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sábado, 15 de marzo de 2014

EL DERRUMBE DEL MODEL 31/12/13

El Ágora
EL DERRUMBE DEL “MODELO”

       En muchísimas oportunidades, a lo largo de los últimos 10 años, hemos señalado  que un modelo económico basado en el dólar “recontraalto”, el cierre de fronteras, la emisión espuria de moneda y el distribucionismo, no podría tener otro final que éste al que estamos asistiendo.
       Si bien no solemos ser autorreferenciales, es importante decir esto. Porque cuando las cosas se complican no son pocos los que comienzan a “abandonar el barco” y pretenden señalar con el dedo a los críticos como si solamente se tratara de un enfrentamiento partidario. Aquello de “por qué callaron antes” no nos incluye en absoluto.
      Es inútil repetir aquella máxima según la cual “en economía es posible hacer cualquier cosa, pero no evitar las consecuencias.” Todos quienes pudieran leer estas líneas, la conocen.
      La verdad es que la suma de despropósitos en materia económica ha sido demasiado grande en todos estos años. Desde la emisión de moneda primero para comprar dólares más caros de lo que valían y luego para cubrir el déficit puesto en evidencia, pasando por los congelamientos de tarifas en una moneda que claramente ha llegado a perder 10 veces su valor en poco más de 10 años; prácticamente se eligió el rumbo de colisión. Sin debatir, sin escuchar, sin cuestionar. Simplemente con ese empecinamiento que sólo cabe atribuir a los muy fanáticos. O a quienes, como creemos que es el caso, solamente piensan que los disensos son en verdad proferidos por los enemigos del modelo, que solamente se dedican a conspirar para destruir lo logrado.
        En este artículo no dedicaremos párrafos a las denuncias de corrupción, y tampoco nos detendremos en particular sobre la ilegalidad de determinadas decisiones. Solo pretendemos repasar brevemente algunos hechos para luego preguntar si alguien, seriamente, podía esperar otra cosa.
       La Argentina inició su etapa virtuosa con la suba de los precios de las commodities. Allí pudo aplicar el impuesto a las exportaciones, agregándole el ingrediente del tipo de cambio alto para hacer competitiva a una economía que, salvo en algunos sectores, como el agrícola ganadero, nunca lo fue.
        El congelamiento de tarifas tan sólo implicó un retraso de ellas al ritmo de la inflación. Mientras tanto, la infraestructura lograda en los años 90 sostuvo, mientras fue posible, una mejora productiva que tardó varios años en alcanzar los niveles de 1998.  Aquellas cifras fueron luego superadas, pero el deterioro en materia energética, anunciado y predicho hace varios años, incluso desde esta misma columna, fue negado o ignorado.
         En verdad, hasta no hace tanto tiempo el ministro de planificación seguía enojándose y atacando verbalmente a los ex secretarios de energía, cuando señalaban la merma de la producción y la falta de inversiones en el sector. De hecho, se llevaron a cabo reformas y se otorgaron ventajas impositivas y tarifarias para los nuevos descubrimientos gasíferos y petrolíferos, mostrando sin duda ninguna que la cuestión requería atención y no era únicamente una visión opositora, corporativa o “destituyente”.
         Más de 10 millones de personas han tenido acceso en estos años a alguna forma de subsidios, hecho que ha sido presentado como un logro originado en la necesidad de “redistribuir” la riqueza. La verdad es que el objetivo de cualquier gobierno es el de lograr que la gente tenga trabajo, que las inversiones lleguen, que el país progrese y avance sobre la base del desarrollo. Es una curiosidad que desde el oficialismo se vanaglorien de repartir planes y subsidios luego de tantos años; porque a nuestro juicio más que prueba de éxito se trata de evidencia de un fracaso estrepitoso.  No son pocos los que sostienen que es intencional hacer las cosas de este modo. Que así se fomenta el clientelismo y se genera esa dependencia enfermiza de una gruesa capa de la población hacia los políticos que conducen los destinos del país.
           En general, en política exterior,  el gobierno ha andado a los tumbos. Desde las increíbles prohibiciones de exportar hasta la necesidad de pedir permisos para importar insumos, se ha llegado al paroxismo del control cambiario: impedir el ahorro en moneda extranjera y gravar con un 35% de impuesto a las ganancias la simple compra “autorizada” de divisas para viajar.
            Hace ya varios años que se abandonó la retórica contra la “sojización”. El “yuyo” pasó a ser el salvador de las arcas del Estado.  El evidente silencio sólo tiene su explicación en aquel proverbio que nos recuerda que “la necesidad tiene cara de hereje”.
          En materia de servicios públicos, ya se sabe que el ferrocarril está poco menos que destruido y requiere inversiones fabulosas para por lo menos recuperar algo del transporte urbano de pasajeros y el de cargas.
          Las importaciones de energía han llegado a superar cifras del orden de los 10.000 millones de dólares netos, cuando hace pocos años la Argentina tenía un saldo neto en la materia del orden de los 6.000 millones de dólares.
