Translate

sábado, 30 de junio de 2012


El Ágora (28/2/12)
TREN DE VIDA


La desgracia  ferroviaria ocurrida la semana pasada debe mover a la reflexión de la dirigencia argentina en general.



En la Argentina actual se ha generalizado la idea de que los subsidios a “los que menos tienen” son una especie de solución universal para el  problema de la pobreza y la marginalidad, cuando en realidad es todo lo contrario.
No vamos a repetir acá todo cuanto se ha dicho de la tragedia del tren chocando contra unos paragolpes totalmente inútiles en la estación Once. Sólo la tomamos como referencia.
Existen ciertos parámetros que son considerados válidos a derecha e izquierda de la política argentina. Continuamente se repite el adagio según el cual el Estado debe ocuparse de los más humildes y repartir subsidios, asignaciones y ayudas diversas para paliar la situación en que se encuentran las personas en dificultades. También se repiten consignas tales como que deben pagar más los que más tienen (más que proporcionalmente, es decir con tasas progresivas de impuestos) e incluso que las personas de menores recursos no deberían pagar absolutamente nada para sostener al Estado.
Precisamente este modo de pensar ha sido la base por la cual el actual régimen político se ha encaramado al tope de las preferencias populares repartiendo toda clase de ayudas y vanagloriándose de ello hasta el cansancio.
La desgracia ferroviaria ha estallado en las manos de no pocos de tales dicentes, que ahora salen a como dé lugar a buscar culpables, cuando en verdad los culpables forman parte del esquema ideológico vigente en forma mayoritaria.
Que un boleto de tren entre Caballito y Ramos Mejía cueste 80 centavos es un absurdo, no una ayuda. Que la gente se amontone en los andenes y vagones para viajar por unas pocas monedas dado que el transporte en ómnibus o por otros medios es sensiblemente más caro (aún con sus propios subsidios) es una realidad. Que no se hace un mantenimiento adecuado de las formaciones ferroviarias está a la vista de todo el mundo todos los días (puertas abiertas, suciedad creciente, fallas mecánicas que impiden la continuación del viaje, etc.)
Poder observar el problema desde una dimensión probablemente diferente y tal vez más realista podría ayudar y mucho. Pero tenemos el problema de que deberemos caer en aquello que políticamente no es correcto.
En la Argentina actual los subsidios y las ayudas de todo tipo subsumen a buena parte de la población y conforman un aglomerado político dependiente inadmisible desde el punto de vista de la genuina democracia republicana. Lo que está ocurriendo con la tarjeta SUBE es clara prueba de ello. La gente se desespera por obtenerla para mantener una ayuda por una necesidad que ha sido generada por el propio sistema imperante.
                 El Estado, agobiado por el crecimiento del gasto, entró ahora en la etapa de un ajuste leonino que no puede disimular, excepto tratando de cargar los costos entre “los que más tienen” y buscando excluir de tal carga a quienes  “tienen menos”.
                 Pero la verdad es que el valor de los bienes y los servicios es uno solo y no cambia según quien sea el consumidor. Y buscar que unos no lo paguen y que otros lo paguen en exceso no es solo una violación al principio de igualdad ante la ley, sino una forma de hacer que unos disfruten o utilicen lo que pagan otros, desalentando a éstos últimos y alentando a los primeros en una rueda prebendaría interminable.
             El problema de fondo es bastante más directo y fácil de analizar sin caer en esta verdadera trampa igualitaria que sólo conduce a la salida de capitales y al anquilosamiento de la ayuda y de los gobernantes que la otorgan.
           ¿Cuál es la razón por la que la gente gana poco? ¿Por qué motivo el crecimiento de la economía en estos años no ha originado mayores salarios en toda la población? ¿Cuál es el esquema pensado para salir de los subsidios y terminar con la dependencia política y económica del poder de turno en un plazo breve? Éstas preguntas, y otras por el estilo, tienen respuesta. Pero esa respuesta se omite o se diluye en la búsqueda de culpables y en discursos de ocasión, generalmente lastimeros y perdonavidas.
           Hasta hace algunos años, los subsidios eran prácticamente inexistentes y la gente abonaba tarifas virtualmente de mercado. Hubo una crisis económica basada en el control del tipo de cambio que terminó estallando como todos sabemos. Pero el control del tipo de cambio no estaba vinculado con el sostenimiento de subsidios sino con la llamada convertibilidad. Una convertibilidad que entre otras cosas sigue vigente cuando impide la indexación de contratos y balances.
         ¿Por qué razón el crecimiento de la economía luego de la debacle de 2001 no significó la desaparición lisa y llana de cualquier subsidio que se hubiera creado y por el contrario se llegó a cifras astronómicas en esta materia? ¿No es llamativo que el crecimiento aumente el problema en lugar de resolverlo?
