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viernes, 30 de agosto de 2019

Segunda Opinión



ECONOMÍA: ENTRE LA DESILUSIÓN Y LAS URNAS

        ¿Qué posibilidades tiene el actual “plan” económico  de alcanzar algún éxito?

        

          Las medidas económicas tomadas de apuro por la actual administración tienen 4 pilares fundamentales.

1)      La restricción monetaria. Hasta junio del corriente año el gobierno se comprometió a no emitir moneda para financiar el déficit fiscal.

2)      El acuerdo con el FMI.  Básicamente el préstamo de dólares para cubrir las necesidades de caja y evitar que el peso se devalúe otra vez de manera dramática contra el dólar.

3)      La regulación de la tasa de interés  en pesos para poder desalentar la compra de moneda extranjera

4)      La presión tributaria adicional. El clásico método de subir los impuestos para poder afrontar el déficit fiscal con recursos genuinos.



         Hay muchísimos otros elementos a considerar, pero en líneas generales lo que comentamos es lo básico. Además de ser más que evidente.



         El establecimiento de una “banda cambiaria” con techo y piso dentro de los cuales debe manejarse el valor del dólar es, claramente, una “tablita” más, al mejor estilo de Martínez de Hoz y también de otros gobiernos, incluyendo el peronismo de los años 70 y su “inflación cero”, y de una manera más cruda pero igualmente intervencionista, durante la llamada convertibilidad.



         El gobierno espera bajar la tasa de inflación poniéndole un corsé a la emisión de moneda y tratando de controlar el tipo de cambio.  Al mismo tiempo, con la presión tributaria incrementada, espera cerrar el déficit fiscal con recursos provenientes de todos nosotros, que una vez más somos quienes debemos ajustarnos para que la administración de la política pueda quedarse tranquila.



       La gran devaluación de la moneda argentina durante el año 2018 significó una pérdida de valor del peso de más del 60%. Pero esto requiere observar que tal devaluación ha tenido su origen primero en el anclaje del tipo de cambio durante 2016 y 2017, que ante el ingreso de moneda extranjera para colocarse en títulos en pesos, y también del ingreso de tal moneda extranjera producto de los préstamos colocados por el Estado.



      Cuando finalmente se anunció y se puso en marcha para no residentes el llamado “impuesto a la renta financiera”, se inició la corrida cambiaria que todos hemos sufrido. Al mismo tiempo, la mejora de las tasas de interés en EEUU posibilitó la salida de divisas hacia otras playas un poco más seguras. Pero no dejemos de contemplar que el gobierno venía emitiendo moneda a lo pavo, y que fue esa una causa fundamental para que la olla de presión explotara.



     Observemos el hecho de que cuando las tasas de interés en pesos estaban en el país en el orden del 28 o 30%, la inflación (índice de precios al consumidor, para ser más precisos) estuvo en torno del 25% en 2017. En 2016 todavía no se había reorganizado el INDEC luego del desastre morenista, pero el dato referido a la CABA estaba en torno del 40%, lo mismo que el llamado “índice Congreso”  El freno del tipo de cambio se producía mediante el exceso de oferta de moneda extranjera que posibilitaba pingües ganancias a los inversores externos e internos que operaban en pesos vendiendo dólares y luego recomprándolos durante el períodod de “chatura” del tipo de cambio.



    Ya en 2018, se cortó el financiamiento externo, se aplicó el impuesto a la renta financiera sumando un costo que reduce el rendimiento de las tasas de interés, y se produjo una verdadera estampida política, incluyendo declaraciones de apuro por parte de los funcionarios y el propio presidente.



    Todos lo sabemos: si el dólar se queda quieto todos dormimos más tranquilos. Pero esto es apenas la punta de iceberg. Ya diremos algo más sobre esto.



    Lo cierto es que la restricción en la oferta  monetaria a partir de los acuerdos con el FMI, más el aporte de dólares de ese organismo permitió que en la última etapa del año la cotización de la moneda tendiera a estabilizarse.



    Dicho de manera muy simple: si no agregamos moneda al circulante, subimos la tasa de interés y agregamos dólares al mercado, el resultado es la estabilización del tipo de cambio. O tal vez debamos decir el “planchado”



     Pero hay que tener en cuenta que en este estado de situación, resulta prácticamente imposible no entrar en una profunda recesión como la que hoy estamos.



     Las tasas de interés son impagables para cualquier empresa que necesite financiación. De hecho, muchos están financiándose  dejando de pagar los impuestos, dado que la AFIP por ejemplo tiene las tasas por intereses resarcitorios en el orden del 3% mensual.



     A su vez, y progresivamente, el tipo de cambio va atrasándose, lo cual nos mete una vez más en el problema del atraso cambiario, que más temprano que tarde, repercute de manera muy negativa en las llamadas “economías regionales”). La inflación acumulada durante estos 3 años, asciende a más del 150%. El tipo cambio, si tomamos a fines de 2015 un valor de $ 15,50 por dólar (valor aproximado del llamado “contado con liquidación), y un valor de 38,50 al cierre del año 2018 nos muestra una devaluación real del orden del 150%.



    Claramente con la banda cambiaria el gobierno está intentando  aproximar la tasa de inflación con la tasa de pérdida de valor del peso, porque es sabido que a larga, ambas cosas se equiparan.



    Muy bien. Tenemos ingreso de dólares por las exportaciones, por los préstamos del FMI y por el turismo que llega a nuestras playas. Tenemos ahorro de dólares porque por la recesión y el tipo de cambio baja la demanda de bienes e insumos importados. Los turistas argentinos veranean en la costa argentina. La cosecha gruesa que concluye, prevé un ingreso adicional de divisas.

