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sábado, 27 de octubre de 2012

EL ELOGIO DEL CACEROLAZO 27/9/12


El Ágora
EL ELOGIO DEL CACEROLAZO


Es evidente que el gobierno ha recibido con un gran nerviosismo el cacerolazo del 13 de setiembre.  Por un lado se comenta que hubo pedidos para que los canales de televisión oficialistas no difundieran imágenes, hasta que la manifestación (que sí era difundida por los canales del grupo Clarín) se hizo multitudinaria y no quedó más remedio.
Como se sabe, el silencio oficial duró bastante tiempo. De hecho, la señora presidenta nunca habló del asunto. 
Como suele ocurrir, cuando se definió el camino a seguir, salieron las voces de los funcionarios más conspicuos a escupir insultos y ofensas hacia los  manifestantes.  Ni vale la pena repetirlas porque todos las conocen. Sí vale la pena tener presente el resultado.
En las cercanías del poder ejecutivo las cosas se pusieron muy pesadas. Hubo discusiones, reproches y búsqueda de culpables (recuérdese que se habló de Echegaray, el funcionario a cargo de la AFIP, y que después fue echada una funcionaria de ese organismo, supuestamente encargada de los “cuestionarios” enviados a los countries).
Desde organizaciones para gubernamentales, como por ejemplo Abuelas de Plaza de Mayo, surgió su titular afirmando aquello de la gente “bien vestida”, emulando a Horacio González (director de la Biblioteca Nacional que cobró cierta fama por haber enviado una carta a la presidenta en su momento para censurar a Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro). La señora de Carlotto olvidó que la función de la organización que preside es la de buscar chicos nacidos de madres en cautiverio durante la última dictadura para devolverles su identidad y entregarlos a sus familiares. Olvidó que tal vez entre tales familiares también hay gente “bien vestida” que asistió a la marcha. El nerviosismo juega esas malas pasadas.
Es sabido, hoy por hoy, que en muchos pueblos y ciudades del Gran Buenos Aires y del Interior se manifestó mucha gente. Esas imágenes prácticamente no se vieron. Pero sí las vieron los intendentes y los gobernadores. Y aún los más oficialistas se han  alterado bastante. Lo mismo ha pasado con diputados y senadores.
En general los políticos no oficialistas han asumido una actitud que podríamos resumir como un “yo no fui”. Es decir, como que con ellos no fue la cosa. Aunque ellos también son culpables de lo que ocurre.
No todo el país está en manos del oficialismo nacional. Hay gobernaciones díscolas. Hay muchísimas intendencias en manos de otros partidos. Son muchos los que reciben de rebote los barquinazos.
Lo que puede decirse es que el hartazgo de mucha gente ha salido a la calle. Y que eso está referido a toda la clase política. Sin excepciones.
En un arranque casi de ira, desde ciertos sectores del oficialismo se intentó organizar una especie de contramarcha, a convocarse por medio de esas organizaciones para gubernamentales de dudoso origen democrático, tipo La Cámpora o “Unidos y Organizados”.
Evidentemente la orden fue la de desactivar semejante “emprendimiento”. Era obvio que de inmediato las redes sociales y los medios no oficiales comenzarían a difundir las imágenes de los colectivos de escolares estacionados en la avenida 9 de Julio y a hacer referencia a la falta de espontaneidad. Porque todo el mundo sabe que hace ya muchos años que acá no hay manifestación oficial que sea espontánea. Ni los gobernantes ni los sindicatos logran traer a la gente si no los transportan gratis, les pagan o les dan el día franco a quienes trabajan, lo cual es otra forma de pago. Inclusive el armado de “recitales” con músicos pagos por el gobierno suele utilizarse para atraer a la multitud.  Una “contramarcha” en esas condiciones es, claramente, un fracaso desde el vamos. Esta fue la razón principal del recule, no la de evitar enfrentamientos como se dijo.
Si uno se detiene un minuto a observar lo acontecido en los últimos años, podrá ver que las únicas manifestaciones espontáneas y masivas fueron dos: aquella contra la inseguridad organizada por Juan Carlos Blumberg, y las de los ruralistas en contra de la resolución 125. En ambos casos el gobierno tuvo que conceder. En el segundo caso, el de los ruralistas, los insultos y descalificaciones también fueron volcados de una y mil maneras, con groserías incluidas, sobre una población inerme.  
Queda bien claro dónde está el proverbial talón de Aquiles de estos gobernantes. No es posible confiar en la justicia, tampoco en el respeto de la ley o de la constitución si se hace un reclamo por lo que fuere. No es posible asegurarse contra nada. Pero sí es posible manifestarse, con cacerolas o sin ellas.
Hoy por hoy algunos temas que estaban barajándose cada día con más intensidad, como el de la reforma constitucional para facilitar un nuevo intento de reelección presidencial, han sido postergados.
El ridículo ataque a la gente ha servido únicamente para generar más bronca. De manera que un nuevo cacerolazo es probable que junte más gente que el anterior. Y eso, como queda dicho, a los políticos les pone la carne de gallina.
Hay que tener en cuenta, ya para terminar, que en la Argentina no existe una genuina oposición. Hay sectores más o menos disidentes, pero todo dentro del mismo marco, del mismo “modelo”.
Sólo cambiarán las cosas cuando la gente desde las calles y plazas diga basta. Y que quede bien en claro que ésta visión no incluye los llamados “escraches” en ninguna de sus modalidades. Marcar a una persona por la razón que fuere es una acción claramente antidemocrática que tiene su origen y razón de ser en los regímenes totalitarios. Acá entre nosotros se inició desde los sectores más recalcitrantes de la izquierda trotskista, aunque también tiene algunos antecedentes en los “jefes de manzana” que habían empezado a designarse en los últimos años del peronismo de los 50.
El elogio del cacerolazo como método de protesta tiene su razón de ser. El efecto que produce en quienes gobiernan es muy evidente. Por más que intenten disimularlo con insultos, diatribas y prepotencias de diverso calibre.


HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,   27 de setiembre de 2012


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