Segunda
Opinión
EL VIEJO TRUCO DE
LA “LEY
DE GÓNDOLAS”
El diputado Daniel Arroyo aseguró que, en caso
de que el Frente de Todos resulte vencedor en las elecciones
presidenciales, se
implementará inmediatamente la Ley de Góndolas para
impulsar
la producción y evitar monopolios. "La Ley de Góndolas marca
que nadie puede tener más del 30 por ciento de la góndola
Nuestros
comentarios no suelen ser
políticamente partidarios dado que expresamos en ellos nuestra
modesta opinión
basada en conocimientos técnicos y profesionales. De manera que la
referencia que hacemos al
diputado Arroyo es meramente ilustrativa. Podría ser cualquier
otro y de
cualquier partido político. Porque es sabido que una ley de
este tipo ha sido
propuesta por varios representantes del pueblo en las cámaras.
Ocurre
que por estas horas una vez
más resurgió esta vieja idea. Y nos parece importante poder
establecer algunas
pautas para entender el problema, según nuestra óptica, claro
está.
Lo
que se pretende con un proyecto
de este tipo es asignar el uso de las góndolas de las cadenas
de supermercados
a varias marcas, para de esa manera mejorar la oferta, hacerla
más general y si
se quiere “más democrática”.
Con
esto se pretende evitar la cartelización,
fomentar la producción nacional y en definitiva luchar contra
“los monopolios”.
Empecemos
con una simple pregunta:
¿por qué razón durante los años de la llamada
“convertibilidad” nadie se
planteaba siquiera una cuestión semejante? Estamos hablando
del tiempo
presente, apenas 20 años atrás.
La
respuesta parece obvia: cuando
existe estabilidad monetaria la mentada cartelización no
existe. Pero ocurre
que ahora tampoco. Nos explicamos.
Los
consumidores, como todo el mundo
sabe, eligen sus productos según su presupuesto. Esperan las
ofertas, compran
segundas o terceras marcas y también abundan las compras en
los mercados de
cercanías, popularmente llamados “chinos” por la procedencia
asiática de la
gran mayoría de sus propietarios.
¿Por
qué razón aparece ahora nuevamente
esta idea? La respuesta también es obvia. Y no es solo evitar
la cartelización,
sino lograr que haya mayor competencia y por lo tanto mejoren
los precios de
los productos ofrecidos. Es curioso pero vale la pena recordar que quienes
menos creen en la
denominada ley de oferta y demanda, impulsan ahora un proyecto
que se basa
justamente en esa ley.
Es
que por la experiencia recogida
luego de décadas de inflación, todos más o menos sabemos que
los gobernantes
atacan las consecuencias de la pérdida del valor de la moneda
mediante recursos
de sobra conocidos: La cadena de distribución, la
intermediación parasitaria,
los “vivillos” que se abusan, los acaparadores, y finalmente,
la distribución en
las góndolas. Fenómeno este último relativamente reciente, ya
que el
supermercadismo a gran escala no tiene más de 30 años.
¿Qué
ocurriría si tuviéramos una moneda
sólida y estable, en una economía en equilibrio? Muy simple:
cualquier intento
de cartelización provocaría rápidamente la apararición de
marcas sustitutas,
nacionales o extranjeras, que se encargarían de acomodar los
tantos. Eso pasa
en el mundo entero.
¿Qué
ocurre entre nosotros hoy? Que los
intentos de cartelización que pudieran aparecer en la materia,
derivan en la
búsqueda de sustitutos tanto en marcas como en opciones de
lugares de compra.
Es
bueno tener presente, por otra
parte, que las compras en las grandes cadenas no superan el
tercio de las
compras totales de nuestro país. Es decir que no estamos
hablando de la
panacea, aun suponiendo que esta clase de medidas sirvieran
para algo.
Todo
esto podría resumirse así: cuando
la moneda se destruye como consecuencia del uso y abuso del
gasto público y el
incremento del déficit fiscal consecuente, nuestros políticos
en general
recurren a artilugios para intentar frenar, repetimos, las
consecuencias.
Nuestro
país está en condiciones de
competir con el mundo entero en materia de alimentos. Todos lo
sabemos. Y la libertad
económica en una economía
estable no destruye la producción local sino que la mejora, la
hace más
competitiva y favorece la baja genuina de precios. Y no al
revés.
No es
encerrándose como se mejoran los
precios o la calidad. ¿Alguien puede ignorar esto?
Tampoco
la inflación disminuye porque se
mejore la eficiencia, porque la eficiencia puede lograr que
los productos
tengan un precio más bajo, pero no puede evitar que sigan
subiendo si el Estado
recurre a la emisión o la gente desconfía de la moneda. O
ambas cosas.
De
manera que sería importante centrar
la discusión donde corresponde. La inflación no depende de la
poca eficiencia.
Tampoco depende de la cadena de distribución o
comercialización. Ni siquiera
depende de la presión tributaria. Depende de que el Estado
pueda contar con una
moneda sana, para lo cual es preciso ajustar las cuentas
públicas, evitar el déficit
fiscal y sobre todo evitar a toda costa la emisión de moneda
sin respaldo.
Desde
los años 50 hemos vivido en la Argentina
las campañas contra el agio y la especulación, las listas de
precios máximos,
los controles de precios de todo tipo y color, las acusaciones
a empresarios y
comerciantes. Una y otra vez, hasta el cansancio.
Nuestra moneda perdió 13 ceros en 21 años. Entre 1970 y
1991. Eso
significa que un peso actual equivale a 10 billones de pesos
de 1969. De eso no
son culpables empresas, comerciantes, cadenas de
comercialización o góndolas.
Bueno sería que finalmente pudiéramos salir de este
círculo vicioso que
es consecuencia de poner la culpa en los demás.
Sólo el Estado fabrica la moneda. Y hace décadas que la
moneda se ha
degradado.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos
Aires, 8 de octubre de
2019
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