          No está de más una breve referencia a otros acápites de la vida en sociedad de los argentinos, porque todos ellos tienen influencia  en el desarrollo económico.
          El gobierno no encaró  planes de educación serios para mejorar una realidad cada día más deprimente; con millones de jóvenes que no terminan el secundario, y otros tantos que a los 17 años no están en condiciones de comprender lo que leen.
         En cuanto a inseguridad, el discurso durante varios años se refirió a la “sensación” cuando todas las evidencias mostraban una realidad alarmante. Y ni qué hablar en problemas como la drogadicción o el tráfico de armas y de narcóticos.
          En estos temas se recurrió, una vez más, al ataque personal a los denunciantes, a la teoría conspirativa y a la negación lisa y llana.
          La inflación es una realidad que sigue siendo negada, todavía hoy, por el mismísimo ministro de economía, que siguiendo seguramente órdenes superiores se resiste a utilizar el término, en una verdadera simbiosis de surrealismo y fantasía verbal.
         Mientras tanto, todos los indicadores se deterioran, y los cambios ministeriales encarados luego de las elecciones de medio término, tienen cada día más la impronta del parche. Del “lo atamo´con alambre” y vemos.
          La confiscación de Repsol, el desastre de Aerolíneas Argentinas, la anunciada hasta el cansancio crisis energética, el semidestruído sistema de transporte público, la pérdida de mercados de trigo y de carnes, la falta de inversiones, la salida de empresas que abandonan el país raudamente, como el caso de la brasileña Vale; y muchos indicadores más, muestran el fracaso de una manera tan contundente que cuesta creer que se siga negándola.
         La presidenta se ha confinado en el Sur mientras la gente sufre cortes de energía eléctrica que en algunos casos llevan semanas. Los funcionarios salen a acusar a las empresas concesionarias cuando todo  aquel que quiera saber sabe que tales empresas están sometidas al control político del gobierno, tienen tarifas congeladas desde hace 10 años y no están siquiera en condiciones de abonar al mayorista eléctrico (CAMMESA) aquello que distribuyen.
         La búsqueda de culpables sigue  su curso.  Increíblemente durante casi dos semanas los funcionarios se dedicaron a eso, en lugar de salir a cubrir la emergencia de la forma que se pueda. Sólo en las últimas jornadas al parecer se ha intentado llevar ayuda para paliar la dramática situación.
        La verdad es que lo que se observa a nivel oficial, es una inercia. Una suerte de “laissez-faire” donde ya veremos.  Nadie tiene muy claro qué hacer ni está dispuesto a correr ese riesgo si la presidenta no autoriza. Por lo tanto nadie hace nada. En este cuadro de situación,  el ministro De Vido sale a responderle al jefe de gobierno, por haber sugerido que se adelantara la hora (como se hacía a comienzos de los años 90), no con una explicación de por qué no, sino con un agravio de baja estofa, más propio del ex secretario Moreno o del senador Aníbal Fernández. Una muestra más de la profunda intolerancia, el desprecio de la gente y la impotencia ante una realidad que le agobia, sin duda alguna.
        Y la frutilla de la torta es la prórroga del blanqueo de capitales por 3 meses más.  Un blanqueo que va en contra de cualquier norma internacional sobre lavado de dinero, acá no sólo se lo dicta sino que se lo prorroga por segunda vez.  Un blanqueo que es el segundo en la era del matrimonio Kirchner al frente del país.
       Creemos que, o no se ha tomado debida consciencia de la gravedad de la situación, o simplemente se disimula intentando así quitarle dramatismo. Tanto una cosa como la otra son gravísimas. El declamado “modelo” ha venido derrumbándose desde hace bastante tiempo. Y lo hace cada vez más aceleradamente.
       Que se anuncie ahora un aumento de tarifas del transporte es  también un parche. Un intento de corregir años de desidia con más desidia. Porque entre tantísimas otras cosas todo el mundo sabe que en los trenes la mayoría de la gente no paga su boleto.
       Creemos que lamentablemente la situación general empeorará. Que lo hará cada día más aceleradamente.  Que toda la maraña de subsidios y “asignaciones” terminará siendo desmantelada por la realidad.
       Y finalmente, también creemos que el anuncio de un acuerdo de precios “a futuro” no durará, en el mejor de los casos, más que unas pocas semanas.
       Si la presidenta se tomara la molestia de escuchar a quienes disienten en lugar de intentar descalificarlos como ha hecho todos estos años. Si apreciara las críticas como algo útil allí donde se encuentren, en lugar de intentar acallarlas y monopolizar la información. Tal vez algo podría llegar a cambiar. Pero lamentablemente somos pesimistas.
       Sólo cabe tener la esperanza de que el sufrimiento que sobrevendrá sea el menor posible.
      



                




HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   31 de diciembre de 2013

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