Segunda
Opinión
En economía se puede hacer
cualquier cosa, menos evitar las consecuencias…
John Maynard Keynes.
John Maynard Keynes.
Si tenemos que resumir lo
ocurrido en la Argentina desde que el matrimonio Kirchner tomó el poder en el
año 2003, podemos decir que prácticamente toda la política económica se ha
basado en el voluntarismo y el intervencionismo.
Y si queremos analizar qué
ocurre en estos momentos en los que la situación se ha deteriorado
ostensiblemente, podemos fácilmente comprobar que lo que el gobierno nos
propone para resolver la enorme cantidad de problemas que ha generado el
voluntarismo y el intervencionismo, es más voluntarismo y más intervencionismo.
Cuando estalló la crisis a fines de 2001 y comienzos de 2002, nadie pareció demasiado
proclive a aceptar que lo que nos llevó a eso fue el control cambiario bajo la
forma de la convertibilidad que estuvo vigente durante una década. Desde
entonces y hasta ahora, se nos dijo que aquella tragedia que terminó con el
gobierno constitucional de Fernando de la Rúa tenía su razón de ser en el jamás
definido “neoliberalismo”. Incluso en estos días, cada vez que tiene
oportunidad, el ministro Kicillof nos recuerda con el dedo índice levantado que fue la perversidad del modelo “neoliberal” la
que nos condujo al desastre, pero que por suerte constituye una etapa superada.
Sin embargo, ni remotamente se
ha superado tal etapa. Tomemos por ejemplo el régimen cambiario. Actualmente
existe desde el año 2011 el llamado cepo, que al igual que la convertibilidad,
o la recordada “tablita” del régimen militar, y también el control ejercido en
tiempos de la “inflación cero” de José Ber Gelbard, basa el funcionamiento del
mercado externo en un estricto control del cambio.
La verdad es que todos los
gobiernos en las últimas décadas han recurrido al control del cambio para
intentar frenar la presión inflacionaria. Y la verdad también es que la presión
inflacionaria fue y es producto de la emisión espuria de moneda, consecuencia
del exceso de gasto público votado una y
otra vez, todos los años, por los legisladores nacionales y
provinciales, sin solución de continuidad y sin un mísero atisbo de mea culpa.
Como solemos decir, excede el
marco de un comentario de este tipo hacer un racconto de todo lo ocurrido en
tantos años. Pero es cierto y comprobable que prácticamente en ningún momento
de los últimos 60 o 70 años la economía funcionó con un esquema de cambio
libre.
El control cambiario, lo mismo
que todos los controles de precios, está dirigido a frenar la suba natural de
la cotización. Y frenar la suba de la cotización produce efectos. Se hace
barato importar, y no se obtiene un beneficio adecuado al exportar. O peor aún,
se encarecen las exportaciones por lo cual quedamos raleados por no tener un
tipo de cambio competitivo.
Porque en definitiva, vivir en
un esquema inflacionario como en el que hemos vivido tantos años, tiene un
costo enorme, deteriora la calidad de vida, y nos sume en el atraso comparativo
incluso con los países vecinos.
Para redondear el concepto,
digamos que en los tiempos de la convertibilidad no se emitía moneda de manera
espuria (sin respaldo) para financiar el incremento del gasto. Lo que se hacía
era emitir moneda contra el ingreso de divisas provenientes de créditos
externos. Por eso la deuda creció exponencialmente. Y finalmente, como eso tampoco alcanzó,
aparecieron las cuasimonedas.
Qué está ocurriendo hoy,
entonces. El gobierno se encuentra ante una inflación creciente, un tipo de
cambio que se atrasa rápidamente pese a la gran devaluación de enero pasado, y
un desorden monumental en las cuentas públicas.
Y qué se hace para corregir todo
esto. Se multiplican los controles, se votan leyes autoritarias de control de
precios, costos, utilidades, márgenes, y toda la caterva de intervenciones en
las empresas. Todo lo cual intenta corregir las consecuencias sin atacar las
causas del problema.
Podríamos agregar el tema no
resuelto de los holdouts, pero no queremos desviarnos de la cuestión local, que
a nuestro modo de ver es determinante. Porque la verdad es que también el fallo
de la justicia norteamericana, es una consecuencia de las políticas económicas
llevadas adelante por los gobiernos argentinos.
