Segunda
Opinión
ACTUALIDAD
ECONÓMICA: EL
FACTOR VOLUNTARISMO
La
economía es la ciencia de la
escasez, eso lo sabemos todos quienes hemos estudiado esta
maravillosa ciencia
social, como se la define. El sólo hecho de hablar de escasez
implica hablar de
costos, de precios, de valores materiales que compensen a
quienes porducen
aquello que es escaso y a la vez
demandado. Quienes producen bienes y servicios deben estudiar
cuidadosamente lo
que hacen para poder prever qué ocurrirá con sus inversiones y
determinar si
ganarán o perderán dinero. Si se equivocan, se quedan fuera
del mercado. En
este orden de ideas, toda intervención del Estado que intente
modificar las
condiciones del mercado no anula en realidad el mercado, sino
que lo reconduce,
por decirlo de algún modo. La Argentina es, desde hace muchos
años, un país
intrínsecamente corporativo, donde distintos sectores pugnan
por obtener favores
del Estado para obtener ganancias aún en
condiciones deficientes
o antieconómicas.
Esto, que es de una obviedad meridiana, no parece ser
interpretado
adecuadamente no sólo por políticos, sino incluso por
economistas y hasta los
mismos empresarios. Pero,
en verdad,
todos sabemos o deberíamos saber que siempre prevalece el
mercado y la ecuación
costo beneficio no dejará de tener vigencia jamás. Por eso,
todos los
mecanismos que intentan impedir, prohibir, limitar o lo que
sea aquello que la
gente demanda, sólo sirven para poner un precio a la
“autorización” pertinente.
Todos
quienes tenemos alguna
actividad comercial o algún vínculo con ella lo sabemos. Si
necesitamos
importar tornillos y para ello hay que pedir permiso (que no
es lo m ismo que
pagar un impuesto, sea este justo o no, es otra discusión),
ese permiso se
paga. A menos que precisa y taxativamente nuestros tornillos
estén en una lista
que impida su importación, en cuyo caso deberemos propinarnos
de ellos en el
mercado local, pagando el precio de la falta de competencia de
los tornillos
extranjeros que como no está permitido importarlos, aumenta. Cuál es la
razón por la cual si
todos sabemos que esto es así persistimos en las mismas
prácticas. Todos hemos
visto en los últimos años
verdaderas campañas publicitarias para que no consumamos luz,
para que
ahorremos gas, para que ahorremos el agua que es escasa. Pero apelar al
voluntarismo de que la gente
ahorre porque se lo pide el Estado o quien fuere, cuando el
producto a ahorrar
es barato, es bastante más que utópico. Es inconsistente. Que una compañía que
vende electricidad nos
invite a no consumir aquello que nos vende, es absurdo. Las
cosas no pueden
ser, y no serán, de otra manera jamás de los jamases. Por eso
se han construido
edificios que ni siquiera tienen instalaciones de gas, porque
siendo como venía
siendo tan barata la electricidad, es mucho más económico
evitar el gasto de
las instalaciones gasíferas. Un economista que no sepa esto no
puede ser un
economista. Es triste pero es así. Y ni siquiera es una
cuestión ideológica, es
conocer y reconocer lo obvio. Cerrar importaciones siempre es
algo que se
presenta como una forma de preservar el trabajo local. Pero
cerrar
importaciones es también la manera de garantizar al productor
local que no
habrá competencia, y que si su producto es caro y de mala
calidad, igual lo
venderá porque la gente lo necesita.
Poner las cosas blanco sobre negro puede ser muy duro,
pero es imprescindible.
Hoy
veíamos una carta de
lectores en un diario capitalino. Allí se menciona una vez más
la necesidad de
que el consumidor exija su factura. ¿Cuántos años hace que
venimos escuchando y
viendo campañas de todo tipo para que el consumidor exija su
factura?
¿Recuerdan el “no deje que le roben” de tiempos de Tacchi,
Peña y Cavallo en
los 90? Seguimos pidiendo lo mismo. Exija su factura, no
consuma energía,
apague las luces, cierre las canillas, hable por teléfono en
horarios en los
que la comunicación es más barata porque nadie habla. ¿No es
hora de que
tomemos nota de que esto no funciona ni funcionará porque lo
único que hace
modificar la actitud generalizada de la gente son las pérdidas
y las ganancias
que puede obtener con su comportamiento?
