El Ágora
Mientras
el nuevo
tándem ministerial integrado por el jefe de gabinete y el
ministro de economía
han iniciado un derrotero de parches y explicaciones, la
economía se desliza
rápidamente hacia el abismo.
Intentar
decir en
qué momento se llegará al desastre es bastante poco adecuado,
porque nadie
puede saber cómo sigue la película en cuanto a las medidas que
el gobierno
tome.
La
economía no es
una ciencia exacta. El comportamiento humano es impredecible y
ningún modelo
econométrico podrá incorporar jamás las infinitas variables que
condicionan la
acción humana.
Pero
ciertos
elementos permiten al menos tener bastante claro hacia dónde
vamos. Aunque
queda, claro, la posibilidad de que los gobernantes modifiquen
el rumbo a
tiempo.
Mientras
las reservas
del Banco Central caen día tras día, el ministro Kicillof
intenta mediante
parches detener la sangría. La suba al 35% de la percepción de impuesto a
las ganancias sobre
la compra de moneda extranjera es, aparte de una verdadera
arbitrariedad
respecto de la razón de ser de ese impuesto (que es a las
ganancias, y no al
gasto o a la compra de divisas) casi un arrebato infantil. Si
semejante medida
apunta a detraer la demanda, seguramente no lo logrará porque el
mercado
paralelo siempre estará más caro. Si pretende mejorar así la
balanza en materia
de ingresos y egresos por turismo, resulta insólito que no se
aplique un
reintegro a aquellos extranjeros que vienen a visitarnos y
pretenden vender sus
monedas, las cuales obviamente solo pueden transarse al cambio
oficial. Todo
ello aparte de ser contestes de que los viajes al exterior no son
realizados únicamente por
turismo, sino también por trabajo, por razones de índole
familiar u otras, con
lo cual por ejemplo si una persona pretende llevar adelante un
tratamiento
médico en otro país, el Estado argentino presume que ha tenido
ganancias como
para pagar ese tratamiento en el curso del corriente ejercicio.
En todos los
casos, si las ganancias no existieren, o existieren en un grado
menor, al año
siguiente el Estado las devolverá como crédito fiscal, sin
abonar un solo peso
de interés por la tenencia de ese dinero, y mucho menos de
reconocer la
inflación habida en ese lapso.
Por estas horas
el ministro Kicillof está intentando
“cerrar”
varios frentes abiertos durante estos años. Desde Repsol hasta los llamados fondos
“buitre”. La “buena
letra” tiene la intención de abrir
el crédito al país. Muy loable por cierto intentar volver al
mundo, pero fuera
de tiempo y oportunidad, a nuestro juicio.
Desde aquella
decisión del entonces
presidente Néstor Kirchner de pagar al contado la friolera de
10.000 millones
de dólares al FMI hasta el presente, el Banco Central ha gastado
de manera
impropia nada menos que 43.000 millones de dólares en pagar al
contado las
cuentas de deuda externa, lo cual es contrario por donde se lo
mire a la lógica
del más aprendiz de los financistas.
Estos pagos fueron
presentados
con un curioso neologismo: “desendeudamiento”, cuando la
realidad es muy otra.
El Tesoro Nacional ha reemplazado esos dólares de las reservas
con bonos de
deuda a 10 años con el Banco Central. El Estado se ha convertido
así en deudor
de su propio Banco Central; o, para decirlo de una manera muy
simple, ha pasado
la deuda que todos nosotros teníamos con el exterior, a deuda
con el Banco
Central. Pero, claro, el Banco Central es el emisor de la moneda
nacional, y en
consecuencia, contar entre sus activos con semejante cifra de
crédito del
Estado nacional que claramente jamás podrá cobrar, no es una
cosa que estimule
el valor de la moneda que emite. Cualquier
economista
lo sabe. Lo sabe Kicillof y lo sabe Capitanich. La moneda
argentina
tiene cada vez menos respaldo, y
por eso
pierde su valor rápidamente. Y
eso se
llama inflación, aunque a la señora de Kirchner no le guste que
se le llame
así.
El drama argentino es una vez más el de la sábana corta. Si se devalúa, se reconoce
plenamente la pérdida de
valor de la moneda, si no se lo hace, las exportaciones caen,
las importaciones
suben, la balanza comercial se achica, y las reservas del Banco
Central se pierden.
El nuevo presidente del Banco Central, Fábregas,
es un técnico reconocido y
ha sido designado, a nuestro modo de ver acertadamente, para
intentar corregir
el verdadero desastre llevado adelante por la saliente Mercedes
Marcó del Pont.
Ha comenzado a trabajar sobre la devaluación diaria de la
moneda, acelerándola,
para de tal modo ir achicando la brecha con el paralelo de
manera de ir
acomodando las manzanas dentro del carro, si se nos permite
expresarlo en estos
términos.
