El Ágora
En
estos momentos, salvo los muy fanáticos del actual gobierno,
todos estamos
viendo el profundo deterioro que viene sufriendo el país en
prácticamente todos
los rubros que queramos considerar.
El
régimen kirchnerista fue, desde sus orígenes, un régimen basado
en el intervencionismo
económico y la arbitrariedad política. Ocioso es abundar en
esto, aunque una
breve recapitulación nunca está demás.
Desde
el tipo de cambio elevado artificialmente para lograr aplicar
altísimas
retenciones a las exportaciones y simular así un superávit
primario al amparo
de un artilugio monetario, hasta la distribución discrecional de
recursos a
provincias y municipios amigos, pasando por toda la gama de
subsidios, ayudas,
planes, congelamientos, controles de precios y toda una gama
inagotable de
voluntarismo político y económico.
Mientras
el gasto público sigue creciendo a tasas increíbles, el Banco
Central se ha
convertido en un apéndice de financiamiento con emisión, la
ANSES en una
administradora de fondos para fines políticos, y el Congreso en
una virtual
escribanía del ejecutivo; la inflación se ha disparado a niveles
incompatibles
con una vida medianamente digna, la pobreza crece todos los
días, los recursos
para subsidios terminan agotándose o perdiendo el valor por
efecto de la
inflación, y la falta de inversiones de todo tipo a causa de la
inseguridad
jurídica son datos contantes y sonantes que sólo no perciben
quienes están
obnubilados con la idea de que esto es un “proyecto”, un
“modelo” o un
disparador “nacional y popular” de las fuerzas más profundas de
una moral nueva
y poderosa.
Si
observamos qué ocurría hace un par de años y lo comparamos con
lo que ocurre
hoy, veremos que el deterioro ha sido realmente alarmante.
La
baja de reservas supera ya los 13.000 millones de dólares, desde
aquellos
52.000 millones alcanzados hacia fines de 2011. El llamado cepo
cambiario se hizo
realidad luego del estallido de la crisis energética que obliga
a importar
sumas cercanas a los 15.000 de dólares anuales en combustibles
líquidos y en
gas. La desastrosa política seguida en materia ganadera, con la
recordada
prohibición de exportaciones de carne, o la política triguera,
con idas y
venidas en materia de “permisos”, para citar ejemplos, muestran
a las claras
los resultados nefastos.
Mientras
los ferrocarriles se derruían hasta el drama de los accidentes
en los que han
muerto decenas de personas, la presidenta de la nación anunciaba
con bombos y
platillos la construcción de un ramal de alta velocidad de
Buenos Aires a
Rosario, y de allí a Córdoba.
Mientras
se observaba la realidad de que era necesario abolir los
subsidios al gas, a la
electricidad y en general a los servicios domiciliarios,
rápidamente se daba
marcha atrás para evitar la medida “impopular” de un aumento
intempestivo de
tarifas, luego de años de mantenerlas congeladas, a tal punto de
haber destruido
el abastecimiento energético.
La
sanción de un nuevo blanqueo de capitales dentro del mismo
régimen político, en
el lapso de 5 años, más allá de las condiciones de legitimidad y
moralidad, es
una consecuencia directa de la necesidad imperiosa de contar con
dólares para
soportar el peso de las importaciones energéticas, además del
contrasentido de
crear una cuasimoneda con el valor del dólar para de esa manera
intentar
reactivar el mercado inmobiliario, frenado casi totalmente como
consecuencia del
cepo cambiario y de la decisión increíblemente voluntarista de
pretender forzar
a la gente a operar en pesos.
El
Banco Central ha perdido su autonomía, su endeudamiento con el
Tesoro en
general supera los 60.000 millones de dólares, la emisión
monetaria está en
torno del 40% anual. La inseguridad jurídica es un dato
incontrastable. Las
mentiras en las estadísticas. La agobiante propaganda
neofascista en los medios
oficiales y oficiosos. El ataque a los medios díscolos, a la
Corte Suprema, a
los opositores, a todo aquel que ose disentir del poder central,
se transforma
en ignominia.
