Segunda
Opinión
ECONOMÍA: NUEVAMENTE
EL FINAL PREVISTO
“Es
la economía, estúpido”
(James Carville, asesor de Bill Clinton)
El resultado
de las elecciones
primarias ha dado lugar rápidamente a todo tipo de análisis,
explicaciones y
conjeturas respecto de lo que podría ocurrir no ya en los
próximos 4 años, sino
tan sólo desde el domingo 11 de agosto hasta el próximo 10 de
diciembre, cuando
se produzca la transmisión del mando al próximo presidente de
la Nación.
No somos
politólogos ni sociólogos
y por lo tanto sólo nos corresponde hacer algunas
apreciaciones en el plano de
la economía. Lo cual no quita que formando parte de la
realidad que nos toca
vivir, estamos en el mismo barco que todos quienes pueden
llegar a leernos. Y
en definitiva que todos los habitantes de la República.
Si bien era
esperada una derrota de
la fórmula oficialista en las denominadas PASO, lo cierto es
que nadie esperaba
que se produjera por una diferencia tan grande como la que
finalmente se
produjo. Las encuestadoras en general arrojaban resultados
favorables a la
oposición por dos o tres puntos, en líneas generales. Sin
embargo, en los
cerrados círculos políticos mejor informados, se hablaba de
una ventaja
opositora que podría llegar a los 8 o 9 puntos.
El resultado dejó a todos asombrados. Y la debacle de
títulos y acciones
más la devaluación de la moneda subsecuente, no han sido más
que el resultado
de semejante realidad.
Pero, más allá
de esta breve
reseña, acá lo que hay que preguntarse es otra cosa. Un triunfo político de
una oposición que ha
centrado sus acciones en el intervencionismo económico, las
confiscaciones de
empresas, las regulaciones y permisos de todo tipo y hasta las
prohibiciones masivas
de exportar, jamás podría haber llevado a una reacción
diferente a la ocurrida
en los mercados. Pero
el punto a definir
es por qué razón la moneda argentina puede devaluarse en
cuestión de minutos
nada menos que un 30%. Esto, señores, solo puede ocurrir si
existe una cantidad
de pesos tan grande y/o una oferta de dólares tan pequeña que
posibilita semejante
hecho.
Porque si
imaginamos una situación parecida
en un país más o menos estable en el mundo, podrán ocurrir
cimbronazos pero
jamás de semejante envergadura.
Entonces, tenemos
que pasar al
siguiente punto, que es el que está en el fondo de todo esto.
Siempre hablando
en materia económica.
La Argentina
hace décadas que vive
gastando por encima de sus posibilidades. Y ese gasto ha
venido creciendo año
tras año de manera inexorable. Con algunas variaciones, en más
o en menos, el
gasto nacional, provincial y municipal crece permanentemente.
Y hablamos de
crecimiento como porcentaje del PBI, obviamente.
En el último año
y medio, cuando los
mercados internacionales cortaron el financiamiento para la
Argentina, que fue
la base utilizada por el actual gobierno para afrontar el
déficit de 7 puntos
del PBI heredado, fue necesario recurrir al FMI para poder
seguir literalmente
funcionando sin caer nuevamente en el default. Así y todo, el
endeudamiento en
pesos a tasas exorbitantes siguió su curso. Las llamadas
Leliqs (letras de
liquidez solo accesibles a los bancos) suplieron
progresivamente a las Lebacs
(letras del Banco Central que eran accesibles a todo el
mundo). 1,2 billones de
pesos en Leliqs que si pasan a ser líquidas producen un
estallido monumental.
Es por eso que
el Banco Central sale
a subir las tasas de interés cada vez que se produce una
corrida. Pero tasas
del 60, del 70% o más sólo pueden terminar siendo acompañadas
por una tasa de
inflación similar. Sólo es cuestión de tiempo.
Ahora bien, el
gobierno se propuso
reducir el déficit fiscal ante el acuerdo con el FMI. Esta
medida la
consideramos correcta. El punto es cómo.
