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sábado, 10 de julio de 2010

NO ES IGUAL LO DIFERENTE

El ágora

NO ES IGUAL LO DIFERENTE

La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas. (Artículo 16 de la Constitución Nacional)



Por estas horas como es sabido está en pleno debate la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo. Existe un proyecto de ley aprobado en la Cámara de Diputados y se sabe que existen grandes diferencias de opinión en el Senado Nacional.

Al respecto mucho se ha dicho y escrito, y con toda seguridad el tema continuará sobre el tapete por bastante tiempo más.

Si bien en otras oportunidades nos hemos referido a esta espinosa cuestión, nos parece importante una vez más llevar adelante algunas reflexiones.

Tenemos que empezar por señalar que el matrimonio es una institución civil cuyo origen puede ubicarse al menos hacia el siglo XX A.C., es decir que tiene alrededor de 4.000 años. No vamos a hacer una historia de las distintas variantes que ha sufrido ni de las formas que ha tenido según los tiempos, pero esencialmente se trata, como decimos, de una institución civil, social. El matrimonio fue adoptado por las distintas religiones, las que aplicaron ritos y tabúes de diversa índole. Sin ser especialistas en el tema y simplemente por lo que hemos leído a lo largo de los años, podemos decir que el matrimonio se ha forjado naturalmente por ser el hombre una especie que vive en familia. Mucho tiene que ver a su vez con la monogamia, aunque existen autores que reniegan de ella y la consideran una obligación asumida más que una decisión natural.

En fin, como quiera que sea, el matrimonio no tiene que ver con una religión determinada y ha sido adoptado universalmente en distintas épocas por muchas religiones, algunas existentes y otras virtualmente extinguidas en la evolución.

El otro aspecto a considerar es el de la homosexualidad, para completar el círculo de las reflexiones que queremos hacer y que esperamos contribuyan en algo a formar opinión desapasionada y ajena a la politiquería que nos invade diariamente de una manera vergonzosa.

Al menos según los estudios que se conocen aproximadamente el 10% de la población mundial tiene tendencias homosexuales o ha practicado alguna vez sexo con sus pares sexuales. La cifra es suficientemente grande como para dedicarle mucho más que un poco de atención.

La homosexualidad en occidente ha sido considerada hasta no hace mucho tiempo como una perversión asimilable a otros comportamientos atípicos en el ser humano con respecto a la sexualidad (pedofilia, sadismo, masoquismo, bisexualidad, sadomasoquismo, zoofilia, etc.). En los últimos tiempos, en determinados sectores de la ciencia se optó por considerar a la homosexualidad como una variante más de la sexualidad humana quitándole el estigma de ser llamada perversión.

Otras escuelas consideran a esta práctica como una costumbre adquirida, una desviación, etc. Hablamos siempre de Occidente.

Desde el punto de vista social, el homosexualismo ha producido desde siempre mucho rechazo, especialmente cuando se trata de hombres. Por el contrario, la homosexualidad femenina es tolerada y en ciertos ámbitos (como por ejemplo el de la pornografía) es estimulada. Este panorama dio lugar a que grupos de homosexuales conformaran organizaciones de defensa de sus derechos, considerándose postergados, relegados y discriminados por su condición. Al tiempo que en nuestra lengua los hombres homosexuales optaron por utilizar para llamarse a sí mismos con la palabra inglesa “gay”, que literalmente corresponde a “homosexual”, mientras que para las mujeres mantuvieron la palabra castellana “lesbiana”, que alude a Lesbos, una isla en la que se practicaba el homosexualismo entre mujeres.

Es decir que la lucha por los derechos de los homosexuales incluyó hasta un cambio en la semántica utilizada habitualmente. Dejando de lado los despectivos puto o tortillera con toda razón.

