Contracorriente
LA PRIVATIZACIÓN DE LAS VACUNAS
La constante en la vida argentina
es la politización de cualquier cuestión que salga a la palestra, por la razón
que sea, en el tiempo que sea. El
resultado es siempre negativo
Empecemos por señalar lo obvio: no es nuestro tema la salud pública y no
podemos interferir en cuestiones sanitarias que de plano escapan a nuestro
conocimiento. Pero hay algo que desde que tenemos uso de razón nos ha resultado
muy claro: cuando algo se prohíbe es imprescindible, antes de juzgar la
prohibición, analizar las posibles consecuencias de la interdicción. En otras
palabras: quien prohíbe algo, espera evitar las consecuencias de no hacerlo.
Como consecuencia de la pandemia que estamos atravesando, se ha
presentado un debate acerca del hecho de que en diversos países del orbe, la
fabricación, comercialización y distribución de las diversas vacunas, está en
casi todos los casos en manos de las administraciones estatales. No está
permitido, salvo honrosas excepciones, que sean los particulares empresas o
personas quienes se ocupen de comprar y vender vacunas libremente.
Las explicaciones para esta clase de prohibición son diversas. Las hay
estrictamente políticas, que son, como de costumbre, las menos serias por no
decir que directamente son tragicómicas; y una gama de razones científicas y
técnicas. En esta última consideración se encuentran realmente argumentos que
tienen a nuestro modo de ver, necesidad de ser considerados adecuadamente.
Se dice que en esta etapa que todavía es experimental, es necesario
tener en cuenta las consecuencias que pueden tener la aplicación de vacunas
aprobadas en emergencia y todavía sin conocer a ciencia cierta su efectividad,
duración o posibles efectos colaterales sobre las personas. Como argumento es
válido. Lo que no parece tanto es el hecho de que para evitar las consecuencias
deba prohibirse la intervención privada.
Muchas actividades en esta vida son altamente riesgosas y sin embargo están a
cargo de empresas privadas. Simplemente es preciso que cuenten con la solidez
necesaria y contraten los seguros del caso dentro de la reglamentación de cada
país. No parece, por lo tanto ser un argumento que justifique la inhibición,
sino antes bien se trata de un argumento que requiere instrumentación. Si en lugar de instrumentar prohibimos, cabe
suponer que hay algo más.
Algunas autoridades nacionales se oponen visceralmente a la intervención
privada en el asunto. Y en particular el ministro de salud de la provincia de
Buenos Aires, acaba de expresar que un permiso a la actividad privada
significaría que se vacunen “los ricos” en detrimento de “los pobres”. La
dicotomía de siempre. “Si no es por nosotros, que somos éticos a carta cabal,
los humanos se pasan de la raya”, parece querer decirnos el ministro.
Sin embargo, la realidad suele tener más de 25 renglones por foja, como
dice el poeta.
Si empresas particulares se
encargan de comprar y distribuir vacunas entre quienes las compran o entre
quienes trabajan en las empresas de que se trate, eso no influye en que los
Estados compren y distribuyan a su vez las vacunas entre la población en
general. Algo así es lo que ocurre con
las diversas vacunas que se aplican actualmente para prevenir todo tipo de
enfermedades en muchísimos países.
Si las vacunas las compra y distribuye el Estado, eso implica que los
“ricos” del argumento ministerial se vacunarán gratis, cuando tranquilamente
podrían pagar su vacuna y así aliviar las exhaustas arcas de nuestro Banco
Central.
Y no podemos dejar de lado el hecho de que en la Argentina, en la que el
Estado se ocupa de todo porque los particulares parece que no somos éticos como
sí lo son los funcionarios, ya sabemos lo que ha pasado con las pocas vacunas
que han llegado a estas playas.
Hay un aspecto que se arguye al menos en otras latitudes, que es el de
la escasez. La escasez es la que hace que los países más pobres no puedan
acceder a las vacunas tan rápidamente como sí pueden hacerlo los países
ricos. Eso no es lo más deseable pero es
cierto. Un detalle a considerar es que no solamente es necesario tener el
dinero para comprar las vacunas, sino un aceitado mecanismo de distribución y
vacunación que parece fallar en buena parte del planeta.
Nuestro país no está consiguiendo las vacunas que se necesitan ni
remotamente. Las explicaciones de nuestros funcionarios no aclaran por qué
razón no se ha llegado a acuerdos con Pfizer por ejemplo. Tampoco explican por
qué razón el primer viaje a Moscú fue hecho en secreto.
Con todo, el eterno prejuicio de clase que parecen tener muchos de
nuestros funcionarios, está impidiendo que quienes podrían negociar y traer
vacunas rápidamente a algún precio, no puedan hacerlo. Y además, subyace en
esto la insólita política pública de subsidiar a quien no lo necesita, como
ocurre habitualmente con las tarifas de gas y de electricidad, con los
combustibles en general o con los transportes públicos de pasajeros.
Lamentablemente, la política se ha metido de lleno en la salud pública.
Y las consecuencias están a la vista.
www.hectorblastrillo.blogspot.com
HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos
Aires, 19 de marzo de 2021
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