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martes, 19 de noviembre de 2019

EL PROBLEMA ES EL GASTO PÚBLICO (19/11/19)

Segunda Opinión

EL PROBLEMA ES EL GASTO PÚBLICO

Es poco lo que se sabe hasta ahora respecto del camino a seguir en materia económica por las nuevas autoridades, pero parece ser bastante.


               Posiblemente resulte bastante sencillo explicar qué le ha pasado a la Argentina a lo largo de los últimos 118 años para entender los problemas actuales.
               ¡De los últimos 118 años de nuestra joven existencia, en 108 ha habido déficit fiscal! Esto significa que durante más de un siglo, nuestro país ha debido financiar ese déficit mediante endeudamiento y también mediante emisión de moneda sin respaldo. También significa que durante ese larguísimo lapso, la presión tributaria ha debido incrementarse una y mil veces para poder afrontar ese mayor gasto.
                Según como se mire, al menos 4 veces caímos en default (cesación de pagos). Esto a su vez quiere decir que al menos en 4 oportunidades debimos dejar de pagar parte de la deuda generada porque resultaba impagable.
               Acá no estamos hablando de un partido político, ni siquiera de tal o cual política económica. Estamos hablando de datos concretos a lo largo de muchos años. Un país que ha vivido del préstamo y del endeudamiento a lo largo de casi toda su vida independiente.
               Pongamos bajo un paraguas las denuncias de corrupción y también las múltiples teorías conspirativas, porque entendemos que, aún si fueran todas tales denuncias ciertas y comprobadas, no cambiarían la idea general que subyace en la política del país.
               Los argentinos en general hemos venido creyendo que el Estado puede y debe hacerse cargo de las necesidades de la población incluso mucho más allá de sus posibilidades. Los distintos factores políticos han creído o presentan como creíble el hecho de que eso es posible.
               Millones de personas creen en este querido país que es factible que el Estado reparta comida, subsidios, libros, computadoras, planes de ayuda, pensiones, asignaciones por hijo, tarifas “sociales”, boletos de transporte subsidiados o gratuitos y un millón de etcéteras. Y no parece que alguna vez se pregunten de dónde habrá de salir el dinero para semejante dispendio asistencial.
              En estos comentarios hablamos de economía y no de política. La política tiende a mostrarse “buena” con las necesidades de la gente. Pero a su vez pretende cubrir esas necesidades con el dinero de esa misma gente. Porque el dinero necesario para afrontar el gasto del Estado sale obviamente de los impuestos, del endeudamiento, y de la emisión de moneda que se traduce a su vez en el impuesto más injusto de todos: la inflación.
              Esta cuestión, que se arrastra una y otra vez a lo largo de tantos años, es el meollo de problema. Claramente.
              La deuda, los “festivales de bonos”, la “patria financiera”, las exorbitantes tasas de interés, los “capitales golondrina”, el FMI y todo lo demás son simplemente la consecuencia de la necesidad de dinero que tiene el Estado para afrontar el gasto excesivo. No es tan difícil de entender si se pone la lupa sobre la real perspectiva de que la economía es la ciencia de la escasez, no de la abundancia. Y menos aún de la súper abundancia.
              Esta cuestión produce a su vez otro efecto tanto o más dañino: la baja productividad. En la Argentina producir resulta muy caro y eso, en un mundo interrelacionado, significa que no es posible competir con países de mejor competitividad. La productividad es la capacidad de producir bienes y servicios a un determinado costo. Y cuanta mayor es la presión tributaria, mayor la inflación y mayor la tasa de interés, menor es la competitividad.
              Nada se resolverá en la Argentina mientras esto no se entienda y se ataque a fondo. No se trata de dejar a la gente sin protección del Estado. Se trata de establecer el límite de lo posible. Los países pobres de la Tierra no pueden ofrecer a sus pueblos la calidad de vida de los países avanzados. Esto es realista y por lo tanto ajeno a la política. Ésta última debería ser la encargada de hacer comprender a la población en general que la riqueza no cae del cielo como la lluvia.
              El nuevo futuro gobierno debería encarar un plan global que tendiera realmente a poner sobre el tapete esta cuestión, porque esa es “la madre de todas las batallas” que el país nunca libró seriamente en más de un siglo.
              Lamentablemente los indicios que trascienden  acerca de cómo se afrontará la realidad económica, parecen señalar la vuelta al “más de lo mismo”.
              Subas de impuestos y retenciones a las exportaciones, congelamiento de precios y salarios, intromisión en el marcado de alquileres, trabas a la compra de divisas, retorno a las declaraciones de necesidades de importación de tan triste historia, freno a los viajes al exterior, cierre de fronteras y demás intentos monetarios y tributarios para, finalmente, no pasar de ser un intento más de tapar el Sol con el dedo.
