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sábado, 30 de junio de 2012

LA MISMA PIEDRA 7/6/12


Segunda Opinión
ACTUALIDAD ECONÓMICA: LA MISMA PIEDRA
“El hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra”


Al parecer el proverbio con el que encabezamos este comentario es de origen chino. El sólo hecho de relacionarlo con la antigua Nación asiática nos lleva a pensar en la sabiduría. Entonces, antes de avanzar hacia el descubrimiento de la pólvora, o de los fideos, pensamos que lo mejor es bajar a la realidad argentina, que es contemporánea y que algo o mucho tiene que ver, tanto con los tropiezos como con los fideos.
En estos días en los que los gobernantes hablan de pesificaciones y desdolarizaciones, pero acusan a periodistas de conspiradores por hablar de esos mismos temas, es importante tener en cuenta, aunque más no sea someramente, cómo es que llegamos a este insólito no-debate.
Las inhibiciones para adquirir dólares se iniciaron a pocos días del nuevo gobierno de Cristina Fernández, a fines de octubre pasado. Se habló entonces, y sigue hablándose ahora, de la necesidad de solicitar autorización a la AFIP para adquirir la preciada moneda verde. Rápidamente comprobamos que se instauró un régimen absolutamente arbitrario por el cual el organismo recaudador “valida” o “no valida” la adquisición de moneda extranjera sobre bases absolutamente desconocidas y por lo tanto descaradamente arbitrarias.  Se anunció que era necesario poder justificar la tenencia de fondos para la adquisición, porque de lo contrario se presumía que tenían un origen espurio, no declarado. Algo por demás curioso, porque se supone que el organismo fiscalizador debe investigar los fondos de ese origen en lugar de espantarlos.
Rápidamente quedó claro, en diversas y recurrentes declaraciones y cadenas nacionales, que el problema era y es otro muy distinto: el gobierno quiere que nos “desdolaricemos”, que “pensemos en pesos”, que operemos en pesos, y que conservemos los pesos en  nuestros bolsillos, todo ello en medio de una inflación del 25 o 30% anual  y con tasas de interés del orden del 12%, es decir absolutamente negativas.
A estas trabas se sumaron luego los gendarmes y la policía, y también los perros (¡!). Pichichos encargados de olfatear maletines y baúles de automóviles para detectar la vil moneda verde.
Casi en seguida, se trabó la posibilidad de sacar dólares en cajeros automáticos en el exterior al cambio oficial. Y últimamente se inició una verdadera cacería declarativa para quienes desearan adquirir dólares para llevar a cabo un viaje al exterior. Todo ello sujeto a la aprobación (arbitraria, oculta, esotérica) de un programa “sistémico” que nadie conoce. Una especie de “cofre de la felicidad”, digamos.
Los exportadores fueron obligados a liquidar divisas mucho antes de cobrar sus operaciones.  Los importadores de cualquier rubro se vieron obligados a exportar cualquier otro rubro en cantidades equivalentes de moneda para poder seguir importando. Una insólita medida que encarece y dificulta, justamente, tales exportaciones.  Aparecieron las dificultades para girar utilidades, que afectaron no solamente a los bancos y algunas compañías.
Algunas normas fueron escritas y publicadas, muchas otras no, como por ejemplo el citado método “sistémico” del cofre de la felicidad para la compra de dólares.
Es evidente que el Estado ha resuelto atacar las consecuencias, y que además lo ha hecho como el famoso personaje de Dante Quinterno: Patoruzú.  Esto es: a lo bestia.
Mucho se dijo y se dice de conspiraciones. Se comenta que Guillermo Moreno es un especialista en esa clase de explicaciones. Y que la presidenta las cree a pies juntillas, lo que es sencillamente descorazonador.
Se trabaron las importaciones con las famosas declaraciones juradas anticipadas, se trabaron las exportaciones con argumentos diversos encaminados a defender “la mesa de los argentinos”.
Se obligó a petroleras y a mineras a ingresar los dólares de sus exportaciones y liquidarlos en el mercado local. Se reformó la carta orgánica del Banco Central que dio vía libre a la emisión espuria sin control alguno, por simple decisión de un grupo de directores.
Cada día más controles, cada día nuevas trabas. Más y más dificultades que en la mayoría de los casos quedan al arbitrio de funcionarios que simplemente responden sí o no sin dar ninguna explicación.
Acaba de presentarse con bombos y platillos en plan para la petrolera YPF. Un plan que requiere inversiones multimillonarias y precios competitivos, ambas cosas imposibles de lograr con un régimen político como el vigente, que no respeta contratos, que cambia las normas todos los días. Que confisca o expropia empresas y que no puede garantizar mínimamente que ahora sí va a respetar nada.
Todo esto, con variantes, en la Argentina lo hemos vivido y varias veces.  Quizás nunca como ahora el abuso de poder y la arbitrariedad han sido puestos sobre el tapete. Y todos sabemos cómo habrán de terminar estas cosas.
Siguen saliendo depósitos en dólares del sistema. Los anuncios presidenciales sobre pasar a pesos tenencias de dólares de parte de los funcionarios sólo sirven para dos cosas: primero para demostrar que estar en dólares ha sido hasta hoy mismo la mejor opción, y que pretender que ahora será mejor lo contrario es cuando menos inconsistente. Nada ha cambiado para que ello ocurra.
La confianza en la moneda, que es requerida como dato básico para lograr que la población acepte tal moneda, no se logra con prepotencia y arbitrariedad, sino con un sistema monetario sólido y con políticas coherentes de emisión que sean permanentes.
Nadie puede seriamente pensar en pesos porque los funcionarios lo pidan. O lo exijan. Es realmente tragicómico.
Los argentinos estamos tropezando nuevamente con la misma piedra. Y el resultado no habrá de ser diferente que todas las veces anteriores.
La verdad es que podrían haberse intentado otras cosas. Podría haberse sostenido un sistema atractivo que facilite la llegada de capitales, en lugar de esta mezcla de voluntarismo y autoritarismo que sólo puede conducir al abismo.

HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   7 de junio de 2012

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