Pero el problema que existe es que la tasa de
interés vigente es menor que
la tasa de devaluación elegida para este goteo diario. En otras
palabras: si
los exportadores no liquidan sus dólares obtienen una tasa de
interés que está
en el orden del 50% o más por año (si se sigue así el ritmo
devaluatorio). Una
tasa que no obtienen ni por asomo en ningún lado si liquidan sus dólares y
colocan sus pesos.
Como existen normas que obligan a liquidar las divisas obtenidas
por la
exportación, lo que se da en la práctica es que muchos no
quieren vender,
porque por un lado obtienen un dólar a valores bajísimos (entre
4 y 5 pesos,
según las retenciones que sufran), y por el otro se perjudican
con la tasa de
interés, tal como señalamos.
Ahora bien, por lo que se sabe el ministerio de
Economía no quiere aumentar
las tasas de interés, porque eso perjudica aún más la demanda de
créditos para producción
o consumo. El corsé es evidente.
No existe manera de hacer confluir todas estas
variables para que la cuestión
se resuelva. Por eso lo de la sábana corta.
Y llevar adelante un plan económico integral
significaría un verdadero
cimbronazo para el cual hace falta, o bien estar definitivamente
en el horno, o
contar con un respaldo político y de credibilidad monumental.
Ninguna de estas
situaciones se da hoy.
Si nos remontamos a lo ocurrido en el año 2001,
cuando la llamada
convertibilidad daba sus últimos estertores, vemos que cuando el
presidente De
la Rúa decidió violar la
autonomía del Banco
Central destituyendo a
Pedro Pou, empezó
el drenaje de reservas sin prisa y sin pausa. La designación de
Domingo Cavallo
como ministro de Economía intentaba corregir las cosas. Pero lo
cierto es que
desde aquella infausta destitución (que empujó el propio
Cavallo) hasta la
caída del gobierno en diciembre del mismo año, el Banco Central
perdió 23.000
millones de dólares, cifra que a valores actuales supera
largamente los 30.000
millones. En sólo 7 meses y pese a que Cavallo supuestamente
representaba
confianza para el denominado establishment.
Los
problemas que hoy
por hoy se presentan en materia social son numerosos. Los conflictos se originan,
ante todo, en la
pérdida de poder adquisitivo de los ingresos de la inmensa
mayoría de la
población. Por supuesto que hay otras razones de descontento,
pero esencialmente
la panza llena podríamos decir que calma los ánimos.
Leyendo
los diarios,
vemos que los atrasos en los ajustes salariales son, en algunos
casos,
verdaderamente abyectos. La falta de lógica en la materia se
corresponde, tal
vez, con la falta de lógica de un gobierno que insiste en
afirmar que en la
Argentina no hay inflación. Lo ocurrido en Córdoba es alarmante, tanto más cuando
el gobierno Nacional
en primera instancia se lavó las manos de una manera casi
canallesca. Como el
efecto contagio se produjo de
inmediato (cosa asaz previsible, por otra parte), salió a las
cansadas a tratar
de cubrir posibles focos de conflicto. Podrán evitarse, tal vez,
nuevos
episodios de vandalismo como los acaecidos en la capital
mediterránea, pero el
descontento social no se arregla con gendarmes, y eso lo sabemos
todos.
La
crisis ha llegado
y nos afecta a todos. Primeramente a los pobres y a los
desocupados,
obviamente. Por lo tanto estamos en vísperas de acontecimientos
de gran
envergadura. Que sean
para bien o para
mal depende de lo que haga el gobierno Nacional, porque esto no
se arregla con
pequeñas medidas que no tienen relevancia desde el punto de
vista
macroeconómico. Acá hay
que ir a fondo,
y si los gobernantes no lo hacen, lo hará el mercado, como lo
hizo en 2001.
Será la señora presidenta y sus principales
laderos los que decidan. Suele
ocurrir que cuando la tormenta llega, las personas tienen la
esperanza de que
se disperse por sí sola. Pero
eso no
ocurre en materia económica. Y
máxime
cuando, para completar el panorama, la situación internacional
de los precios
de las commodities no brilla ya como lo hizo hasta hace poco
tiempo. Y las
perspectivas en la materia son a una baja progresiva de los
precios.
Actualmente está
intentándose cerrar un
acuerdo con China por un préstamo en yuanes
por el equivalente a unos 10.000
millones
de dólares con los que se pretende apuntalar las reservas del
Banco
Central. Una vez más: todo cuanto se haga intentando tapar
agujeros será inútil
si no se toma la decisión política de llevar adelante un plan
integral que
vuelva a poner las variables económicas en equilibrio. Esto es:
lejos de las
impresionantes distorsiones sufridas en estos años a causa del
intervencionismo
más exacerbado y arbitrario. Precios, subsidios, salarios y
valor de la moneda
deben volver al equilibrio que perdieron. Si esto no ocurre,
nadie podrá
garantizar que las cosas no se agravarán día tras día.
HÉCTOR
BLAS TRILLO Buenos Aires, 8 de diciembre de 2013
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