               La búsqueda de refinanciación de la deuda, ahora llamada “reperfilamiento”. La posible caída en un nuevo default. El retorno de los llamados “fondos buitre” y los ataques a empresarios, a empresas, a productores rurales y a todo aquel que intente defenderse y proteger su capital de la pérdida de valor de la moneda resultado de la oleada de emisión necesaria para “poner dinero en el bolsillo de la gente”. Todo está aquí nomás, a la vuelta de la esquina.
              No hemos escuchado ni leído una sola palabra acerca de la necesidad de reducir el gasto público. Ni una palabra de racionalizar el Estado. Ni una palabra de tener una moneda sana. O simplemente una moneda.
              Hemos visto centenares de proyectos intervencionistas elaborados por “comisiones” que pretenden ayudar al nuevo gobierno.  Y decimos centenares porque son centenares. No es un decir, es una realidad. Controlar alquileres, controlar viviendas desocupadas, controlar la producción, controlar el consumo, controlar los márgenes de ganancia, controlar lo que se nos ocurra. Pero bajar el gasto a niveles compatibles con el PBI, NINGUNO. Insistimos, no es una exageración: ni uno solo de los proyectos presentados por  algo así como 18 “comisiones” apunta a la racionalización del gasto público. Y si hubiera alguno, confesamos no haberlo visto. Ni siquiera  una reforma tributaria integral que elimine la impresionante cantidad de abusos que se cometen en esa materia. Porque no es un dato menor. Por ejemplo, con una tasa de inflación menor al 55% anual, la ley impide el ajuste por inflación de los balances de las empresas. El propio Estado está reconociendo que en tal situación, las empresas deberán pagar impuesto por ganancias ficticias producto de la inflación. Y luego los anticipos del año siguiente. Insistimos que es un ejemplo. Hay montones en materia de retenciones y percepciones, especialmente bancarias.  Y muy especialmente provinciales ¿cómo se espera así reactivar la economía?
              El costo laboral es insostenible. La mitad de los ingresos del trabajo es en negro o está disfrazado de monotributo o de “partidas no remunerativas”. Pero la música política habla de combatir la evasión. Ni una palabra del costo que significa pagar en blanco el sueldo pleno. El propio Estado es el principal “contratista” de monotributistas para evadir las cargas patronales. Y también de fijar montos “no remunerativos”.
              No pudimos contenernos y mencionamos entonces estos ejemplos de una realidad que se reitera una y otra vez. La idea era la de referirnos al gasto público y al déficit. Porque todo lo demás es consecuencia.
              Los artilugios monetarios y fiscales no mejoran la capacidad productiva, y mucho menos atraen nuevas inversiones. Sólo sirven para tirar la pelota hacia adelante. Y cada día la pobreza aumenta. Y no se arregla con subsidios. Porque los subsidios sólo anquilosan la cuestión y terminan, como todos sabemos, en clientelismo.
              El retroceso de la Argentina en el mundo lleva más de 80 años. No es algo que empezó ahora ni muchísimo menos. Con infinidad de planes, subsidios, ayudas y “conquistas sociales”, la pobreza y la indigencia han venido aumentando y el ingreso per cápita, que otrora era uno de los 5 primeros del mundo, está hoy en el puesto 70 u 80.
              Y para terminar, viene a nuestra mente un comentario hecho por el prestigioso economista Guillermo Calvo: “sin ajuste, el camino de la híper y el default es inevitable”. Pero resulta que “ajuste” es una  palabra impolítica. Y justamente la política cuando piensa en ajustar, lo que piensa es en poder aumentar impuestos, no en reducir la maraña burocrática y el gasto público, que es realmente la base del problema.
              Sería bueno que de una vez por todas se llegara a un acuerdo general que permita encarar esta situación en serio, como corresponde, poniendo sobre la mesa la base del problema económico que nos aqueja. El gasto público improductivo, el respeto de la ley y del estado de derecho. La seguridad jurídica, la propiedad privada. Las garantías de que las políticas habrán de permanecer en el tiempo. La reforma integral del sistema tributario. También del modelo previsional. Y muy especialmente la reestructuración de un Estado impagable. Tanto nacional como provincial y municipal o departamental. Entendemos que es el único camino. Pero desgraciadamente no vemos la menor intención de que nos encaminaremos en esa dirección. Ojalá estemos equivocados.


             

HÉCTOR BLAS TRILLO                                                                                                        Buenos Aires, 19 de noviembre 2019


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