Segunda
Opinión
EL PROBLEMA ES EL
GASTO
PÚBLICO
Es poco lo que se sabe hasta ahora respecto del
camino a seguir en materia económica por las nuevas
autoridades, pero parece
ser bastante.
Posiblemente resulte bastante sencillo explicar qué le
ha pasado a la
Argentina a lo largo de los últimos 118 años para entender los
problemas
actuales.
¡De
los
últimos 118 años de nuestra joven existencia, en 108 ha habido
déficit fiscal!
Esto significa que durante más de un siglo, nuestro país ha
debido financiar
ese déficit mediante endeudamiento y también mediante emisión
de moneda sin
respaldo. También significa que durante ese larguísimo lapso,
la presión
tributaria ha debido incrementarse una y mil veces para poder
afrontar ese mayor
gasto.
Según como se mire, al
menos 4 veces caímos en
default (cesación de pagos). Esto a su vez quiere decir que al
menos en 4
oportunidades debimos dejar de pagar parte de la deuda
generada porque
resultaba impagable.
Acá
no
estamos hablando de un partido político, ni siquiera de tal o
cual política
económica. Estamos hablando de datos concretos a lo largo de
muchos años. Un
país que ha vivido del préstamo y del endeudamiento a lo largo
de casi toda su
vida independiente.
Pongamos
bajo un paraguas las denuncias de corrupción y también las
múltiples teorías
conspirativas, porque entendemos que, aún si fueran todas
tales denuncias
ciertas y comprobadas, no cambiarían la idea general que
subyace en la política
del país.
Los
argentinos en general hemos venido creyendo que el Estado
puede y debe hacerse
cargo de las necesidades de la población incluso mucho más
allá de sus
posibilidades. Los distintos factores políticos han creído o
presentan como creíble
el hecho de que eso es posible.
Millones
de personas creen en este querido país que es factible que el
Estado reparta
comida, subsidios, libros, computadoras, planes de ayuda,
pensiones,
asignaciones por hijo, tarifas “sociales”, boletos de
transporte subsidiados o
gratuitos y un millón de etcéteras. Y no parece que alguna vez
se pregunten de
dónde habrá de salir el dinero para semejante dispendio
asistencial.
En
estos
comentarios hablamos de economía y no de política. La política
tiende a
mostrarse “buena” con las necesidades de la gente. Pero a su
vez pretende
cubrir esas necesidades con el dinero de esa misma gente.
Porque el dinero
necesario para afrontar el gasto del Estado sale obviamente de
los impuestos,
del endeudamiento, y de la emisión de moneda que se traduce a
su vez en el
impuesto más injusto de todos: la inflación.
Esta
cuestión, que se arrastra una y otra vez a lo largo de tantos
años, es el
meollo de problema. Claramente.
La
deuda,
los “festivales de bonos”, la “patria financiera”, las
exorbitantes tasas de
interés, los “capitales golondrina”, el FMI y todo lo demás
son simplemente la
consecuencia de la necesidad de dinero que tiene el Estado
para afrontar el
gasto excesivo. No es tan difícil de entender si se pone la
lupa sobre la real
perspectiva de que la economía es la ciencia de la escasez, no
de la
abundancia. Y menos aún de la súper abundancia.
Esta
cuestión produce a su vez otro efecto tanto o más dañino: la
baja
productividad. En la Argentina producir resulta muy caro y
eso, en un mundo
interrelacionado, significa que no es posible competir con
países de mejor
competitividad. La productividad es la capacidad de producir
bienes y servicios
a un determinado costo. Y cuanta mayor es la presión
tributaria, mayor la
inflación y mayor la tasa de interés, menor es la
competitividad.
Nada
se
resolverá en la Argentina mientras esto no se entienda y se
ataque a fondo. No
se trata de dejar a la gente sin protección del Estado. Se
trata de establecer
el límite de lo posible. Los países pobres de la Tierra no
pueden ofrecer a sus
pueblos la calidad de vida de los países avanzados. Esto es
realista y por lo
tanto ajeno a la política. Ésta última debería ser la
encargada de hacer
comprender a la población en general que la riqueza no cae del
cielo como la
lluvia.
El
nuevo
futuro gobierno debería encarar un plan global que tendiera
realmente a poner
sobre el tapete esta cuestión, porque esa es “la madre de
todas las batallas”
que el país nunca libró seriamente en más de un siglo.
Lamentablemente los indicios que trascienden acerca de cómo se
afrontará la realidad
económica, parecen señalar la vuelta al “más de lo mismo”.
Subas de impuestos y
retenciones a las
exportaciones, congelamiento de precios y salarios,
intromisión en el marcado
de alquileres, trabas a la compra de divisas, retorno a las
declaraciones de
necesidades de importación de tan triste historia, freno a los
viajes al
exterior, cierre de fronteras y demás intentos monetarios y
tributarios para,
finalmente, no pasar de ser un intento más de tapar el Sol con
el dedo.
