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sábado, 3 de abril de 2010

UN PAÍS DESGRACIADO 6/3/10

El ágora

UN PAÍS DESGRACIADO



La actitud de los gobernantes ha demostrado ser absolutamente consecuente a lo largo de estos 6 largos años en los que gobierna el matrimonio Kirchner.

La prepotencia, el insulto, la búsqueda de fantasmas desestabilizadores. Los aprietes, el desapego a la ley e incluso a la justicia se han convertido en moneda corriente.

La presidenta de la República habla públicamente con asaz frecuencia. Sus discursos son agresivos y descalificadores prácticamente para todos los individuos o sectores que no adhieran a las preferencias oficiales. Preferencias que por otra parte en verdad nadie tiene en claro cuáles son y que, en rigor de verdad, cambian constantemente.

La historia no es nueva. Situación parecida se vivió por ejemplo en la última etapa del gobierno de Raúl Alfonsín. Allí se hablaba de libanización, de preservación de la gobernabilidad, de los golpes de mercado, de los 13 paros de la CGT. En su momento el recientemente fallecido ex presidente dictó el estado de sitio por un lapso de 60 días para justificar el apresamiento de 12 ciudadanos sin ninguna razón demostrada ni antes ni ahora en la justicia. El proverbial la culpa es de los otros siempre ha venido como anillo al dedo cuando se fracasa, dicho al que se le suma la descalificación reiterada y consecuente. En este aspecto también, aún salvando las distancias, el gobierno alfonsinista se comportaba de modo parecido. ¿Es racional hablar de un golpe de mercado, cosa que supone que millones de personas se ponen de acuerdo para tomar decisiones económicas que perjudiquen a un gobierno adrede?

Establecemos un parangón entre el final de aquel gobierno del Dr. Alfonsín y la actitud de los Kirchner actual. Es cierto, y lo decimos claramente, que el viejo caudillo radical era un hombre de bien, que tenía una actitud cuando menos educada y se manejaba con todos los defectos que pudiera tener, dentro de un cierto marco de legalidad del cual el kirchnerismo ha abjurado definitivamente. Tampoco era tan afecto al irrestricto respeto de la Constitución, porque ha tenido unos cuantos renunciamientos en ese sentido (como el mantenimiento de los medios de difusión en manos del Estado, el apresamiento de personas señalado, la disposición de fondos públicos para intervenir en el mercado avícola, el llamado a un plebiscito entonces ilegal y traccionado con inmensas campañas publicitarias con fondos públicos para volcar a la población en un sentido determinado, etc.). Con todo, la afinidad está dada en el hecho de que entonces como ahora los presidentes y sus amigos han levantado la vista al horizonte para buscar culpables de sus desgracias.

Los actuales gobernantes encontrado frente a ellos prácticamente a todo el mundo. Antes era la mano de obra desocupada, o el establishment. Ahora son los sectores destituyentes. El campo, los empresarios, los medios de comunicación, la iglesia, las privatizadas, los economistas, los periodistas. Siempre los malos están fuera y hacen lo imposible por hacerlos caer y no dejarles gobernar como corresponde. A tal punto que la presidenta de la república acaba de afirmar que no respetará los fallos cuando se opongan a sus designios. Queda así bien en claro el montaje hecho por su marido hace algunas semanas cuando se refirió al partido judicial. El mecanismo, tan reiteradamente aplicado, es tan obvio que conmueve por su peligrosa ingenuidad: primero descalificamos la institución (en este caso la justicia) y luego no le hacemos caso porque qué otra cosa nos cabe hacer.

No creemos que muchos puedan argumentar con seriedad que los actuales gobernantes se han manejado en un clima de respeto a la ley, austeridad republicana y democrática apertura a todos los sectores de la sociedad. Y con total seguridad una inmensa mayoría de la población piensa hoy que muchos de quienes nos gobiernan se han enriquecido de manera ilícita y han hecho ricos a sus amigos al mismo tiempo que pregonan a los cuatro vientos la ayuda que brindan a los sectores más pobres y exigen a los más ricos que repartan. Y no se trata de una sensación, sino de hechos comprobados, como por ejemplo la valija con 800.000 dólares en un avión oficial proveniente de Venezuela y la posterior visita a la Casa Rosada del portador de tal valija, más la posterior salida del país de esa persona sin ningún problema. Podemos sumar varios casos, por cierto, como Skanska, el enriquecimiento del matrimonio, la bolsa de Felisa MIceli, etc. No hablamos de suposiciones o denuncias no demostradas, hablamos de hechos.

Los mensajes resultan contradictorios y por lo tanto torpes. Los decretos de necesidad y urgencia que tanto se achacaban al Dr. Menem soy hoy moneda corriente. Incluso se derogan y se renuevan por otros. Siendo que la Dra. Cristina Fernández se cansó de repetir otrora que no era correcto utilizar el recurso de los D. N.U.

La realidad es que la ley y las instituciones han sido desvirtuadas una y otra vez y en todos los frentes.

