía es dinámica por
definición. Cualquiera que
revise de manera periódica los valores internacionales de los
distintos bienes,
observará la gran cantidad de cambios que se producen en los
precios, por las
razones más diversas. ¿Cuál es la razón por la que esta gente
que hoy gobierna
la Argentina vuelve a creer que si congela todo la cosa irá
mejor? ¿Cuál es el
fundamento técnico que lleva a suponer que alguno de los precios
en cuestión
puede incluso bajar por razones estacionales u otras? Ninguna
que se conozca.
No queda otra que concluir que
estamos yendo nuevamente a
aquella recordada “inflación cero” que terminó como terminó.
No analizamos aquí otra medida
francamente inexplicable en
un contexto medianamente democrático: la prohibición de anunciar
en los diarios
las ofertas. Y no lo hacemos porque creemos que excede el marco
de lo que
pretendemos resaltar. Aunque no deja de traer a nuestra memoria
aquella famosa
máxima atribuida a Ramón de Campoamor: “si quieres ser feliz,
como me dices, no
analices”
Una especie de “ojos que no ven…”
insólito a estas
alturas, cuando todo el mundo puede meterse en Internet o
incluso enterarse de lo
que pasa con sólo concurrir a dos o tres supermercados y leer
los carteles.
Claro, hay que caminar un poco, eso sí.
Pero no más que cuando se
pretendía que todo el mundo
fuera a comprar todo al Mercado Central porque es más barato.
Y para terminar, ¿desde cuándo
economistas profesionales
creen que congelar precios en los supermercados “no es
suficiente”? ¿Eso
significa que creen que las medidas de congelamiento, si son
masivas, sí serán
suficientes?
Si el oficialismo sigue por el
camino equivocado y la
oposición no lo corrige porque piensa más o menos lo mismo, el
daño será
todavía mayor.
HÉCTOR
BLAS TRILLO Buenos
Aires, 12 de febrero de
2013
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