Estas organizaciones de defensa de derechos iniciaron una actuación extensa y generalizada que en muchos casos se basó en la descalificación de aquellos que por alguna razón criticaban o rechazaban el comportamiento homosexual. A tal punto se generalizó esta tendencia, que hoy en día resulta prácticamente imposible referirse al tema de manera crítica o considerándolo de algún modo que no sea como algo perfectamente natural y producto de una libre elección. La pena es la descalificación y el oprobio de ser considerado discriminador y sujeto incluso a la aplicación de leyes como la llamada de defensa de la democracia. En más de una ocasión conspicuos referentes de estas organizaciones se refieren a quienes se oponen por ejemplo a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales con el mote de nazis. Realmente una enormidad por donde se la mire.

Al mismo tiempo, y muy especialmente desde el lado de la homosexualidad masculina, se volvió bastante común el travestismo y la transformación sexual. Los hombres homosexuales en muchos casos se inclinaron por la feminización de sus cuerpos mediante la aplicación de distintos tratamientos que incluyen la implantación de prótesis mamarias y glúteos. En algunos casos, la transformación llega a la extirpación de los genitales. Las mujeres homosexuales, por su parte, han mantenido sus características físicas en general, aunque en algunos casos de muestran masculinizadas por sus comportamiento esencialmente. Otro fenómeno que se ha dado y de manera incluso llamativa, es el tratamiento público de “señora” para hombres transformados en mujeres por efecto de tratamientos hormonales y de implantes, para luego vestirse con tales.

Hasta aquí, una reseña. Un parte de la situación, digamos.

Separar la paja del trigo puede contribuir a analizar seriamente este espinoso tema.

Las personas homosexuales no son, en esencia, personas del sexo opuesto. Esto es de Perogrullo pero hay que resaltarlo. Las operaciones, los tratamientos hormonales, las mutilaciones y los implantes apuntan a la apariencia exterior, son físicos y se relacionan directamente con la sexualidad y no con la condición de hombre o de mujer.

Es sabido que el hombre homosexual se siente psíquicamente mujer y que la mujer homosexual cuando es activa se siente psíquicamente un hombre. Pero desde el punto de vista de su organismo es obvio que en ningún caso una persona de un sexo se convierte en alguien del sexo opuesto. Esto no es una opinión personal sino una observación objetiva. Ciertos aspectos físicos y aún psíquicos de cada sexo son, hasta ahora, inmodificables. Es por ello que un estudio de la psique de estos individuos jamás dará como resultado que se trata de personas del sexo opuesto.

Estamos entonces ante el dilema de considerar como personas del sexo opuesto a quienes en verdad jamás lo serán íntegramente. El tema no es menor, especialmente cuando los jóvenes y aún los niños hacen preguntas al respecto.

La conformación del matrimonio entre personas del mismo sexo tiene unas cuantas aristas no del todo analizadas. Y ello es así porque en el furor de la lucha por imponer consignas y descalificar al otro, no se apunta la mirada hacia la verdadera cuestión.

Hay que resaltar también que el matrimonio es una institución civil (o social) incorporada por las religiones, y por lo tanto que éstas se opongan o no a esta clase de vínculo no significa otra cosa que una opinión más, con toda la importancia que pudieran tener tales religiones para sus fieles.

En la Argentina existe como se sabe la libertad de cultos y en ella conviven las más diversas religiones que hoy prevalecen en el planeta entero. Es curioso sin embargo que las opiniones de periodistas, políticos, comunicadores y demás tengan una tendencia a considerar que la oposición al casamiento homosexual es exclusivamente producto de creencias religiosas.

Hemos escuchado en estos días diversos comentarios asignando al catolicismo prácticamente la única bandera opositora a esta nueva conformación matrimonial. Y sin embargo es sabido que la mayoría de las religiones se oponen y que en definitiva también se oponen muchas personas que no profesan religión alguna.

Existen en el mundo Estados oficialmente ateos que han perseguido a los homosexuales durante años. Y al día de hoy se da la paradoja de que estados incluso amigos de la Argentina reniegan de la existencia de homosexuales entre su población.

