Segunda
Opinión
ECONOMÍA: ENTRE LA
DESILUSIÓN Y LAS URNAS
¿Qué posibilidades tiene el actual “plan”
económico de
alcanzar algún
éxito?
Las
medidas
económicas tomadas de apuro por la actual administración
tienen 4 pilares fundamentales.
1) La restricción monetaria. Hasta
junio del corriente año el
gobierno se comprometió a no emitir moneda para financiar el
déficit fiscal.
2) El acuerdo con el FMI.
Básicamente el préstamo de dólares para cubrir las
necesidades de caja y
evitar que el peso se devalúe otra vez de manera dramática
contra el dólar.
3) La regulación de la tasa de
interés en pesos para
poder desalentar la compra de
moneda extranjera
4) La presión tributaria adicional.
El clásico método de subir
los impuestos para poder afrontar el déficit fiscal con
recursos genuinos.
Hay
muchísimos
otros elementos a considerar, pero en líneas generales lo que
comentamos es lo
básico. Además de ser más que evidente.
El
establecimiento de una “banda cambiaria” con techo y piso
dentro de los cuales
debe manejarse el valor del dólar es, claramente, una
“tablita” más, al mejor
estilo de Martínez de Hoz y también de otros gobiernos,
incluyendo el peronismo
de los años 70 y su “inflación cero”, y de una manera más
cruda pero igualmente
intervencionista, durante la llamada convertibilidad.
El
gobierno
espera bajar la tasa de inflación poniéndole un corsé a la
emisión de moneda y
tratando de controlar el tipo de cambio.
Al mismo tiempo, con la presión tributaria
incrementada, espera cerrar
el déficit fiscal con recursos provenientes de todos nosotros,
que una vez más
somos quienes debemos ajustarnos para que la administración de
la política
pueda quedarse tranquila.
La
gran
devaluación de la moneda argentina durante el año 2018
significó una pérdida de
valor del peso de más del 60%. Pero esto requiere observar que
tal devaluación
ha tenido su origen primero en el anclaje del tipo de cambio
durante 2016 y
2017, que ante el ingreso de moneda extranjera para colocarse
en títulos en
pesos, y también del ingreso de tal moneda extranjera producto
de los préstamos
colocados por el Estado.
Cuando
finalmente
se anunció y se puso en marcha para no residentes el llamado
“impuesto a la
renta financiera”, se inició la corrida cambiaria que todos
hemos sufrido. Al
mismo tiempo, la mejora de las tasas de interés en EEUU
posibilitó la salida de
divisas hacia otras playas un poco más seguras. Pero no
dejemos de contemplar
que el gobierno venía emitiendo moneda a lo pavo, y que fue
esa una causa
fundamental para que la olla de presión explotara.
Observemos
el
hecho de que cuando las tasas de interés en pesos estaban en
el país en el
orden del 28 o 30%, la inflación (índice de precios al
consumidor, para ser más
precisos) estuvo en torno del 25% en 2017. En 2016 todavía no
se había
reorganizado el INDEC luego del desastre morenista, pero el
dato referido a la
CABA estaba en torno del 40%, lo mismo que el llamado “índice
Congreso” El freno del
tipo de cambio se producía
mediante el exceso de oferta de moneda extranjera que
posibilitaba pingües
ganancias a los inversores externos e internos que operaban en
pesos vendiendo
dólares y luego recomprándolos durante el períodod de
“chatura” del tipo de
cambio.
Ya en
2018, se
cortó el financiamiento externo, se aplicó el impuesto a la
renta financiera sumando
un costo que reduce el rendimiento de las tasas de interés, y
se produjo una
verdadera estampida política, incluyendo declaraciones de
apuro por parte de
los funcionarios y el propio presidente.
Todos lo
sabemos:
si el dólar se queda quieto todos dormimos más tranquilos.
Pero esto es apenas
la punta de iceberg. Ya diremos algo más sobre esto.