Si acercamos un poco la lupa para
ver bien qué ocurre, podemos observar
que tanto la presidenta, como el jefe de gabinete, o el ministro de economía,
vuelven una y otra vez sobre supuestas conspiraciones, absurdos entramados
antidemocráticos u oscuros intereses subalternos y antiargentinos.
No existe en los discursos oficiales la palabra
“inflación”. No se conoce una sola medida para intentar frenar el flagelo, a
menos que se pretenda que aplicar “precios cuidados” es una política
antiinflacionaria.
Se produce claramente una
desconexión flagrante entre las medidas que toma el gobierno y las
consecuencias de tales medidas. La idea general sería que todo lo que se hace
desde el gobierno apunta a disciplinar a los distintos factores económicos para
alcanzar el objetivo de mejorar las cosas; cosa que no ocurre porque todo el mundo parece oponerse a ello.
Se vuelve una y otra vez con
la idea de que mientras por un lado las
empresas se llevan la plata “con pala”, ahora parece que, en un acto de
masoquismo incomprensible, han decidido boicotear al mismo gobierno que les ha
permitido tamaños beneficios.
Días pasados el ministro Kicillof
se ha referido al “mundo en crisis” como disparador del daño sobre la economía
argentina. Pero hete aquí que los indicadores no muestran que el mundo esté en
crisis. Y en el área latinoamericana los únicos dos países que tienen caída en
el producto bruto interno son la Argentina y Venezuela.
Pero aún en el caso de que el
mundo entero estuviera en una crisis o lo que fuera; es francamente irritante
que este ministro no tome nota de lo que están haciendo con la política
económica él y su gobierno.
La retórica según la cual somos
todos perversos menos quienes nos gobiernan puede dar algún resultado, no
decimos que no. Pero a la corta y a la larga todos pagamos las consecuencias.
Y lo cierto es que cada vez que
hablan tanto el ministro de economía, o la presidenta o el jefe de gabinete, lo
hacen para encender el proverbial ventilador contra el que se cruce en su camino.
O en su defecto para anunciarnos nuevos planes de ayuda para sectores que han
caído en desgracia como consecuencia de las políticas oficiales. Para el sector
inmobiliario, los CEDINES producto del inconcebible blanqueo de capitales (o
sea, del delito), para el sector automotor, el plan “procreauto”. Para el
sector energético, los insólitos tarifazos que ponen los pelos de punta al más
tranquilo de nuestros congéneres.
Y claro, como resulta que los
precios de los bienes y los servicios, fijados en una moneda que pierde valor
de manera ostensible como es el peso, suben y suben, entonces ahora el
secretario de comercio se meterá con sus equipos en las empresas para analizar cómo es que los precios suben,
porque parece que no terminara (o empezara a) de entender que en verdad suben
en la moneda local, porque la moneda local pierde su valor. Como sube el dólar,
como sube la nafta, como sube el gas, como sube la presión tributaria, como
suben los peajes.
Lamentablemente no existen
indicios de que se haya tomado nota de cuál es el problema central. Se sigue en la búsqueda de culpables, de
conspiradores, de demoníacos intentos desestabilizadores.
El presupuesto nacional para el
año 2014 prevé un crecimiento del PBI del 6,2%. Una inflación del 9,9% y un
dólar a fin de año en torno de los $ 6,33. ¿Hace falta algo más para comprender
la realidad en la que estamos moviéndonos? Más allá de las chicanas políticas,
lo cierto es que prácticamente todos los profesionales de la economía
(opositores o neutros respecto del gobierno), sostuvieron en su momento que tal
presupuesto era incumplible. La señora presidenta y en especial su ministro de
economía lanzaron hacia los profesionales todo tipo de improperios. Porque
parece que en esta bendita tierra no fuera posible disentir sin estar
interesado en que todo salga mal.
Una vez más la realidad se
encarga de poner las cosas en su lugar. Y también una vez más, en esa
reiteración de las vueltas de tuerca, el gobierno emprende el camino errado.
Y lo más triste es que el camino
elegido acelera los males, los acentúa, los agrava. Ser escépticos ante este
cuadro nos parece bastante más que lógico.
Es imprescindible que el
gobierno se conecte con la realidad. Que de una buena vez intente establecer un
plan de acción que permita ordenar las cuentas públicas y bajar la emisión de
moneda. Es indispensable incluso para
evitar situaciones más graves. No parece que eso esté por ocurrir,
lamentablemente.
HÉCTOR
BLAS TRILLO Buenos Aires, 6 de setiembre de 2014
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