Hoy en día se legisla no sólo por decreto, sino por resoluciones, por notas externas, por comunicados radiotelevisivos. No existe la menor garantía de que una ley será respetada. No se da la mínima señal de que una ley dictada será cumplida. De hecho el DNU por el cual se disponían 6.500 millones de dólares de reservas del Banco Central, fue derogado, siendo que fue la base de la destitución (manifiestamente ilegal, por lo demás) del ex presidente de esa institución bancaria.

Los anuncios de créditos para la vivienda, para la compra de automóviles o electrodomésticos o lo que fuera mueren prácticamente apenas nacidos. El supuesto destino de los fondos de las retenciones a la soja para construir hospitales y rutas ha sido tapado por una realidad absolutamente diversa, pero que jamás coincide con el declamado propósito a pocos meses de decretado.

No es que estos gobernantes estén equivocados, es que no tienen pensado hacer otra cosa. Y decimos esto porque si verdaderamente consideraran que se equivocan cuando anuncian obras y definen acciones, deberían corregir sus errores y seguir adelante con el proyecto. Eso no ha ocurrido durante todos estos años ni una sola vez ¿Qué ha pasado con el tren bala?

La forma soez de apropiarse de reservas del Banco Central deja bien en claro el objetivo político de disponer de fondos una vez más para poder llevar adelante un esquema populista e inflacionario con el claro objetivo de colocarse mejor ante las próximas elecciones repartiendo caja. Ahora se argumenta que quienes se oponen a la toma de reservas es porque quieren poder obtener un mejor resultado por sus tenencias de bonos defaulteados. El argumento es tan pueril que espanta. La Argentina no va camino del éxito, va camino del desastre. Aunque algunos piensen que no es así, suponer que ellos pagan y fogonean a la oposición para que se plante ante el uso de las reservas es francamente absurdo.

Pero también hay que señalar quela oposición no ha tenido hasta ahora una actitud seria y republicana para enfrentar el abuso de derecho en que se incurre desde las filas de un gobierno a la deriva. Por el contrario, se han producido enfrentamientos y pases de facturas que para nada son beneficiosos para el país.

La verdad es que lo que nos pasa nos tiene por protagonistas a todos nosotros. Nadie parece salir seriamente a cuestionar los abusos de ministros y secretarios que mediante simples resoluciones o dictámenes derogan de un plumazo derechos constitucionales. Nadie seriamente parece oponerse a la disposición de los fondos del Banco Central a condición de que se repartan. Algo parecido ocurrió con la apropiación de los fondos de las AFJP y en el mismo camino va la distribución del llamado impuesto al cheque. Impuesto de emergencia, distorsivo, transitorio, etc. que todo el mundo afirmaba que sería derogado en cuanto se pudiera, como las retenciones.

Todo lleva a pensar que la oposición en verdad no se opone, sino que simplemente quiere su tajada del festín, lamentablemente. Quitarle poder al matrimonio Kirchner para reemplazar las bravuconadas por otras. Es la sensación que nos queda. Habrá tal vez algunas excepciones, a qué dudarlo. Eso siempre ocurre en esta vida.

Siempre hemos sido bastante escépticos respecto del futuro político y económico del país. Reconocemos que hace muchísimos años que pensamos que la Argentina es un país en el que se puede vivir si uno toma sus recaudos para pasar desapercibido tanto como sea posible, en especial patrimonialmente hablando.

Una inmensa mayoría de la población ve mal al exitoso, al triunfador. Lo considera una lacra egoísta que no reparte sus ganancias. Así las cosas, todo el mundo pinta de modesto y ser pobre es una virtud. El precepto tiene connotaciones religiosas también. Pero la falsedad de irla de humilde, es pecaminosa. Sin embargo, sabemos que acá no hay ya secreto bancario, que cualquiera puede obtener fácilmente nuestros datos personales, que estamos rigurosamente vigilados con los teléfonos pinchados y los celulares marcan incluso en qué región del país o del planeta nos encontramos.

Las empresas tienen que ganar poco para asegurar la distribución del ingreso, no producir más y mejor para que el producto bruto sea tan grande como para que una distribución diferente permita estar a todos mejor.

La medicina debe ser gratuita, al igual que la enseñanza primaria, secundaria y universitaria. Los precios no tienen que subir pese a que el Estado sí los sube y aplica toda clase de artilugios para sumar gasto público exacerbando la demanda de bienes que no alcanzan. Los políticos tienen que andar en autos viejos y decir que ganan monedas. Los artistas pintan de izquierdosos y se compran mansiones en Miami. Así piensa siente y actúa la Argentina en que vivimos. Alguien tiene que poner la plata para la fiesta. Puede ser vía impositiva o inflacionaria. Puede ser con fondos de las AFJP o del Banco Central. Puede ser con blanqueos o moratorias.

El país se hunde ante una masa heterogénea de pedigüeños incentivados hasta el cansancio por un populismo que nada tiene, por definición, de racional.

Vivimos una hora desgraciada como pueblo y como patria que somos. Quizás el tocar fondo nos sirva finalmente para resurgir alguna vez.



HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 6 de marzo de 2010

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