El Ágora
CUANDO LA APELACIÓN A LA BONDAD HUMANA ES
ABSURDA
Acabo de leer en un diario las
declaraciones de la vicepresidenta de la Nación en el sentido de que “la
Argentina no tiene futuro mientras existan los Báez, los López y los Jaime”.
En esta simple definición
se resume, de manera patética, el gran drama de nuestro país, que no es
precisamente la existencia de estos personajes, sino que no exista un sistema
jurídico legal lo suficientemente sólido como para evitar que tales individuos
se enriquezcan a costa del erario.
El pensamiento de la vicepresidenta es
bastante común; si todos fuéramos
buenos, nobles y solidarios, el país sería otro.
El error de este tipo de razonamiento
es inconmensurable. Nadie, a poco que lo
piense, puede esperar que todos los habitantes de una Nación, la que fuera, sean solidarios, buenos, nobles,
generosos y dadivosos. Pero todos
podemos esperar que exista un sistema jurídico, lo que se llama un Estado de
Derecho que impida los abusos y los actos irregulares de personas como las
nombradas o tantas otras.
Recuerdo palmariamente cuando en los
años 80 se suscitó la cuestión de la importación de pollos para intentar
regular el mercado avícola. En ese tiempo, el secretario de comercio, Ricardo
Mazzorín, resolvió la importación de nada menos que 50 millones de dólares de pollos congelados, la mayoría provenientes
de Hungría, que a la postre resultaron
incomibles y terminaron en el Cinturón Ecológico luego de haber sido mantenidos
años en costosas cámaras frigoríficas.
Recuerdo, además, una reunión de este
funcionario ante los representantes de la industria, en la cual manifestó, sin
un atisbo de culpa, que si quería ponía el precio del kilo de pollo en 50
centavos y destruía definitivamente la actividad local en la materia.
En aquellos años, debo confesar,
todavía me enojaban y me asombraban algunas cuestiones. Digamos que me enojaban más que ahora. Por lo
que hasta llegué a enviar cartas a diarios que no fueron publicadas.
Traigo a cuento esta anécdota no para
hacer una autorreferencia que siempre resulta odiosa, sino para ubicar a mis
amables lectores en una cuestión que supera largamente un determinado gobierno
de tal o cual sesgo político.
¿Por qué razón el funcionario Mazzorín
podía disponer de una cifra que hoy equivaldría a no menos de 250 millones de
dólares para comprar pollos congelados, lamparitas chinas o lo que se le
ocurriera? ¿Por qué razón tal funcionario podía hacer afirmaciones como la que
acabo de contar sin que a nadie se le moviera un pelo e incluso no diera lugar a que se publiquen
cartas de lectores criticando semejante acto de autoritarismo y arbitrariedad
con dinero del erario, además?
Por eso, vuelvo ahora al presente. El
problema no es que existan personas mal nacidas, coimeras, ladronas,
inescrupulosas o lo que fuere, el problema es que el sistema permita
desarrollar cierto tipo de operaciones sin los debidos reaseguros operativos
que limiten drásticamente el accionar. Y por supuesto aún en caso de que
ocurriera algún desliz, la sanción pertinente que no deje impunes a los
responsables.
Pretender que el problema se reduce a
individuos inescrupulosos que si no existieran otro sería el cantar, es como
pretender que al mundo le iría mejor si el clima fuera homogéneo, regular y las
tierras fueran fértiles en el planeta entero. Existen individuos inescrupulosos, avaros,
envidiosos, aprovechadores, egoístas, coimeros y todo lo que se nos ocurra. Hay
de todo en la Viña del Señor.
Pero en los países más avanzados existe un
sistema legal que limita el accionar de los funcionarios, la discrecionalidad
en el manejo de los fondos públicos, que obliga rendir cuentas y que en
definitiva NO AUTORIZA a que un funcionario disponga de fortunas para comprar
pollos o respuestos de automóviles como si el tipo fuera un especialista en
TODO, con dineros públicos.
Por eso, la señora Michetti comete un
error increíble. Posiblemente b asado en creencias religiosas, no lo sé. Y ese error
es el de creer que si todos fuéramos buenos y santos estas cosas no ocurrirían.
La verdad es que no podemos ni debemos
esperar que todos seamos buenos y santos, porque en primer lugar no lo somos, y
en segundo lugar ciertas actitudes, como la avaricia o la envidia, por ejemplo,
exceden incluso el marco legal. Nadie puede obligar a nadie en un país libre a
no ser avaro, por ejemplo. Sí puede obligarlo a que cumpla con la ley, aunque
no quiera.
Báez, o Jaime, o López, o quien fuere, operaron dentro de un sistema
político que posibilitó licitaciones amañadas, pagos por adelantado sin
controlar avance de obras, sobreprecios que no fueron debidamente auditados, y
un sinfín de irregularidades que parten de la permisividad (por lo decir los
buracos) de un sistema legal y político
inadecuado, para ser suave.
Nadie puede en su sano juicio esperar que
la sociedad funcione porque todos somos como la Madre Teresa, sí puede esperar
que el sistema jurídico legal funcione de tal forma que ciertos abusos se
impidan y en caso de cometerse sean detectados y quienes los violan sean
sancionados.
Héctor Blas Trillo
Buenos Aires, 18 de junio de 2016
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