La búsqueda de la aprobación de la homosexualidad está entonces siendo conducida por carriles culposos, por así decirlo. Da la sensación de que se busca descalificar a quien se opone por la razón que fuere al matrimonio homosexual con los motes más horrendos imaginables.

También se recurre a la discriminación como argumento central del matrimonio tradicional normado en el Código Civil. Tal argumento es a todas luces impropio. El matrimonio es una institución civil conformada por hombre y mujer, que además no deben ser parientes cercanos en consanguinidad. Esa figura podría ampliarse al casamiento entre hermanos, por ejemplo, dado que por constituir un tabú tal tipo de uniones también está prohibida por la ley.

Es decir que el argumento de la discriminación parece encaminado a descalificar a quienes no están de acuerdo y lograr que se sientan suficientemente culpables como para acallar sus puntos de vista. Y no a lograr una conjunción adecuada entre las diversas posiciones existentes.

En nuestro país, para no hacerla tan larga, existe el matrimonio tal como lo define el diccionario de la Academia española. No existe el trío, ni el casamiento entre hermanos, ni el harem. ¿Habrá que considerar discriminatorias estas omisiones?

El absurdo es evidente. Ahora bien ¿Es factible conformar una figura que permita la unión de personas del mismo sexo con iguales derechos que si se tratara de un matrimonio, digamos, convencional? En nuestro modo de ver sí.

Pero es preciso partir de la base, en nuestra modesta opinión, de que no es igual lo que es diferente. Y por lo tanto tal como la denominación corriente lo indica, el matrimonio debería ser entre homosexuales, y no entre hombres o mujeres que se hacen llamar tales por imperio de retoques más o menos estéticos sobre su figura original. Más allá de la opinión que cada quien tenga de la homosexualidad respecto de su origen y de si constituye o no una desviación o lo que fuere, lo cierto es que es una realidad, quienes la practican no parecen motivados a cambiar sus gustos y la situación se plantea de este modo. Siendo así, y mientras esté legislado adecuadamente, no parece haber mayores problemas. Entiéndasenos: cada cual que haga lo que le plazca, pero hay que darle el formato adecuado, porque de lo contrario será fuente de problemas. Lo que nace torcido termina derrumbándose. De tal modo que los transformistas, los travestis, los transexuales y demás deberían contraer enlace bajo el rótulo de homosexuales y conformar pareja manteniendo plenamente su identidad.

Es sabido que hay países en los que se reconoce el cambio de sexo dadas ciertas condiciones. Sin embargo, es obvio de toda obviedad que cualquier retoque en las características físicas de un individuo no elimina el rasgo distintivo de su conformación original. Desde las costillas hasta la matriz, desde la nuez de Adán hasta los ovarios, desde la psique hasta la intuición, hombres y mujeres no dejan de ser tales porque sus preferencias sexuales sean otras. Es lo que hemos opinado siempre y es lo que nos parece acertado. No conocemos ninguna explicación científica seria que indique otra cosa, salvo casos de hermafroditismo y malformaciones congénitas muy específicas.

Falta aún resolver entonces el caso de las otras preferencias sexuales que también son atípicas. ¿Será posible que una persona bisexual se enamore de dos personas una de cada sexo y quiera casarse con ambas? Es un ejemplo. Y si no es posible ¿habrá discriminación?

Por eso es que decimos que ciertos epítetos deberían ser cuidadosamente evitados, especialmente por quienes cualquier crítica que reciben a sus opiniones les gatilla el insulto y la descalificación del prójimo.

En resumen: el matrimonio no tiene un origen religioso, fue incorporado por innúmeras religiones, ha sido históricamente entre hombre y mujer porque esa es la figura jurídica que lo incorpora a las distintas legislaciones del mundo, y no es en sí mismo discriminatorio de nada. La aceptación de otras formas de matrimonio cae en todo caso en el mismo mote de discriminación si no abarca absolutamente todas las variantes y preferencias de las llamadas sexualidades diferentes. A menos que se deje de lado el mote en cuestión y podamos sentarnos a discutir el punto.