Lo cierto
es que la
restricción en la oferta monetaria
a
partir de los acuerdos con el FMI, más el aporte de dólares de
ese organismo
permitió que en la última etapa del año la cotización de la
moneda tendiera a
estabilizarse.
Dicho de
manera muy
simple: si no agregamos moneda al circulante, subimos la tasa
de interés y
agregamos dólares al mercado, el resultado es la
estabilización del tipo de cambio.
O tal vez debamos decir el “planchado”
Pero hay
que tener
en cuenta que en este estado de situación, resulta
prácticamente imposible no
entrar en una profunda recesión como la que hoy estamos.
Las
tasas de
interés son impagables para cualquier empresa que necesite
financiación. De
hecho, muchos están financiándose
dejando de pagar los impuestos, dado que la AFIP por
ejemplo tiene las
tasas por intereses resarcitorios en el orden del 3% mensual.
A su
vez, y
progresivamente, el tipo de cambio va atrasándose, lo cual nos
mete una vez más
en el problema del atraso cambiario, que más temprano que
tarde, repercute de
manera muy negativa en las llamadas “economías regionales”).
La inflación
acumulada durante estos 3 años, asciende a más del 150%. El
tipo cambio, si
tomamos a fines de 2015 un valor de $ 15,50 por dólar (valor
aproximado del
llamado “contado con liquidación), y un valor de 38,50 al
cierre del año 2018
nos muestra una devaluación real del orden del 150%.
Claramente
con la banda
cambiaria el gobierno está intentando
aproximar la tasa de inflación con la tasa de pérdida
de valor del peso,
porque es sabido que a larga, ambas cosas se equiparan.
Muy bien.
Tenemos
ingreso de dólares por las exportaciones, por los préstamos
del FMI y por el
turismo que llega a nuestras playas. Tenemos ahorro de dólares
porque por la
recesión y el tipo de cambio baja la demanda de bienes e
insumos importados. Los
turistas argentinos veranean en la costa argentina. La cosecha
gruesa que
concluye, prevé un ingreso adicional de divisas.
Cabe
preguntarse si
esta situación es favorable y si podrá sostenerse en el
tiempo. De momento,
este estado de cosas resulta muy costoso para el gobierno y
para todos
nosotros. Y el
problema de base ha sido
y es la enorme cantidad de dinero que el Estado invierte en
planes, ayudas,
dádivas, subsidios, asignaciones y un enorme número de
jubilados que dependen
de un sistema de “reparto” que hace décadas que está
totalmente agotado y
recurre a los impuestos para intentar cumplir. A lo cual se
suman las
necesidades de caja, especialmente de la Provincia de Buenos
Aires, dado que
los recortes que hubo que hacer para intentar frenar el
déficit, afectaron a la
principal provincia del país donde “Cambiemos” hace un
esfuerzo descomunal para
no perder en la próxima elección de gobernador.
Entendemos
que es
evidente que el presente está agarrado con alfileres y que el
futuro es
realmente incierto. O tal vez es terriblemente predecible.
Muchos
economistas
pronostican una mejora de la economía para el segundo o tercer
trimestre. Otros
dicen que eso ocurrirá en un par de años.
En
realidad, todo
depende de lo que se haga.
Así es
claramente insostenible en el mediano plazo.
Las presiones devaluatorias arreciarán apenas se
termine el corsé
emisionista, las tasas de interés acumulativas obligarán al
gobierno a
refinanciar la deuda casi con toda seguridad. Se habla de
vencimientos por
60.000 millones de dólares durante 2020. Pero todo esto
servirá para tirar la
pelota más lejos, tal vez hasta el próximo gobierno no haya
cambios.
La
incertidumbre
política es un factor de graves consecuencias. Es sabido que
el capital es muy
temeroso. Y el llamado “riesgo país”, con más de 700 puntos (7
puntos por
arriba de la tasa de referencia norteamericana) así lo señala.
