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lunes, 24 de noviembre de 2014

LA DESCONEXIÓN 6/9/14

Segunda Opinión
ACTUALIDAD ECONÓMICA: LA DESCONEXIÓN
En economía se puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias… 
John Maynard Keynes. 


       Si tenemos que resumir lo ocurrido en la Argentina desde que el matrimonio Kirchner tomó el poder en el año 2003, podemos decir que prácticamente toda la política económica se ha basado en el voluntarismo y el intervencionismo.
       Y si queremos analizar qué ocurre en estos momentos en los que la situación se ha deteriorado ostensiblemente, podemos fácilmente comprobar que lo que el gobierno nos propone para resolver la enorme cantidad de problemas que ha generado el voluntarismo y el intervencionismo, es más voluntarismo y más intervencionismo.
      Cuando estalló la crisis  a fines de 2001 y  comienzos de 2002, nadie pareció demasiado proclive a aceptar que lo que nos llevó a eso fue el control cambiario bajo la forma de la convertibilidad que estuvo vigente durante una década. Desde entonces y hasta ahora, se nos dijo que aquella tragedia que terminó con el gobierno constitucional de Fernando de la Rúa tenía su razón de ser en el jamás definido “neoliberalismo”. Incluso en estos días, cada vez que tiene oportunidad, el ministro Kicillof nos recuerda con el dedo índice levantado que  fue la perversidad del modelo “neoliberal” la que nos condujo al desastre, pero que por suerte constituye una etapa superada.
       Sin embargo, ni remotamente se ha superado tal etapa. Tomemos por ejemplo el régimen cambiario. Actualmente existe desde el año 2011 el llamado cepo, que al igual que la convertibilidad, o la recordada “tablita” del régimen militar, y también el control ejercido en tiempos de la “inflación cero” de José Ber Gelbard, basa el funcionamiento del mercado externo en un estricto control del cambio.
      La verdad es que todos los gobiernos en las últimas décadas han recurrido al control del cambio para intentar frenar la presión inflacionaria. Y la verdad también es que la presión inflacionaria fue y es producto de la emisión espuria de moneda, consecuencia del exceso de gasto público votado una y  otra vez, todos los años, por los legisladores nacionales y provinciales, sin solución de continuidad y sin un mísero atisbo de mea culpa.
     Como solemos decir, excede el marco de un comentario de este tipo hacer un racconto de todo lo ocurrido en tantos años. Pero es cierto y comprobable que prácticamente en ningún momento de los últimos 60 o 70 años la economía funcionó con un esquema de cambio libre.
     El control cambiario, lo mismo que todos los controles de precios, está dirigido a frenar la suba natural de la cotización. Y frenar la suba de la cotización produce efectos. Se hace barato importar, y no se obtiene un beneficio adecuado al exportar. O peor aún, se encarecen las exportaciones por lo cual quedamos raleados por no tener un tipo de cambio competitivo.
     Porque en definitiva, vivir en un esquema inflacionario como en el que hemos vivido tantos años, tiene un costo enorme, deteriora la calidad de vida, y nos sume en el atraso comparativo incluso con  los países vecinos.
     Para redondear el concepto, digamos que en los tiempos de la convertibilidad no se emitía moneda de manera espuria (sin respaldo) para financiar el incremento del gasto. Lo que se hacía era emitir moneda contra el ingreso de divisas provenientes de créditos externos. Por eso la deuda creció exponencialmente.  Y finalmente, como eso tampoco alcanzó, aparecieron  las cuasimonedas.
     Qué está ocurriendo hoy, entonces. El gobierno se encuentra ante una inflación creciente, un tipo de cambio que se atrasa rápidamente pese a la gran devaluación de enero pasado, y un desorden monumental en las cuentas públicas.
     Y qué se hace para corregir todo esto. Se multiplican los controles, se votan leyes autoritarias de control de precios, costos, utilidades, márgenes, y toda la caterva de intervenciones en las empresas. Todo lo cual intenta corregir las consecuencias sin atacar las causas del problema.
     Podríamos agregar el tema no resuelto de los holdouts, pero no queremos desviarnos de la cuestión local, que a nuestro modo de ver es determinante. Porque la verdad es que también el fallo de la justicia norteamericana, es una consecuencia de las políticas económicas llevadas adelante por los gobiernos argentinos.