Estimados
lectores: la
gente no exigirá masivamente su factura, ni apagará las luces,
ni ahorrará
calefacción o refrigeración o lo que fuere, si no le duele en
su bolsillo. Esta
incomprensible negación de lo obvio se repite una y otra vez a
lo largo de
décadas. La carta de
lectores que
comento dice entre otras cosas: “seamos ciudadanos
comprometidos, que no nos
conformen con un ticket trucho, no nos lamentemos si somos
sólo expectadores”
¿Sabe el escriba que si todas las actividades se facturaran en
blanco los
precios nunca podrían ser los que son? ¿Habrá comprado alguna
vez una película “trucha”
o un programa de computadora o un juego de play o lo que fuera a la quinta o sexta parte
de su valor
comercial si se tratara de una versión “original”? ¿Habrá ido
alguna vez a comer a
un “tenedor libre” y se habrá
preguntado cómo puede ser tan barato comparativamente?
Acá
hubo épocas en las que
se había implementado el llamado “Loteriva” que luego fue
dejado de lado, para
que la gente pidiera sus facturas. No sabemos por qué fue
dejado de lado, pero
sí sabemos que entre jugar al azar para ganarnos un premio
entre millones de
personas y conseguir “al toque” (como dicen los chicos) un
descuento importante
la gente ya eligió. Sabemos que decir esto no es políticamente
correcto. Pero
no es nuestra función serlo, sino poner las cosas en su lugar.
Cualquier
pequeño comercio
de barrio trabaja la mitad en negro, señores, y por eso puede
vender y competir
a un precio razonable. No es que se “roba” los impuestos, es
que no los cobra y
no los paga en la inmensa mayoría de los casos. Si tiene en la
vereda de su
negocio una oleada de “manteros” que vende de manera informal
mercadería
adulterada y plagiada de todo tipo a precios ridículos, ¿cómo
hace para
sobrevivir? Si sabe que vende ropa pero la gente se irá a
comprar a La Salada o
al Mercado Central o a la Calle Avellaneda porque le cuesta la
tercera parte,
¿cómo hace para sobrevivir?
No
es la pretensión de este
comentario exculpar a nadie, ni muchísimo menos, es describir
una realidad. De
cada peso que la persona percibe en su bolsillo prácticamente
63 centavos
vuelven al Estado en forma de impuestos. Esto sin contar el
impuesto
inflacionario. ¿Cómo mejoramos esta situación?, el incentivo
es inmenso. ¿Se
entiende?
Por
consiguiente, y para
ir terminando. Pongámonos las pilas. Si queremos que la gente
exija su factura
creemos un sistema tributario que incentive el pedido de tales
facturas porque
ellas redundarán en algún beneficio para quienes las piden.
Por ejemplo una
deducción en las cargas sociales de los empleados domésticos o
en los impuestos
provinciales y municipales. Con que se diga que el 10% del
consumido en las
compras de lo que sea es deducible como parte del pago de las
cuotas del ABL ya
tendríamos una verdadera revolución de contribuyentes pidiendo
facturas hasta a
los “trapitos”. Hay que usar la inteligencia y dejar de lado
el voluntarismo.
Hace
algunos años estuvimos
en Cuba, y oyendo la radio y las consignas e incitaciones a
preservar el carácter
supuestamente revolucionario del régimen aún vigente,
comprobamos que se
apelaba permanentemente a que la gente se “comprometiera” con
la “revolución” y
exigiera esto y aquello. Esto 50 años después y luego de
décadas de
adoctrinamiento. Pero al mismo tiempo, el régimen del entonces
presidente Fidel
Castro había creado el “peso convertible” para recibir de
algún modo los
dólares norteamericanos que acercaban los turistas, y toda una
“industria” se
había conformado alrededor del turismo. Y la población
masivamente buscaba
sobrevivir fuera del sistema tanto como fuera posible, hasta
que el régimen fue
aceptando poco a poco que esto sería así. Lo mismo o parecido
pasó en China, en
Polonia, en la mismísima URSS. En todas partes. Hoy Cuba ha
producido un
acercamiento a los EEUU, y también de los EEUU hacia Cuba, hay
que decirlo. Pero
la verdad es que Cuba se ha rendido hace muchísmos años a los
sucios dólares
norteamericanos que ingresan al país incluso por remesas de
los “gusanos” de
Miami. Mucha revolución, muchos principios, mucho compromiso,
pero a la hora de
comer, que vengan los dólares. Así son las cosas.
Hay
que terminar con el
voluntarismo y asumir que la gente usará paraguas y pagará por
él si llueve. Y
si no llueve, no lo hará. Es conmovedor que no lo hayamos
comprendido, al menos
en la Argentina, luego de más de 7 décadas de voluntarismo y
populismo.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos
Aires, 6 de noviembre de 2016
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