Contracorriente
LA DECADENCIA INEXORABLE
Mientras el gobierno está ocupado en el intento de reforma judicial y en la legislación “de género”, el país se desangra lenta e inexorablemente, la pobreza aumenta y la miseria nos coloca a punto de alcanzar el tope de la tabla.
Empecemos por transcribir la dolorosa noticia: “La Argentina se ubicó en el segundo lugar en un ranking de los países más miserables, por debajo de Venezuela. De acuerdo al “Bloomberg Misery Index”, Venezuela ocupó el primer lugar tanto el año pasado como este y la Argentina aparece en segundo lugar, seguida por Sudáfrica, Turquía y Colombia”
Quienes habitamos este desgraciado país sabemos del desastre en el que estamos inmersos. Lo triste es comprobar que estamos entre lo peor de los peores. Y también lo es verificar día a día en qué están enfrascados nuestros gobernantes y funcionarios.
El presidente de la República dicta un decreto de necesidad y urgencia para impedir que las compañías telefónicas, de Internet y de cable televisivo, fijen las tarifas de acuerdo a la pérdida de valor de la moneda, lo cual equivale a desfinanciarlas y limitar de ese grotesco modo la libertad de la población de informarse e informar.
También insiste de la mano de la vicepresidenta en lograr una reforma judicial que, además de costosísima, apunta a la impunidad en las diversas causas que afrontan los funcionarios del régimen derrotado en las urnas a fines de 2015, según afirma la inmensa mayoría de jurisconsultos de prestigio.
De igual manera, tanto el presidente como el gobernador de Buenos Aires y diversos funcionarios de menor rango, colaboran insultando y descalificando a la gente que sale a protestar contra las medidas que se toman o se pretenden tomar. Se trate de la reforma judicial en ciernes, o de la falta de recorte en los sueldos de los políticos, o de la liberación de presos; estos representantes del pueblo insultan, agreden y descalifican a la parte del pueblo que protesta, al mismo tiempo que hacen la vista gorda ante la enorme cantidad de acciones y reacciones promovidas por activistas de diverso calibre en todos los rincones del país, en tanto éstas no se opongan a la línea del pensamiento gobernante. O no lo hagan demasiado.
El caso del intendente Mario Ishii y su explícita referencia a la venta de drogas en las ambulancias de su partido es apenas la punta del iceberg del submundo en el que se encuentra la dirigencia a cargo de buena parte del país, incluyendo la presidencia de la Nación y la gobernación de Buenos Aires.
La defensa llevada a cabo por el ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires con referencia al caso Ishii es más que lamentable y penosa. Es la forma más patética de defender lo indefendible sin que a nadie parezca movérsele un mísero pelo.
Efectivamente, este curioso personaje a la sazón a cargo nada menos que de la seguridad provincial dijo en su momento que el intendente de marras fue “sacado de contexto” y que lo suyo fue simplemente “una mala expresión”.
Los antecedentes de este ministro y su acción durante la investigación inicial por la muerte del fiscal Nisman deberían eximirnos de mayores comentarios. Pero en verdad duele observar que esta clase de personaje, sin argumento alguno, sale en defensa irrestricta a favor de un individuo que explícitamente ha dicho a los ambulancieros, y está grabado, que “cuando venden falopa, yo los tengo que cubrir”. Claro y contundente como la más prístina de las confesiones, no motivó siquiera una frase ministerial del tipo “lo investigará la Justicia” o cosa que pudiera parecérsele. No.
No es nuestra intención entrar en descalificaciones personales e intentamos dentro de lo posible, ser moderados en nuestras apreciaciones. Pero parece obvio que una persona de bien lo menos que debería hacer es correrse de quien se autoincrimina y dejarlo en manos de quienes corresponde.
Son inauditas también las expresiones del gobernador Kicillof sobre los manifestantes del 17 de agosto. Suelto de cuerpo y de entendederas, calificó de “aluvión psiquiátrico” a quienes salieron a protestar. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo acciones en varios sitios de país tendientes a escrachar (dicho literalmente) a personas tomando los números de placas de los autos. Este gobernador tiene demasiados antecedentes de su agresividad y falta de respeto a quienes no piensan como él. Tuvo su historia cuando fue ministro de economía durante el gobierno de Cristina Fernández. Está bien claro que no es con insultos y agresiones como se debate democráticamente y se argumentan razones. Más bien todo lo contrario.
Simultáneamente, funcionarios diversos y legisladores, presidente y gobernadores, ministros y secretarios, están preocupadísimos por convertir la lengua castellana en una suerte de reiteración absurda de sustantivos masculinos y femeninos, confundiendo el género gramatical con el sexo de las personas. Y en el furibundo extremo del absurdo, promueve el abandono final no sólo de los genéricos y los epicenos convirtiendo la “a” y la “o” con la que se distingue el género gramatical, en una “e”. Una pátina de ignorancia hoy prevaleciente y que tiene como origen la degradación de la enseñanza en la que ha caído la Argentina desde hace ya varias décadas. Unida a la confusión existente respecto de los orígenes y variantes de la sexualidad humana.
También están ocupándose de atacar, (como siempre lo ha hecho la línea ideológica fundada por Juan Perón) al periodismo y a los medios díscolos, mediante el agregado de cláusulas o directamente dictando leyes restrictivas de la libertad de expresión. Según la información conocida, el senador Oscar Parrilli ha agregado a un artículo del malhadado proyecto de reforma judicial, la figura de las “presiones mediáticas”, lo cual equivale a condicionar cualquier expresión o análisis periodístico del color que sea en tanto quepa la posibilidad subjetiva de ser calificado por alguien de “presión”.
Mientras tanto, el país entero se desbarranca hacia la página más oscura de su historia. La población se debate entre la pandemia, la cuarentena, la inflación, la inseguridad, la impunidad, la pobreza y la indigencia en el medio de una decadencia inexorable. La vacuidad se ha cernido definitivamente en esta desgraciada patria, y nada parece que vaya a lograr cambiar el rumbo.
Buenos Aires, 23 de agosto de 2020 HÉCTOR BLAS TRILLO
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