La
población
local puede esperar y creer muchas cosas. Los inversores
externos miden lo ocurrido
y analizan las consecuencias. Si la candidata Cristina
Fernández tiene chances
de ganar, podrá ser algo muy positivo para sus seguidores,
pero será pésimo
desde el punto de vista de los inversores. El populismo es tan
nefasto como lo
ha sido en 70 años. Pero lo será más todavía si encima no
cuenta con dinero.
Queremos decir con esto que algunas variables comenzarían a
acomodarse si
estuviera decidido un escenario favorable a un gobierno que no
sea de tinte
populista, y a desacomodarse si se espera lo contrario.
En el
medio de
todo esto cabe preguntarse qué esperan nuestros gobernantes
para iniciar un
proceso en serio de adecuación del Estado y sus tentáculos
para volver a la
economía más competitiva. Porque también hay que señalar que
el dólar
“recontraalto” es un artilugio monetario de patas muy cortas,
porque no nos
vuelve más competitivos. Así ocurrió durante la gestión del
hoy bendecido
Roberto Lavagna.
Carga
tributaria, tasas de interés, leyes laborales e inflación son verdaderas catapultas
hacia una mayor
recesión. Y la
infinita carga
administrativa que el estado nacional, los estados
provinciales y los
municipios vuelcan sobre todos nosotros, vuelven inviable un
proceso de mejora
competitiva. O casi.
Porque
no se
trata únicamente de bajar el gasto público y reducir el
déficit (nacional,
provincial, municipal). Se trata de terminar con la maraña
burocrática que
exige trámites y genera obligaciones administrativas y tributarias imposibles
de cumplir
razonablemente, y con un altísimo costo especialmente para las
empresas pequeñas
o medianas.
Y un
dato final
que suma incertidumbre es: ¿qué ocurrirá cuando acabe el plazo
durante el cual
el gobierno se comprometió, FMI mediante, a no emitir moneda
sin respaldo? Siempre
hay momento en la vida del
intervencionismo que es la hora de la verdad: cuando salimos,
¿cómo salimos?.
Porque también es cierto que de esa “salida” inevitable
depende lo que ocurrirá
en las urnas poco después.
Hoy en
día son
muchos los habitantes de esta querida patria, que se sienten
desilusionados con
el actual gobierno y es entendible. Y no se trata únicamente
de la “falta de
explicaciones” como suelen señalar comunicadores afines a
Cambiemos. No. Se
trata de que la cruda y triste realidad de que muchos creían
haber votado un
cambio de paradigma que en realidad no ocurrió. Y que por lo
que venimos
señalando seguramente no ocurrirá.
Nadie
habla hoy
de reducir el peso del Estado. Nadie habla de hacer la vida
más llevadera
quitando cargas administrativas de infinitos regímenes de
información que crecen
como hongos. De la
maraña burocrática de
las administraciones provinciales y municipales. De la
retención y la
percepción compulsiva de impuestos sin verificar si los
contribuyentes son
tales revirtiendo así la carga de la prueba.
Y eso a
su vez
sin contar el hecho de que cualquier pago o retención
indebida, tal vez sea
devuelto algún día, pero sin intereses, sin ajuste alguno por
la pérdida de
valor de la moneda. Y luego de gravosos trámites.
No
estamos
diciendo aquí que el Estado no deba funcionar. Estamos
diciendo que no puede
funcionar a cualquier precio.
La
población, lo
mismo que los inversores potenciales en lo que sea, están
pendientes hoy en día
de la marcha de la economía, y de su estrecha relación con lo
que pasará en las
urnas en la segunda mitad del año.
Los
desilusionados
¿cambiarán su voto por una eventual candidatura populista? ¿Y
los que ni
siquiera se desilusionaron? Tal vez como siempre la
alternativa esté en el
medio, pero no en la “ancha avenida”, que no es más que un
eslogan
publicitario.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos
Aires, 12 de enero de
2019
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