         El sistema económico imperante se ha basado en el cierre progresivo de la economía, en el tipo de cambio diferencial para que los exportadores agrícolas cedan buena parte de sus ingresos al Estado y éste se haga cargo de repartir subsidios y ayudas de todo tipo. La industria local se ha atrasado progresivamente en materia tecnológica y su rendimiento es bastante menor precisamente por ese motivo, razón por la cual el país no está en condiciones en muchos aspectos de colocar en el exterior productos manufacturados o de cierto nivel de tecnología. El eterno déficit comercial con  Brasil es una clara muestra de lo que decimos. Ese país  no ha basado su economía en el sostenimiento de un tipo de cambio artificialmente alto y  tampoco ha declarado un default , pero sigue vendiéndonos mucho más de lo que nos compra.
        El cierre de la economía provoca atraso y encarecimiento. Y el atraso y el encarecimiento se palia con subsidios.  Y esto es visto como beneficioso cuando en verdad implica atraso industrial y también agrícola ganadero, porque las llamadas “retenciones” a las exportaciones afectan el crecimiento del sector más pujante y dinámico de la economía argentina.
       Los sueldos no suben si no aumenta la productividad y ésta a su vez es hija dilecta de la mejora tecnológica y la inversión. Y ésta última no llega si no hay seguridad jurídica, y la primera tampoco llega si no es posible importarla (sea por el tipo de cambio muy alto o porque se prohíbe la importación lisa y llanamente).
      ¿Cómo repercute en definitiva toda esta maraña intervencionista y voluntarista en el transporte ferroviario? Muy simplemente: con falta de inversiones por falta de recursos y el consiguiente deterioro del material rodante y de las instalaciones en general.
       En la Argentina esto no es nuevo y hay que decirlo. Durante varias décadas se plantearon esquemas similares aprobados por la mayoría de la población y particularmente por la dirigencia política.
       Las llamadas “tarifas políticas” hundieron en la desinversión no solamente a los ferrocarriles sino también a la telefonía, al servicio de agua corriente y también al de combustibles especialmente domiciliarios. No hay que olvidarse que el país fue importador de gas entre 1962 y 1992 aproximadamente, para pasar después a ser exportador de ese producto hasta que la situación se  revirtió a comienzos de los años 2000.
       Cuando la señora presidenta habla de los 10 mil millones de dólares que se importaron de combustibles en el último año atribuye el hecho al crecimiento del país y a la falta de inversiones de los productores petroleros. Pero no aclara que ha habido una merma creciente en la producción de combustibles y que la desinversión tiene su origen claramente en la política intervencionista y  fijadora de tarifas. El enfrentamiento actual con la petrolera YPF, que hasta ayer nomás era la niña mimada, nos exime de mayores explicaciones en este sentido.
        Ahora bien, ¿cuál ha sido la razón para sostener durante años tarifas políticas? Porque todos recordamos que las empresas públicas eran absolutamente deficitarias por lo cual era imperioso ajustar los valores. El fondo del problema es el mismo que el que actualmente se da.
Cobrar barato por los servicios ofrece réditos políticos. Y si el déficit hay que cubrirlo con emisión de moneda, y tal emisión genera inflación, le echaremos al culpa a los “empresarios inescrupulosos” de ello.
       En todo cuanto hemos comentado hasta aquí, no hemos hecho una referencia a posibles actos de corrupción en el pago de los subsidios a empresas concesionarias. Pero es un tema del que mucho se ha hablado y escrito también.
       No es tan difícil auditar tales subsidios para conocer el destino final de los fondos y su adecuada utilización. ¿Se ha hecho esto en todos estos años? No sabemos que se hubiera producido ni un solo desvío de fondos ni que se haya detectado ninguna anomalía. ¿No es llamativo? Porque todos sabemos en qué país vivimos y qué incentivo enorme para cualquier corruptela es que el Estado transfiera miles de millones de pesos a empresas o empresarios amigos del poder de turno puestos a cargo de concesiones. Basta ver lo ocurrido, por ejemplo, con el caso Schoklender.
      En estos días se recordó un informe de la Auditoría General de la Nación de hace algunos años sobre fallas en el servicio del ferrocarril Sarmiento, pero únicamente vinculado con el material rodante y no con el uso correcto de los fondos.
      Al momento de escribir estas líneas, el gobierno está anunciando la intervención estatal en las concesiones del ferrocarril Sarmiento y del Mitre, porque  ambos pertenecen a TBA e intervenir a uno y no al otro hubiera sido bastante incoherente.
      Pero ¿no es el propio Estado –y por ende el gobierno- el encargado de controlar y auditar el servicio? ¿cambia en algo esta relación por el hecho de “intervenir” a una concesionaria que debe cumplir un contrato que a su vez debe ser auditado de modo permanente por el Estado?
     Volvemos al comienzo de este comentario. El problema de fondo es que debemos terminar con la idea de que el distribucionismo a cargo de los políticos de turno es la solución a alguno de los problemas sociales (y hasta existenciales) que nos aquejan. Es todo lo contrario y hay una historia entera detrás.
      Ahuyentar al que produce y favorecer el clientelismo no puede sino conducir al desastre. Eso es lo que ha ocurrido. Y mucho nos tememos que no será la última vez.






HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   28 de febrero de 2012

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Seguidores