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lunes, 20 de junio de 2016

EL ANTINORTEAMERICANISMO Y OTRAS HISTORIETAS 23/3/16

El Ágora
EL ANTINORTEAMERICANISMO Y OTRAS HISTORIETAS
 
       Cuando era niño, recuerdo entre otras cosas leer con cierta regularidad una revista de historietas: “El pato Donald”, ni falta hace que dé detalles del clásico personaje de Walt Disney. Pero aquella revista, como muchas de la época, traía debajo del nombre en la tapa una leyenda en castellano, algo así como un aclaratorio entre paréntesis “El Pato Donaldo y otras historietas”, decía.
       Viendo, oyendo y leyendo todo lo que puedo sobre la visita del presidente Barack Obama a nuestro país, no pude sino recordar aquel parrafito: “otras historietas”.
       Porque la historieta no es la historia, ¿verdad?. Una historieta es una fábula, un relato breve, a veces acompañado por dibujos, con texto o sin él. Algo así.
      Y esto me llevó a algunas reflexiones, sobre cuya importancia relativa no puedo opinar, aunque sí tengo la sensación de que alguien tiene que salir a decir algunas cosas.
      Dicen las encuestas y estadísticas que nuestro país tiene uno de los pueblos más antinorteamericanos del continente y parece que ello es cierto. Pero no he visto que digan lo profundamente afecto que es este mismo pueblo a todo lo que provenga del gran país del Norte.
      El cine, el teatro, los musicales, la ropa, el idioma, la cultura, la vida cotidiana y hasta los nombres propios están impregnados claramente por un sentimiento profundamente afín a los EEUU.  Porque acá nadie piensa que el inglés que tanto se utiliza para denominar incluso cuestiones corrientes que hasta hace muy poco se mencionaban en castellano, proviene del Reino Unido.
     Nombres de boliches, restaurantes, casas de comida, bares, prendas de vestir y hasta sectores de la casa de cada uno, pasaron a denominarse con palabras en inglés, incluso reemplazando viejas denominaciones en francés o en italiano.
     El país sueña con ir a Miami y a Orlando, visitar Disneyworld o Nueva York. Flameantes banderas con las fotos del guerrillero Ernesto Guevara son levantadas por jóvenes con remeras con leyendas en inglés y los ahora denominados “jeans” (antes “vaqueros) a la clásica usanza norteamericana.
     Y ni qué decir de la cibernética, la internética, la robótica o los teléfonos inteligentes.
     El avance tecnológico norteamericano es elocuente y eso influye en el mundo entero. Todos sabemos que los países tienen preponderancia en ciertas épocas y su influencia cultural en el mundo resulta inevitable y en verdad superadora. Desde la Grecia antigua, el mundo árabe o los llamados “imperios” que tuvieron tanta incidencia cultural, científica y hasta religiosa, todos fueron pasando y dejando su impronta. Hoy le toca claramente a los EEUU. Tal vez mañana le toque a China, no sabemos.
     Pero hete aquí que entre nuestra gente se produce una curiosa dicotomía, una contradicción. Los mismos que por un lado reprueban a como dé lugar todo cuando hacen los EEUU, o casi todo. Por el otro mueren por parecerse a su gente. A sus costumbres. A sus pautas culturales.  Hay quienes hablan de “cholulismo”. Yo personalmente no lo considero así.
Tal vez haya alguna forma de esnobismo, pero más bien existe el deseo profundo de parecerse a aquello que tal vez inconscientemente consideramos exitoso, o al menos mejor.
     Los éxitos de tantas series televisivas con títulos en inglés (que personalmente confieso no haber visto, excepto la tradicional “Two and a half men”)  son otro ejemplo inconmensurable.
     Incluso celebraciones como la Noche de Brujas o San Valentín muestran también una especie de adoración por lo que viene del Norte. Incluso Papá Noel, que cuando yo era chico era directamente inexistente y los chicos esperábamos a los tres Reyes Magos con el pastito y el agua para los camellos.
     En este contexto, un poco pasional y un mucho sensiblero, la visita de Barack Obama y su encantadora esposa, genera no pocos resquemores. En general basados justamente en ideologismos de pacotilla. Es esa especie de rencor que el tango nos recuerda que bien puede ser “el miedo de que seas amor”.