No
hay diálogo, hay insulto. Hay “tuits”. Hay ironías y cadenas
nacionales. Hay
acusaciones de todo tipo a artistas, a empresarios, a políticos,
a economistas,
a sindicalistas, a países, a lo que sea.
Las
denuncias de corrupción son contestadas con cambios de horario
en partidos de
fútbol. Los casos más notorios se demoran en una justicia lenta
con visos de
complicidad política. Las
investigaciones
llegan tarde y mal.
Si
algo todos podemos ver, más allá de nuestras preferencias
políticas, es el
deterioro constante. Atraso cambiario, cuasimoneda, controles
ominosos y permisos
agobiantes e inconstitucionales.
Arbitrariedades y patoterismo de parte de funcionarios que ya no
se esconden y
que incluso se filman a sí mismos patoteando.
Y
ahora, a un paso de las elecciones de medio término, se observa
un abanico de
posibilidades de seguir con más o menos lo mismo.
Se
analiza la posibilidad de conseguir financiamiento para YPF y sus planes, no se
analiza que el
paquete accionario de Repsol fue confiscado sin pagar por él. Se
analiza el
incumplimiento de los fallos con los jubilados, no se dice más
nada sobre el
robo legal pero ilegítimo de los fondos de las AFJP. Mientras el
gobierno se
vanagloria de llevar ya 10 años repartiendo dádivas a millones
de personas, la
oposición en general ve con buenos ojos tales dádivas y no
parece cuestionar
que no es posible vivir gratis para siempre, y que los gobiernos
están para
administrar y crear condiciones que posibiliten la llegada de
capitales, que
construyan fábricas y den trabajo.
El
fracaso es convertido en éxito por obra y gracia de un “relato”
más o menos
inconsistente y hoy plagado de neologismos y extranjerismos, las
más de las
veces mal usados y hasta preadolescentes.
El
país va hundiéndose poco a poco en un marasmo. Nadie invierte,
nadie espera que
esto cambie, no hay líderes que se opongan seriamente a la
dádiva, al robo de
empresas extranjeras, a la verdadera inmoralidad de un blanqueo
que pretende
perdonar a aquellos a los que el finado ex presidente iba a
destinarles trajes
a rayas.
Los
analistas están más preocupados en analizar si los CEDINES
funcionarán o no, y
cómo, y cuándo, y para qué. No están preocupados por el origen,
como no
estuvieron preocupados antes los
políticos
cuando resolvieron en medio de vítores hacer un “pelito pa la
vieja”
con la deuda externa.
El
populismo dura demasiado, porque las dádivas, el pan y el circo,
los feriados,
y las fiestas populares inventadas al socaire de suculentos
honorarios a
músicos y artistas amigos que liban de los fondos públicos,
ayuda a sostenerlo.
Pero
el final se acerca inexorable. El deterioro será cada vez mayor.
Hay cuestiones que hoy se disimulan porque estamos muy cerca de las elecciones. Pero cuando las elecciones hayan pasado, podremos ver nuevos ajustes, nuevos aprietes, más graves y más variados. Ya sea que el oficialismo pierda o gane. Si pierde por perder, y si gana por ganar. Porque lo cierto es que los números no dan por ningún lado y un dólar a $ 5,40 es una entelequia.
Hay cuestiones que hoy se disimulan porque estamos muy cerca de las elecciones. Pero cuando las elecciones hayan pasado, podremos ver nuevos ajustes, nuevos aprietes, más graves y más variados. Ya sea que el oficialismo pierda o gane. Si pierde por perder, y si gana por ganar. Porque lo cierto es que los números no dan por ningún lado y un dólar a $ 5,40 es una entelequia.
El
populismo dura demasiado. Así es. Y la salida es siempre un
estallido, lamentablemente.
Y por más excusas que se busquen, como sin duda se buscarán,
quienes vamos a
sufrir somos todos nosotros. Inexorablemente.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 3
de julio de 2013
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