Segunda
Opinión
NOTRE DAME Y
EL IDEOLOGISMO DISTRIBUCIONISTA
El
desgraciado incendio de
la catedral de Notre Dame ha dado paso a una especie de puesta
en escena
ideológica sobre las donaciones que están ofreciéndose para su
reconstrucción y
el hambre en el mundo.
Es importante
desgranar un poco esta cuestión para despejarla del
ideologismo
“culpógeno” que suele
reverdecer de parte
de cierto progresismo decadente y sectario cada vez que las acciones
solidarias de las
personas no toman el camino que es considerado correcto. Es
sabido que
fácilmente se suben al carro del dedo acusador políticos
oportunistas y
desprevenidos de todo tipo y condición. Por eso es importante una
vez más poner las
cosas sobre la mesa.
En
términos generales, este
progresismo al que nos referimos, muestra desde siempre una
tendencia a
considerarse a sí mismo como dueño de la ética y paladín de la
moral. Cargado
de intolerancia muchas veces directamente intenta acallar las
voces de quienes
se manifiestan en alguna dirección diversa. Y desgraciadamente
suele tener éxito en
su empresa, provocando de tal modo un
daño que puede retardar años la solución de los problemas que
en apariencia
intenta revertir.
En
estas horas se ha
desatado una suerte de disputa por hacer donaciones de gran
importancia para la
reconstrucción de la mundialmente famosa catedral. Desde el
gobierno francés se
impulsa, además la realización de colectas justamente con ese
fin. Ya es noticia que
grandes grupos empresarios
franceses han puesto sobre la mesa montos que superan los 100
millones de euros
cada uno. Y de allí para abajo, son muchas las personas en el
mundo entero que
están ofreciendo sus aportes, movidas en muchos casos por
cuestiones
sentimentales, religiosas, artísticas y hasta nacionalistas.
Pero
hete aquí que el
progresismo al que nos referimos considera que las donaciones
de los grandes
grupos empresarios (a quienes llama “oligarcas”) deberían
destinarse a paliar
el hambre en el mundo, combatir las desigualdades y mejorar la
calidad de vida
de las poblaciones más pobres del planeta.
El
hambre y la pobreza en el
mundo, sin embargo, no se combaten repartiendo dinero o
incluso bienes, sino
generando posibilidades de inversión y de trabajo, para lo
cual debe encararse
un proceso de mejoramiento institucional, cultural y de
establecimiento de
condiciones de vida dentro de un marco de respeto al sistema
jurídico. En
términos generales es la apertura a la iniciativa privada la
base del
desarrollo de las naciones y no el reparto de dinero, comida o
lo que fuera lo
que permite avanzar.
La
idea de que las personas
ricas repartan sus riquezas tiene un efecto efímero, si es que
tiene alguno. De
hecho, el dinero por ejemplo es una fiducia que se deposita en
bancos y que es
utilizado en forma de préstamos para actividades productivas.
Las personas
adineradas no guardan su dinero en tesoros al estilo del “Tío
Rico” de Walt
Disney,
Si
ese dinero fuera destinado
de un día para el otro a
la compra de bienes y servicios por parte
de la población del mundo que hoy tiene carencias, eso
produciría un aumento de
la demanda de tales productos de manera que subirían su precio
y desde el vamos
nomás reduciría dramáticamente el efecto de paliativo
esperado.
Porque
para salir de la
pobreza lo que se requiere es un incremento de la producción y
una mejora de la
productividad que conduzca a la mayor disposición de bienes
(de por sí escasos)
para atender a más gente.
Un
informe del Banco Mundial
del año 2018 señala que la pobreza extrema en el mundo está en
el orden del 11%
de la población. Unos 736 millones de personas contra 1.800
millones de 1990.
Esta impresionante reducción se ha producido mayoritariamente
en la República
Popular China, donde en los últimos 30 años alrededor de 800
millones de
individuos salieron de la pobreza extrema en la que vivían.
Claramente
la mejora de la
situación del gigante asiático
es una consecuencia directa del cambio radical de sus
políticas económicas
acontecido a partir de la reforma de 1979 encabezada por Deng
Xiaoping. Y no la
consecuencia del reparto de ningún dinero o riqueza, sino de
la creación de
ella.
Esto
señala de manera
elocuente cuál es el camino posible para mejorar la situación
en el mundo.
Volviendo
a Notre Dame y las
donaciones. Es interesante observar la carga de culpa que se
pretende infringir
a los donantes por ser “ricos”.
