El Ágora
En
muchísimas oportunidades, a
lo largo de los últimos 10 años, hemos señalado
que un modelo económico basado en el dólar
“recontraalto”, el cierre de
fronteras, la emisión espuria de moneda y el distribucionismo,
no podría tener
otro final que éste al que estamos asistiendo.
Si
bien no solemos ser
autorreferenciales, es importante decir esto. Porque cuando las
cosas se
complican no son pocos los que comienzan a “abandonar el barco”
y pretenden
señalar con el dedo a los críticos como si solamente se tratara
de un
enfrentamiento partidario. Aquello de “por qué callaron antes”
no nos incluye
en absoluto.
Es
inútil repetir aquella
máxima según la cual “en economía es posible hacer cualquier
cosa, pero no
evitar las consecuencias.” Todos quienes pudieran leer estas
líneas, la
conocen.
La
verdad es que la suma de
despropósitos en materia económica ha sido demasiado grande en
todos estos
años. Desde la emisión de moneda primero para comprar dólares
más caros de lo
que valían y luego para cubrir el déficit puesto en evidencia,
pasando por los
congelamientos de tarifas en una moneda que claramente ha
llegado a perder 10
veces su valor en poco más de 10 años; prácticamente se eligió
el rumbo de
colisión. Sin debatir, sin escuchar, sin cuestionar. Simplemente
con ese
empecinamiento que sólo cabe atribuir a los muy fanáticos. O a
quienes, como
creemos que es el caso, solamente piensan que los disensos son
en verdad
proferidos por los enemigos del modelo, que solamente se dedican
a conspirar
para destruir lo logrado.
En
este artículo no
dedicaremos párrafos a las denuncias de corrupción, y tampoco
nos detendremos
en particular sobre la ilegalidad de determinadas decisiones.
Solo pretendemos
repasar brevemente algunos hechos para luego preguntar si
alguien, seriamente,
podía esperar otra cosa.
La
Argentina inició su etapa
virtuosa con la suba de los precios de las commodities. Allí
pudo aplicar el
impuesto a las exportaciones, agregándole el ingrediente del
tipo de cambio
alto para hacer competitiva a una economía que, salvo en algunos
sectores, como
el agrícola ganadero, nunca lo fue.
El
congelamiento de tarifas
tan sólo implicó un retraso de ellas al ritmo de la inflación.
Mientras tanto,
la infraestructura lograda en los años 90 sostuvo, mientras fue
posible, una
mejora productiva que tardó varios años en alcanzar los niveles
de 1998. Aquellas cifras
fueron luego superadas, pero
el deterioro en materia energética, anunciado y predicho hace
varios años,
incluso desde esta misma columna, fue negado o ignorado.
En
verdad, hasta no hace
tanto tiempo el ministro de planificación seguía enojándose y
atacando
verbalmente a los ex secretarios de energía, cuando señalaban la
merma de la
producción y la falta de inversiones en el sector. De hecho, se
llevaron a cabo
reformas y se otorgaron ventajas impositivas y tarifarias para
los nuevos
descubrimientos gasíferos y petrolíferos, mostrando sin duda
ninguna que la
cuestión requería atención y no era únicamente una visión
opositora,
corporativa o “destituyente”.
Más
de 10 millones de
personas han tenido acceso en estos años a alguna forma de
subsidios, hecho que
ha sido presentado como un logro originado en la necesidad de
“redistribuir” la
riqueza. La verdad es que el objetivo de cualquier gobierno es
el de lograr que
la gente tenga trabajo, que las inversiones lleguen, que el país
progrese y
avance sobre la base del desarrollo. Es una curiosidad que desde
el oficialismo
se vanaglorien de repartir planes y subsidios luego de tantos
años; porque a
nuestro juicio más que prueba de éxito se trata de evidencia de
un fracaso
estrepitoso. No son
pocos los que
sostienen que es intencional hacer las cosas de este modo. Que
así se fomenta
el clientelismo y se genera esa dependencia enfermiza de una
gruesa capa de la
población hacia los políticos que conducen los destinos del
país.
En
general, en política exterior, el
gobierno ha andado a los tumbos. Desde las
increíbles prohibiciones de exportar hasta la necesidad de pedir
permisos para
importar insumos, se ha llegado al paroxismo del control
cambiario: impedir el
ahorro en moneda extranjera y gravar con un 35% de impuesto a
las ganancias la
simple compra “autorizada” de divisas para viajar.
Hace
ya varios años que
se abandonó la retórica contra la “sojización”. El “yuyo” pasó a
ser el
salvador de las arcas del Estado.
El
evidente silencio sólo tiene su explicación en aquel proverbio
que nos recuerda
que “la necesidad tiene cara de hereje”.
En
materia de servicios
públicos, ya se sabe que el ferrocarril está poco menos que
destruido y
requiere inversiones fabulosas para por lo menos recuperar algo
del transporte
urbano de pasajeros y el de cargas.
Las
importaciones de
energía han llegado a superar cifras del orden de los 10.000
millones de
dólares netos, cuando hace pocos años la Argentina tenía un
saldo neto en la
materia del orden de los 6.000 millones de dólares.