    Si acercamos un poco la lupa para ver bien qué  ocurre, podemos observar que tanto la presidenta, como el jefe de gabinete, o el ministro de economía, vuelven una y otra vez sobre supuestas conspiraciones, absurdos entramados antidemocráticos u oscuros intereses subalternos y antiargentinos.
    No existe  en los discursos oficiales la palabra “inflación”. No se conoce una sola medida para intentar frenar el flagelo, a menos que se pretenda que aplicar “precios cuidados” es una política antiinflacionaria.
    Se produce claramente una desconexión flagrante entre las medidas que toma el gobierno y las consecuencias de tales medidas. La idea general sería que todo lo que se hace desde el gobierno apunta a disciplinar a los distintos factores económicos para alcanzar el objetivo de mejorar las cosas; cosa que no ocurre  porque todo el mundo parece oponerse a ello.
    Se vuelve una y otra vez con la  idea de que mientras por un lado las empresas se llevan la plata “con pala”, ahora parece que, en un acto de masoquismo incomprensible, han decidido boicotear al mismo gobierno que les ha permitido tamaños beneficios.
    Días pasados el ministro Kicillof se ha referido al “mundo en crisis” como disparador del daño sobre la economía argentina. Pero hete aquí que los indicadores no muestran que el mundo esté en crisis. Y en el área latinoamericana los únicos dos países que tienen caída en el producto bruto interno son la Argentina y Venezuela.
    Pero aún en el caso de que el mundo entero estuviera en una crisis o lo que fuera; es francamente irritante que este ministro no tome nota de lo que están haciendo con la política económica él y su gobierno.
     La retórica según la cual somos todos perversos menos quienes nos gobiernan puede dar algún resultado, no decimos que no. Pero a la corta y a la larga todos pagamos las consecuencias.
     Y lo cierto es que cada vez que hablan tanto el ministro de economía, o la presidenta o el jefe de gabinete, lo hacen para encender el proverbial ventilador contra el que se cruce en su camino. O en su defecto para anunciarnos nuevos planes de ayuda para sectores que han caído en desgracia como consecuencia de las políticas oficiales. Para el sector inmobiliario, los CEDINES producto del inconcebible blanqueo de capitales (o sea, del delito), para el sector automotor, el plan “procreauto”. Para el sector energético, los insólitos tarifazos que ponen los pelos de punta al más tranquilo de nuestros congéneres. 
     Y claro, como resulta que los precios de los bienes y los servicios, fijados en una moneda que pierde valor de manera ostensible como es el peso, suben y suben, entonces ahora el secretario de comercio se meterá con sus equipos en las empresas  para analizar cómo es que los precios suben, porque parece que no terminara (o empezara a) de entender que en verdad suben en la moneda local, porque la moneda local pierde su valor. Como sube el dólar, como sube la nafta, como sube el gas, como sube la presión tributaria, como suben los peajes.
    Lamentablemente no existen indicios de que se haya tomado nota de cuál es el problema central.  Se sigue en la búsqueda de culpables, de conspiradores, de demoníacos intentos desestabilizadores.
   El presupuesto nacional para el año 2014 prevé un crecimiento del PBI del 6,2%. Una inflación del 9,9% y un dólar a fin de año en torno de los $ 6,33. ¿Hace falta algo más para comprender la realidad en la que estamos moviéndonos? Más allá de las chicanas políticas, lo cierto es que prácticamente todos los profesionales de la economía (opositores o neutros respecto del gobierno), sostuvieron en su momento que tal presupuesto era incumplible. La señora presidenta y en especial su ministro de economía lanzaron hacia los profesionales todo tipo de improperios. Porque parece que en esta bendita tierra no fuera posible disentir sin estar interesado en que todo salga  mal.
    Una vez más la realidad se encarga de poner las cosas en su lugar. Y también una vez más, en esa reiteración de las vueltas de tuerca, el gobierno emprende el camino  errado.
     Y lo más triste es que el camino elegido acelera los males, los acentúa, los agrava. Ser escépticos ante este cuadro nos parece bastante más que lógico.
      Es imprescindible que el gobierno se conecte con la realidad. Que de una buena vez intente establecer un plan de acción que permita ordenar las cuentas públicas y bajar la emisión de moneda.  Es indispensable incluso para evitar situaciones más graves. No parece que eso esté por ocurrir, lamentablemente.

    

HÉCTOR BLAS TRILLO                                                      Buenos Aires,  6 de setiembre de 2014



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