     Muchachos, Obama cumple un rol, y está claro que a nosotros como país nos viene como anillo al dedo integrarnos al mundo con inteligencia, con sagacidad y con una diplomacia a la altura de las circunstancias. Lo demás es humo. Puro humo.
     Al menos por lo que he visto hasta ahora, está clarísimo que el primer presidente negro de los EEUU preparó rigurosamente esta visita, tanto a la Argentina como a Cuba.  Todo parece estar “fríamente calculado”. Escuché el discurso de Michelle Obama elogiando como mujer a María Eugenia Vidal, y también a Margarita Barrientos. La primera puede responder a un mensaje político, la segunda más se asemeja a un discurso papal que al de una primera dama.
Son dos ejemplos bien actuales que están donde están no por portación de apellido, sino por mérito propio. Y son mujeres.
      Obama se manifestó con seriedad y respeto. Aceptó las condiciones especiales de nuestro país e inclusive tomó precauciones por la fecha del 24 de marzo, aniversario número 40 del golpe nazifascista de 1976.  Anunció la desclasificación de archivos vinculados con la dictadura y se prestó a no estar en Buenos Aires  para evitar choques inútiles.
       Pero este hombre sencillo, al que vimos en La Habana pasear llevando su propio paraguas o comiendo en un “paladar” (como llaman allí a los emprendimientos privados que la dictadura comunista de la isla “concede” por simples razones de supervivencia), poco y nada tiene que ver con lo ocurrido en los años 70, cuando era apenas un joven estudiante. Hijo de un padre negro keniata, además.
       Muchas críticas he oído en estas horas. Mucho es lo que se desconoce, observo, de cómo funciona el sistema institucional norteamericano. Por ejemplo el embargo a Cuba, que tiene su origen en las expropiaciones que hizo Fidel Castro de propiedades y bienes de ciudadanos norteamericanos que constituyen una afrenta para un país (sobre todo en su Interior profundo y republicano) donde la propiedad privada se respeta a rajatabla. Veamos el fallo de Griesa, si no.
       Obama tiene que luchar contra el propio Congreso de su país. Y tiene que hacerlo con tino, si pretende que un Donald Trump no termine quedándose con el sillón presidencial.
       Pero hay algo más que tengo que decir, recordando a Churchill: al mundo lo mueven intereses, señores. Muchas cosas se dicen o se hacen en pos de tales intereses. Ni Obama ni ningún jefe de Estado que se precie puede dejar de poner sobre el tapete este hecho. Y debe rendir cuentas ante los representantes de su Congreso. Es así.
       Si cada uno de nosotros quiere encontrar cómo criticar al pueblo norteamericano a lo largo de sus 240 años, todos tendremos infinidad de elementos para hacerlo. La pregunta es: ¿existe algún  país en el mundo de cierta preponderancia al que no podamos achacarle en los últimos siglos infinidad de cuestiones? ¿España?, ¿Bélgica?, ¿Holanda?, ¿Francia?, ¿Alemania?, ¿Inglaterra?, ¿Japón?, ¿Portugal?, y más atrás: ¿Roma?, ¿el imperio Otomano?, ¿Arabia? . ¿Vale la pena seguir?
       Creo modestamente que tenemos que empezar a crecer, tenemos que ser inteligentes. Tenemos que saber aprovechar lo que nos conviene en lugar de refunfuñar y hacernos los ofendidos.
       El antinorteamericanismo puede asociarse con las posiciones recalcitrantes contra la época colonial, que culminan con el inconcebible desmantelamiento de la estatua de Cristóbal Colón culpando a un arriesgado mercader con un genocida de la peor especie. Y llevando a la infantil idea de que derrumbando su estatua se cambia la historia.
      Porque el antinorteamericanismo termina siendo una pobre historieta mal escrita y mal dibujada. Y el anticolonialismo post Descubrimiento también. Todo termina siendo una historieta de baja estofa por esta senda.
      Pero entiéndase: ni relaciones carnales ni sometimiento ni ser orejas. Diplomacia seria y profesional. Defender los intereses nacionales con calidad e inteligencia, no haciendo pucheros y quemando banderas yanquis.


Buenos Aires, 23 de marzo de 2016                                            HÉCTOR BLAS TRILLO

                                                                                         


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