El Ágora
El discurso
transmitido por
cadena nacional en el mediodía del martes no fue un discurso
más. La presidenta
Cristina Fernández se mostró crispada, enojada con una realidad
que no se
adapta a lo que ella pretende. Incómoda.
La situación
planteada por el
líder de la CGT, y a la vez jefe máximo del poderoso gremio de
los camioneros
pareció afectarla profundamente.
Por un lado se
negó a reconocer
el efecto de la inflación en los mínimos no imponibles en el
impuesto a las
ganancias. Lo hizo mediante ejemplos confusos y a la vez
incompletos, cuando no
erróneos.
Intentó
disimular la verdadera
dimensión de un impuesto sobre las ganancias que se aplica a los
salarios
llamándolo “impuesto a los altos ingresos”. El impuesto, como
todo el mundo
sabe, no solamente no se llama así sino que implica una seria
confusión: el
ingreso no es la ganancia. El ingreso
es
el valor bruto, el total facturado, o el total de un recibo de
sueldo. Una empresa, la
que fuere, puede tener un
ingreso millonario y a la vez perder dinero.
Afirmó que el
19% de los
trabajadores en relación de dependencia pagan hoy impuesto a las
ganancias, lo
cual significa unos dos millones de personas. Hace 5 años ese
número no
sobrepasaba las 400.000 personas.
Habló de la
sorpresa de los
europeos cuando les comentó que las paritarias en la Argentina
arreglaban
porcentajes en torno del 20% anual. Lo comentó como un hecho
notablemente
positivo, diferenciador a favor del “modelo” argentino. Cuando
es obvio que se
trata de un elemento sumamente negativo y que demuestra que se
alcanza ese
porcentaje por la altísima inflación que sufre el país.
Mezcló las
muertes producidas en
un lamentable accidente con aquellas otras que han sido
consecuencia de
revueltas políticas, como el caso del policía Sayago, en Las
Heras hace algunos
años, que fue matado a palos por manifestantes dentro de la
propia comisaría.
Afirmó que de
ahora en más ella
se negará a enviar gendarmes a cubrir situaciones por pedido de
jueces
federales, dejando en claro que no cumpliría con tales
exigencias y que llegado
el caso que quisieran procesarla, que estaba dispuesta a que eso
ocurriera.
Anunció que
dejaría la zona de
la ciudad de Buenos Aires afectada a la manifestación de los
camioneros sin
guardia policial alguna, dado que los policías podrían sufrir
empujones y
escupitajos. Y que por lo tanto se limitaría a proteger la Casa
Rosada con
dicha policía.
Hizo una
referencia a que la
crisis internacional podría afectar a la Argentina, cosa que
hasta ahora siempre
había negado dado que consideraba que el “modelo” mantenía al
país aislado del
mundo.
Omitió toda
referencia a las
asignaciones familiares que los
trabajadores dejan de recibir cuando el monto del salario bruto
supera los $
5.200
Volvió a traer
a cuento la
cantidad de subsidios y ayudas que el Estado Nacional reparte a
troche y moche
como un éxito de su gestión, cuando en verdad lo que está
significando es lo
contrario, dado que las ayudas se dan precisamente porque las
condiciones son
lo suficientemente precarias como para que la sociedad no pueda
hacerles frente
con sus recursos.
Volvió a
arrojar un manto de
sospecha sobre comportamientos “destituyentes” de parte de
gremialistas que
organizan actos de protesta, tal como lo hiciera en su momento
con los
ruralistas, e incluso con los periodistas.
Hizo una clara
alusión a la
falta de gestión del gobierno de la provincia de Buenos Aires,
siendo que es la
Nación la que resuelve aplicar retenciones a las exportaciones
que no son
coparticipables. O
cuenta con la
facultad de emitir moneda. O proyecta crecimientos del PBI en
defecto para
disponer a voluntad de las diferencias. O dispone de las
“ganancias” por
devaluaciones del Banco Central. O de las reservas y de la
emisión mediante los
cambios a la Carta Orgánica de dicho banco.
Todo el mundo sabe
la
discrecionalidad y el amiguismo o clientelismo con que se
dispone de los fondos
públicos para los amigos o para lo que hocican ante las
decisiones o humores
presidenciales.
La sensación
que uno tiene de
este discurso, del que rescatamos lo que consideramos más
importante, es que la
presidenta está en algún punto descalibrada. No se nos
malinterprete, no
pretendemos insultarla u ofenderla. Simplemente la vemos
enojada, casi
enardecida, en franco enfrentamiento político no con Hugo
Moyano, sino con todo
el que se le oponga por la razón que fuere.
La presidenta
no puede ignorar
que el país está sumido en un proceso inflacionario que
claramente supera
porcentajes del 20 o 25% anual. No puede ignorar que si no se
ajustan los
mínimos no imponibles cada vez más gente queda sujeta al
impuesto a las
ganancias. No puede
ignorar que ella misma ha enviado a
los gendarmes a cuidar sectores de la ciudad de Buenos Aires y
del conurbano
bonaerense. No puede
ignorar que si anuncia
que quitará la policía se corre el
riesgo de otro Indoamericano, por lo menos. Ello aparte de esa
afirmación sobre
que los policías pueden ser “empujados o escupidos”, lo cual es
verdaderamente
tragicómico, porque nadie espera, empezando por la propia
policía, que los
manifestantes actúen amistosamente si la autoridad intenta
ponerle límites.
Por donde se lo
mire, el
discurso que comentamos es lamentable. La presidenta niega la
existencia de la
inflación y por eso incurre en semejante torpezas en materia
económica y
tributaria.
Parece no haber
aprendido que
hace ya largos 9 años que ante cualquier manifestación opositora
se sigue
agitando el fantasma “destituyente” o la “prensa hegemónica”.
Termina
considerando “ricos” a trabajadores que están sujetos al
impuesto a las ganancias
con sueldos que apenas si cubren las necesidades básicas de una
familia.
Considera promisorio que las paritarias den ajustes de sueldos
que no se
compadecen con el crecimiento del PBI y sí con tasas de
inflación galopantes.
La situación de deterioro progresivo de la
economía como
resultado de la inflación, del cepo cambiario, de los cierres de
importaciones
y exportaciones y de la necesidad de pedir autorizaciones para
todo no puede
sino augurar una escalada de nerviosismo.
Esperamos
sinceramente que la
señora presidenta baje a la realidad y nos evite males mayores a
los que de
todas maneras sobrevendrán.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 27
de junio de
2012
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