Porque cada vez
que en este querido
país se ajusta para tratar de arreglar las cosas, jamás ajusta
el Estado.
Siempre deben hacerlo las empresas y los particulares.
El Estado ha aumentado en
empleados, en
ministerios, en secretarías, en reparticiones diversas, todo
el tiempo. Han
aumentado los regímenes de asistencia, la cantidad de
jubilados, de
pensionados, de asignaciones por hijo. Nos referimos a la
cantidad de
beneficiarios de todo tipo de planes de ayuda. Las denominadas
“capas
geológicas” de empleados públicos son moneda corriente en
todas partes en este
querido país.
Cuando se produce
el arribo de nuevos
gobiernos con aires de reforma, surgen los clamores
“populares” para que no se
despidan empleados públicos, para que no se reforme el sistema
previsional,
para que se aumenten impuestos “a los que más tienen” y cosas
por el estilo.
Eso ha sido siempre más o menos así.
Y es justamente
este esquema que
podríamos llamar mental o social, más que de otra manera,
surgen las consecuencias.
El sistema como tal no es financiable, es inviable. La suba de gravámenes, los
promiscuos “aprietes”
de los fiscos nacional, provincial y municipal hacia los
contribuyentes con
todo tipo de regímenes y acciones francamente confiscatorios
son de todos
conocidos. Y no hablamos de una tendencia política en
particular, estamos
hablando de todo el país, de todos los gobiernos provinciales
y municipales,
aparte del (los) gobierno nacional. No hace falta enumerar
aquí la infinidad de
impuestos, tasas, contribuciones, adelantos, pagos a cuenta,
anticipos,
retenciones y percepciones que pululan por doquier muchas
veces de forma
arbitraria y revirtiendo la carga de la prueba. Luego llegan
los embargos, las
clausuras, los juicios de ejecución fiscal, etc. Ninguna
repartición pública
pasa por estas cosas. Ni antes ni ahora. Nunca ha ocurrido.
Y ahora estamos en
el final de la
recta. La realidad ha puesto en evidencia que el rey estaba
desnudo, por más
que quisiera negársela.
Entonces aparecen
las medidas de
apuro, los parches. Todo el mundo desesperado. Oficialistas y
opositores,
todos. Todos quieren calmar a las fieras.
Aparecen planes de
facilidades,
suspensión de embargos, ajustes de sueldos por decreto bajando
aportes previsionales,
subas de los mínimos no imponibles. Suspensión del IVA a los
alimentos. Lo que
sea.
Muchas veces nos
hemos referido a este
último punto. Cuando el país está en emergencia extrema es
cuando se toman las
medidas que deberían regir siempre. Siempre debería ser menor
la presión
fiscal, la carga previsional, la prepotencia del Fisco en
todas sus formas.
Siempre debería ser así. Pero esto solo ocurre cuando se tiró
tanto de la
cuerda que no queda más remedio que recular. Lo cual prueba
que el error es
permanente. Y lo es de parte del Estado y también de parte de
los sindicatos.
Nadie quiere bajarse del caballo hasta que la realidad se
impone.
Estas ayudas de
apuro costarán al
Estado, según estimaciones, unos 40.000 millones de pesos. Es
apenas una
estimación que puede ser el doble o el triple. Se acabó el déficit cero.
Y para colmo, la
aplicación de la ley
de abastecimiento para congelar los precios de los
combustibles nos retrotrae a
los momentos más oscuros de la historia política y económica
del país. De un
plumazo, los distribuidores de combustibles pasan a cobrar por
sus productos
dos tercios de lo que cobraban. Y que Dios se lo pague.
Son demasiados
errores como para salir
a lamentarse luego. En verdad son horrores.
Por algo no llegan
inversiones masivas
a estas playas, lamentablemente. Y seguramente seguirán sin
llegar.
Buenos
Aires,
18
de agosto de 2019
HÉCTOR
BLAS
TRILLO
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