El matrimonio homosexual no dejará de ser lo que es, y jamás será igual al matrimonio heterosexual. Y por lo tanto nunca dejará de llamarse matrimonio homosexual. Habrá que ver qué ocurre también con las personas que, siendo del mismo sexo, deciden casarse pese a no ser homosexuales. A todo esto podemos agregarle que la misma legislación ya dictada en diversos órdenes, habla precisamente de “diferentes” cuando se refiere a opciones sexuales. Diferente no es igual, obviamente.

Y un breve párrafo final para la adopción. Entendemos que el tratamiento jurídico de la adopción va por carriles diferentes y requiere de adecuaciones y estudios concretos para determinar la incidencia que puede tener en la psique de un niño la vida junto a dos personas del mismo sexo que cumplen el rol de padre y madre. El problema es suficientemente complejo como para exceder largamente la discusión política entre personas que carecen de conocimientos específicos en el recinto del Congreso. Hemos visto que varios diputados se pusieron las pilas, por así decirlo, y estudiaron bastante el tem, al menos por cómo hablaban, otros simplemente adoptaron esa actitud despectiva y consignera para con quienes no están de acuerdo. Y punto.

El camino hacia la justicia suele estar cargado de buenas intenciones. Ante la situación de que un chico permanezca huérfano o resulte abandonado en condiciones deplorables, va de suyo que cualquier marco humanitario que mejore el cuadro es altamente positivo. En todo caso lo que ocurra luego con su psique podrá ser monitoreado y revisado durante el crecimiento de la criatura.

Pero ciertas conductas sociales que marcan el rechazo a la homosexualidad se han visto acentuadas en estos tiempos justamente por la actitud agresiva y descalificatoria de personas de esa tendencia hacia quienes no comparten sus puntos de vista. Esto agrava las cosas, en lugar de mejorarlas. Las llamadas marchas del orgullo gay constituyen muchas veces verdaderos actos de provocación en muchos casos altamente grotescos y cargados de mal gusto. No es el camino, a nuestro modo de ver, para intentar integrar en la sociedad a quienes se sienten diferentes por la razón que fuere.

Por lo tanto llamar a las partes a la reflexión serena de los pros y los contras de estas actitudes puede resultar positivo.

Y un punto que queda por mencionar es el de la superación de la homosexualidad mediante tratamientos psicoanalíticos. Existen tratamientos reconocidos en el mundo en los que ciertos homosexuales que se sienten incómodos o despreciados socialmente por su situación poco a poco logran una superación al menos parcial de lo que consideran negativo para ellos.

Si bien parece ser que el camino a recorrer puede resultar muy extenso, lo cierto es que si decidimos que finalmente las cosas son así y acá termina la historia, estamos abandonando como sociedad métodos de investigación que podrían resolver conflictos con la sexualidad si es que se tratare de tal cosa.

Porque muchos de los puntos que hemos tocado en este extenso trabajo, tienen relación con situaciones conflictivas a nivel social y nunca su resolución final pasará, una vez más, por negar lo obvio.

No es igual lo diferente, pero puede y debe ser aceptado sin problemas por la comunidad entera. Hace falta poner las cartas sobre la mesa desde una perspectiva lo más objetiva posible y dejar de atacar al otro. La cuestión pasa por abolir la hipocresía y enfrentar la realidad en la que estamos inmersos. No es una tarea sencilla.

Como vamos, el camino elegido no es el que proponemos ni por asomo. Gestar reformas de fondo sobre la base de una supuesta igualdad que no es tal, no tiene otro destino que el provocar mayores y más graves conflictos en un futuro cercano.







HÉCTOR BLAS TRILLO Buenos Aires, 9 de julio de 2010

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