Sería
seguramente necesario analizar
esta
cuestión desde un punto de vista moral que tal vez excede
nuestros modestos
conocimientos, pero no la más pura lógica. Más parece una
desviación producto
del resentimiento, la ignorancia o la ceguera ideológica.
Porque los datos que
comentamos están en Internet y cualquiera puede analizarlos.
Si
suponemos que a partir de
un nivel determinado de posesiones los seres humanos somos
económicamente
“ricos” es necesario fijar el punto de inflexión a partir del
cual lo somos, de
manera de que por encima de tal punto nos sintamos moralmente
obligados a donar
los excedentes patrimoniales para paliar las necesidades del
mundo pobre, antes
que para reconstruir una catedral.
Alguien
debería entonces
determinar cuál es ese punto. Y además debería contemplar las
diversas
situaciones sociales según los usos, costumbres e
idiosincrasia de cada pueblo.
Con toda seguridad el límite a partir del cual alguien es
“rico” no es igual en
Bután que en EEUU, por citar un ejemplo bien gráfico.
Muy
bien. Si consideramos
que nadie puede disfrutar en exceso de sus bienes y
comodidades deberíamos
entonces todos los habitantes del planeta donar nuestros
excedentes a los
pobres para paliar y incluso resolver su situación.
Alguien
debería determinar
entonces cuáles son esos excedentes según el lugar del mundo y
la valoración
que se haga de ellos.
En
términos generales
podríamos decir que todas la comodidades de que gozamos, las
que fueren,
deberían suprimirse en la medida en la que alguien en el mundo
necesitara algo
por ser pobre.
Lo
que normalmente llamamos
bienes suntuarios, o “lujos” deberían ser eliminados de la faz
de la Tierra
mientras alguien necesitara algo.
No
parece lógico que Louis
Vuitton sea condenada por donar y no lo sea algún nuevo rico
de la Argentina
por no hacerlo. Por ejemplo.
Luego
deberíamos pasar a determinar,
suponemos, si las personas pobres lo son porque no pueden
modificar si
situación o porque NO QUIEREN. Porque es sabido que hay gentes
que por razones
religiosas u otras prefieren el estado de pobreza. E incluso
de pobreza
extrema. Y en tal caso, decidir en algún tribunal moral casi
extraterrenal si
deberíamos o no sacar de la pobreza a quienes no quieren salir
de ella.
Pero
hay algo más: todas las
personas que trabajan en la producción de bienes y servicios
vinculados al
placer y la comodidad deberían resignar entonces sus puestos
de trabajo porque
ya no serían necesarios. Muchas personas pasarían a estar
desocupadas y
seguramente muchas fábricas y comercios bajarían sus
persianas. Autos de lujo,
hotelería, cruceros, viajes de placer y cosas por el estilo
deberían ser
abolidos mientras alguien necesitara algo. En tal línea de
razonamiento, no
debería permitirse que alguien disfrute mientras otro ser
humano padece.
Y
así podríamos seguir.
Tendríamos entonces un enorme problema ocupacional derivado de
estas
concepciones. Con lo cual, como el plumero, solamente
estaríamos cambiando la
tierra de lugar.
Y
esto es así porque el
hecho de privar a unos para dar a otros no hace variar la
cantidad de bienes
disponibles.
Por
eso titulamos estas
líneas como las titulamos. No pretendemos ofender a nadie
porque sabemos que
mucha gente cree de buena fe en estas soluciones mágicas.
La
influencia de estas
creencias llevó a las grandes matanzas del siglo XX en la Rusia
stalinista, en la Camboya de Pol Pot y
en otros intentos en el mundo por lograr un “nuevo
orden”. Todos sabemos
que ciertas cosas, aunque
puedan resultar muy románticas, no resultan viables. Pero
especialmente no es
posible multiplicar mágicamente los panes y los peces. Si los bienes existentes
han de repartirse
entre más personas, además, debe preverse que una vez que
tales bienes se
consuman habrá que reponerlos. Y no está demás preguntarse
quién y cómo lo
hará.
Los
ideologismos no proponen
por lo general soluciones, sino antes bien pretenden que la
realidad deje de
ser lo que es según sus teorías. Ello en lugar de adaptar
tales teorías a la
realidad. Porque esa es la genuina diferencia entre ideología
e ideologismo.
Buenos Aires, 23
de abril de 2019
HÉCTOR BLAS TRILLO
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