La
búsqueda de refinanciación de la deuda, ahora llamada
“reperfilamiento”. La posible
caída en un nuevo default. El retorno de los llamados “fondos
buitre” y los
ataques a empresarios, a empresas, a productores rurales y a
todo aquel que
intente defenderse y proteger su capital de la pérdida de
valor de la moneda
resultado de la oleada de emisión necesaria para “poner dinero
en el bolsillo
de la gente”. Todo está aquí nomás, a la vuelta de la esquina.
No
hemos
escuchado ni leído una sola palabra acerca de la necesidad de
reducir el gasto
público. Ni una palabra de racionalizar el Estado. Ni una
palabra de tener una
moneda sana. O simplemente una moneda.
Hemos
visto centenares de proyectos intervencionistas elaborados por
“comisiones” que
pretenden ayudar al nuevo gobierno. Y
decimos centenares porque son centenares. No es un decir, es
una realidad. Controlar
alquileres, controlar viviendas desocupadas, controlar la
producción, controlar
el consumo, controlar los márgenes de ganancia, controlar lo
que se nos ocurra.
Pero bajar el gasto a niveles compatibles con el PBI, NINGUNO.
Insistimos, no
es una exageración: ni uno solo de los proyectos presentados
por algo así como 18
“comisiones” apunta a la
racionalización del gasto público. Y si hubiera alguno,
confesamos no haberlo
visto. Ni siquiera una
reforma tributaria
integral que elimine la impresionante cantidad de abusos que
se cometen en esa
materia. Porque no es un dato menor. Por ejemplo, con una tasa
de inflación
menor al 55% anual, la ley impide el ajuste por inflación de
los balances de
las empresas. El propio Estado está reconociendo que en tal
situación, las
empresas deberán pagar impuesto por ganancias ficticias
producto de la
inflación. Y luego los anticipos del año siguiente. Insistimos
que es un
ejemplo. Hay montones en materia de retenciones y
percepciones, especialmente
bancarias. Y muy
especialmente
provinciales ¿cómo se espera así reactivar la economía?
El
costo
laboral es insostenible. La mitad de los ingresos del trabajo
es en negro o
está disfrazado de monotributo o de “partidas no
remunerativas”. Pero la música
política habla de combatir la evasión. Ni una palabra del
costo que significa
pagar en blanco el sueldo pleno. El propio Estado es el
principal “contratista”
de monotributistas para evadir las cargas patronales. Y
también de fijar montos
“no remunerativos”.
No
pudimos contenernos y mencionamos entonces estos ejemplos de
una realidad que
se reitera una y otra vez. La idea era la de referirnos al
gasto público y al
déficit. Porque todo lo demás es consecuencia.
Los
artilugios monetarios y fiscales no mejoran la capacidad
productiva, y mucho
menos atraen nuevas inversiones. Sólo sirven para tirar la
pelota hacia
adelante. Y cada día la pobreza aumenta. Y no se arregla con
subsidios. Porque
los subsidios sólo anquilosan la cuestión y terminan, como
todos sabemos, en
clientelismo.
El
retroceso de la Argentina en el mundo lleva más de 80 años. No
es algo que
empezó ahora ni muchísimo menos. Con infinidad de planes,
subsidios, ayudas y “conquistas
sociales”, la pobreza y la indigencia han venido aumentando y
el ingreso per
cápita, que otrora era uno de los 5 primeros del mundo, está
hoy en el puesto
70 u 80.
Y
para
terminar, viene a nuestra mente un comentario hecho por el
prestigioso
economista Guillermo Calvo: “sin ajuste, el camino de la híper
y el default es
inevitable”. Pero resulta que “ajuste” es una
palabra impolítica. Y justamente la política cuando
piensa en ajustar,
lo que piensa es en poder aumentar impuestos, no en reducir la
maraña
burocrática y el gasto público, que es realmente la base del
problema.
Sería
bueno que de una vez por todas se llegara a un acuerdo general
que permita
encarar esta situación en serio, como corresponde, poniendo
sobre la mesa la
base del problema económico que nos aqueja. El gasto público
improductivo, el
respeto de la ley y del estado de derecho. La seguridad
jurídica, la propiedad
privada. Las garantías de que las políticas habrán de
permanecer en el tiempo.
La reforma integral del sistema tributario. También del modelo
previsional. Y
muy especialmente la reestructuración de un Estado impagable.
Tanto nacional
como provincial y municipal o departamental. Entendemos que es
el único camino.
Pero desgraciadamente no vemos la menor intención de que nos
encaminaremos en
esa dirección. Ojalá estemos equivocados.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos
Aires, 19 de noviembre
2019
No hay comentarios.:
Publicar un comentario