    Cabe preguntarse si esta situación es favorable y si podrá sostenerse en el tiempo. De momento, este estado de cosas resulta muy costoso para el gobierno y para todos nosotros.  Y el problema de base ha sido y es la enorme cantidad de dinero que el Estado invierte en planes, ayudas, dádivas, subsidios, asignaciones y un enorme número de jubilados que dependen de un sistema de “reparto” que hace décadas que está totalmente agotado y recurre a los impuestos para intentar cumplir. A lo cual se suman las necesidades de caja, especialmente de la Provincia de Buenos Aires, dado que los recortes que hubo que hacer para intentar frenar el déficit, afectaron a la principal provincia del país donde “Cambiemos” hace un esfuerzo descomunal para no perder en la próxima elección de gobernador.



     Entendemos que es evidente que el presente está agarrado con alfileres y que el futuro es realmente incierto. O tal vez es terriblemente predecible.



     Muchos economistas pronostican una mejora de la economía para el segundo o tercer trimestre. Otros dicen que eso ocurrirá en un par de años.



     En realidad, todo depende de lo que se  haga. Así es claramente insostenible en el mediano plazo.  Las presiones devaluatorias arreciarán apenas se termine el corsé emisionista, las tasas de interés acumulativas obligarán al gobierno a refinanciar la deuda casi con toda seguridad. Se habla de vencimientos por 60.000 millones de dólares durante 2020. Pero todo esto servirá para tirar la pelota más lejos, tal vez hasta el próximo gobierno no haya cambios.



       La incertidumbre política es un factor de graves consecuencias. Es sabido que el capital es muy temeroso. Y el llamado “riesgo país”, con más de 700 puntos (7 puntos por arriba de la tasa de referencia norteamericana) así lo señala.



        La población local puede esperar y creer muchas cosas. Los inversores externos miden lo ocurrido y analizan las consecuencias. Si la candidata Cristina Fernández tiene chances de ganar, podrá ser algo muy positivo para sus seguidores, pero será pésimo desde el punto de vista de los inversores. El populismo es tan nefasto como lo ha sido en 70 años. Pero lo será más todavía si encima no cuenta con dinero. Queremos decir con esto que algunas variables comenzarían a acomodarse si estuviera decidido un escenario favorable a un gobierno que no sea de tinte populista, y a desacomodarse si se espera lo contrario.



        En el medio de todo esto cabe preguntarse qué esperan nuestros gobernantes para iniciar un proceso en serio de adecuación del Estado y sus tentáculos para volver a la economía más competitiva. Porque también hay que señalar que el dólar “recontraalto” es un artilugio monetario de patas muy cortas, porque no nos vuelve más competitivos. Así ocurrió durante la gestión del hoy bendecido Roberto Lavagna.



        Carga tributaria, tasas de interés, leyes laborales e inflación  son verdaderas catapultas hacia una mayor recesión.  Y la infinita carga administrativa que el estado nacional, los estados provinciales y los municipios vuelcan sobre todos nosotros, vuelven inviable un proceso de mejora competitiva. O casi.



       Porque no se trata únicamente de bajar el gasto público y reducir el déficit (nacional, provincial, municipal). Se trata de terminar con la maraña burocrática que exige trámites y genera obligaciones administrativas  y tributarias imposibles de cumplir razonablemente, y con un altísimo costo especialmente para las empresas pequeñas o medianas.



      Y un dato final que suma incertidumbre es: ¿qué ocurrirá cuando acabe el plazo durante el cual el gobierno se comprometió, FMI mediante, a no emitir moneda sin respaldo?  Siempre hay momento en la vida del intervencionismo que es la hora de la verdad: cuando salimos, ¿cómo salimos?. Porque también es cierto que de esa “salida” inevitable depende lo que ocurrirá en las urnas poco después.



      Hoy en día son muchos los habitantes de esta querida patria, que se sienten desilusionados con el actual gobierno y es entendible. Y no se trata únicamente de la “falta de explicaciones” como suelen señalar comunicadores afines a Cambiemos. No. Se trata de que la cruda y triste realidad de que muchos creían haber votado un cambio de paradigma que en realidad no ocurrió. Y que por lo que venimos señalando seguramente no ocurrirá.



      Nadie habla hoy de reducir el peso del Estado. Nadie habla de hacer la vida más llevadera quitando cargas administrativas de infinitos regímenes de información que crecen como hongos.  De la maraña burocrática de las administraciones provinciales y municipales. De la retención y la percepción compulsiva de impuestos sin verificar si los contribuyentes son tales revirtiendo así la carga de la prueba.



      Y eso a su vez sin contar el hecho de que cualquier pago o retención indebida, tal vez sea devuelto algún día, pero sin intereses, sin ajuste alguno por la pérdida de valor de la moneda. Y luego de gravosos trámites.



      No estamos diciendo aquí que el Estado no deba funcionar. Estamos diciendo que no puede funcionar a cualquier precio.



      La población, lo mismo que los inversores potenciales en lo que sea, están pendientes hoy en día de la marcha de la economía, y de su estrecha relación con lo que pasará en las urnas en la segunda mitad del año.



     Los desilusionados ¿cambiarán su voto por una eventual candidatura populista? ¿Y los que ni siquiera se desilusionaron? Tal vez como siempre la alternativa esté en el medio, pero no en la “ancha avenida”, que no es más que un eslogan publicitario.



   

      



       



HÉCTOR BLAS TRILLO                                                                                                        Buenos Aires, 12 de enero de 2019

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