No
está de más una breve
referencia a otros acápites de la vida en sociedad de los
argentinos, porque
todos ellos tienen influencia en
el
desarrollo económico.
El
gobierno no encaró planes
de educación serios para mejorar una realidad
cada día más deprimente; con millones de jóvenes que no terminan
el secundario,
y otros tantos que a los 17 años no están en condiciones de
comprender lo que
leen.
En
cuanto a inseguridad, el
discurso durante varios años se refirió a la “sensación” cuando
todas las
evidencias mostraban una realidad alarmante. Y ni qué hablar en
problemas como
la drogadicción o el tráfico de armas y de narcóticos.
En
estos temas se recurrió,
una vez más, al ataque personal a los denunciantes, a la teoría
conspirativa y
a la negación lisa y llana.
La
inflación es una
realidad que sigue siendo negada, todavía hoy, por el mismísimo
ministro de
economía, que siguiendo seguramente órdenes superiores se
resiste a utilizar el
término, en una verdadera simbiosis de surrealismo y fantasía
verbal.
Mientras
tanto, todos los
indicadores se deterioran, y los cambios ministeriales encarados
luego de las
elecciones de medio término, tienen cada día más la impronta del
parche. Del “lo
atamo´con alambre” y vemos.
La
confiscación de Repsol,
el desastre de Aerolíneas Argentinas, la anunciada hasta el
cansancio crisis
energética, el semidestruído sistema de transporte público, la
pérdida de
mercados de trigo y de carnes, la falta de inversiones, la
salida de empresas
que abandonan el país raudamente, como el caso de la brasileña
Vale; y muchos
indicadores más, muestran el fracaso de una manera tan
contundente que cuesta
creer que se siga negándola.
La
presidenta se ha
confinado en el Sur mientras la gente sufre cortes de energía
eléctrica que en
algunos casos llevan semanas. Los funcionarios salen a acusar a
las empresas
concesionarias cuando todo aquel
que
quiera saber sabe que tales empresas están sometidas al control
político del
gobierno, tienen tarifas congeladas desde hace 10 años y no
están siquiera en
condiciones de abonar al mayorista eléctrico (CAMMESA) aquello
que distribuyen.
La
búsqueda de culpables
sigue su curso. Increíblemente durante casi
dos semanas los
funcionarios se dedicaron a eso, en lugar de salir a cubrir la
emergencia de la
forma que se pueda. Sólo en las últimas jornadas al parecer se
ha intentado
llevar ayuda para paliar la dramática situación.
La
verdad es que lo que se
observa a nivel oficial, es una inercia. Una suerte de
“laissez-faire” donde ya
veremos. Nadie tiene muy
claro qué hacer
ni está dispuesto a correr ese riesgo si la presidenta no
autoriza. Por lo tanto
nadie hace nada. En este cuadro de situación, el ministro De Vido sale a
responderle al jefe
de gobierno, por haber sugerido que se adelantara la hora (como
se hacía a
comienzos de los años 90), no con una explicación de por qué no,
sino con un
agravio de baja estofa, más propio del ex secretario Moreno o
del senador
Aníbal Fernández. Una muestra más de la profunda intolerancia,
el desprecio de
la gente y la impotencia ante una realidad que le agobia, sin
duda alguna.
Y
la frutilla de la torta es
la prórroga del blanqueo de capitales por 3 meses más. Un blanqueo que va en
contra de cualquier
norma internacional sobre lavado de dinero, acá no sólo se lo
dicta sino que se
lo prorroga por segunda vez. Un
blanqueo
que es el segundo en la era del matrimonio Kirchner al frente
del país.
Creemos
que, o no se ha tomado
debida consciencia de la gravedad de la situación, o simplemente
se disimula
intentando así quitarle dramatismo. Tanto una cosa como la otra
son gravísimas.
El declamado “modelo” ha venido derrumbándose desde hace
bastante tiempo. Y lo
hace cada vez más aceleradamente.
Que
se anuncie ahora un
aumento de tarifas del transporte es
también un parche. Un intento de corregir años de desidia
con más
desidia. Porque entre tantísimas otras cosas todo el mundo sabe
que en los
trenes la mayoría de la gente no paga su boleto.
Creemos
que lamentablemente la
situación general empeorará. Que lo hará cada día más
aceleradamente. Que toda
la maraña de subsidios y “asignaciones”
terminará siendo desmantelada por la realidad.
Y
finalmente, también creemos
que el anuncio de un acuerdo de precios “a futuro” no durará, en
el mejor de
los casos, más que unas pocas semanas.
Si
la presidenta se tomara la
molestia de escuchar a quienes disienten en lugar de intentar
descalificarlos
como ha hecho todos estos años. Si apreciara las críticas como
algo útil allí
donde se encuentren, en lugar de intentar acallarlas y
monopolizar la
información. Tal vez algo podría llegar a cambiar. Pero
lamentablemente somos
pesimistas.
Sólo
cabe tener la esperanza
de que el sufrimiento que sobrevendrá sea el menor posible.
HÉCTOR
BLAS TRILLO
Buenos Aires, 31 de diciembre de 2013
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