El Ágora
EL ELOGIO DE LA GANANCIA
“¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para
producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga
sombra”. (Juan Bautista Alberdi)
No creo que existan dudas
sobre las bondades últimas de la ganancia. En cualquier orden de la vida.
Todos nosotros cuando nos
dedicamos a cualquier actividad pretendemos con ello ganar. También queremos
que gane nuestro equipo favorito. Que gane nuestro país en el campo
internacional. Que ganen nuestros estudiantes en las pruebas de matemática o lo
que fuera. Siempre la aspiración es la de ganar y, a lo sumo, la de intentar
ser “buenos perdedores”.
Queremos que gane nuestro
candidato. Queremos que gane un obispo argentino y sea Papa. Queremos que gane
el Balón de Oro nuestro Messi. Queremos ganar.
Pero en materia económica
parece que la ganancia no es una buena cosa. O por lo menos debe ser
cuestionada.
Como la ganancia es imprescindible
y es la base de cualquier actividad que se emprenda, ciertos ideólogos
pretenden entonces que tal ganancia no sea “excesiva”. La ganacia debe ser,
entonces, “razonable”. Ahora bien, ¿qué cosa es una ganancia “razonable”? Pues
habrá que preguntarles a tales ideólogos.
Pero más allá de este
verdadero sofisma, cabe preguntarse por qué razón en materia económica la
ganancia es cuestionada. Puesta sobre el tapete, digamos. La respuesta es
bastante sencilla: se considera en términos siempre ideológicos que si algunos
ganan mucho, el resto de la población se perjudica. Pero resulta que todos
queremos ganar mucho.
Incluso queremos ganar mucho
si dejamos de lado el plano estrictamente económico. Incluso si nos pasamos al plano espiritual.
Queremos ganar hasta cuando ayudamos al prójimo. Queremos ganar según nuestras
creencias religiosas, queremos ganar porque alimentamos nuestro ego, queremos
ganar porque nos sentimos mejor con nosotros mismos cuando alguien nos agradece
que lo hayamos ayudado. Incluso queremos ganar cuando ayudamos de incógnito,
porque en tal caso probablemente nuestra intención sea la de hacer méritos para
ganar la vida eterna. Es crudo decirlo, pero es así.
Pero, mantengámonos dentro del
plano material, que es lo que nos ocupa. Una empresa exitosa gana mucho dinero
porque su producto es adquirido por gran cantidad de personas que más o menos
libremente están dispuestas a pagar lo que se exige por tal producto. Las
personas eligen pagar por ello en lugar de destinar el dinero con el que
pudieran contar a otra cosa.
Empecemos entonces por decir que
no existe tal cosa como una ganancia “excesiva”, sino una ganancia que está
acorde con el precio que la gente está dispuesta a pagar. Esto más allá de la
incertidumbre que genera el hecho de que quienes critican algún
“exceso” de ganancia serán los encargados de determinar según sus criterios y preferencias, qué cosa es una ganancia “justa”.
“exceso” de ganancia serán los encargados de determinar según sus criterios y preferencias, qué cosa es una ganancia “justa”.
Las empresas o las personas que, en
razón de su inventiva y su capacidad ganan mucho dinero, no lo guardan en un
tesoro al estilo del Tío Rico de la historieta, sino que lo depositan en bancos
y por lo tanto tal dinero es luego prestado para que otras personas dispongan
de él para realizar inversiones y llevar adelante otros emprendimientos. Pero
también, parte de ese dinero ganado, las propias empresas exitosas lo destinan
a mejorar su propia productividad, inventiva y creatividad. Es decir que ganar
dinero es beneficioso por donde se lo mire. Y además, es prueba clara del
éxito.
Desde hace ya demasiados años, la
mayoría de los gobiernos gravan con algún tipo de impuesto prácticamente todas
las ganancias. Se basan en la llamada
“capacidad contributiva” y también en la necesidad de “distribuir” la riqueza.
La argumentación es en cierto modo curiosa. Es cierto que quienes más ganan
tienen más capacidad contributiva. Pero no lo es que deban pagar más que
proporcionalmente el impuesto, como ocurre en muchos lugares del mundo. La llamada
“progresividad” castiga al éxito más todavía, y por lo tanto desalienta el
desarrollo tecnológico y la mejora de la productividad, en detrimento de los
consumidores y de la ciencia y técnica en general. El “distribucionismo” de la
riqueza, por su parte, es una entelequia que consiste en prescindir del
esfuerzo de cada uno por vivir mejor, y reemplazarlo por la “ayuda” del Estado
que se ocupa de atender las necesidades sin evaluar si tal esfuerzo puede o no
llevarse a cabo. Dicho de otro modo: mucha gente puede tener problemas
económicos y debe ser ayudada, pero esta ayuda debería consistir no en evitar
que deba esforzarse de por vida otorgándole subsidios o “asignaciones”, sino en
lograr que se incorpore al mercado laboral y obtenga sus ingresos por su propio
esfuerzo y capacidad.
Si observamos esta cuestión desde el
punto de vista tributario, veremos que los gobiernos establecen regímenes de promoción de
inversiones mediante el recurso de bajar las tasas del impuesto a las
ganancias, permitiendo deducir el dinero reinvertido en maquinarias o con el
sistema de “amortización acelerada” que significa enviar como gasto de manera
muy rápida el dinero invertido en maquinarias y equipos de trabajo. En otras
palabras: bajando la tasa de gravabilidad del impuesto, ya sea no computando
las ganancias como tales, o permitiendo deducir como gasto rápidamente el
dinero invertido.
Esto y confesar que el impuesto a las
ganancias atenta contra la formación de capitales y por lo tanto es perjudicial
para la economía en su conjunto es una sola cosa. Cabe entonces preguntarse por
qué razón se sostiene como políticamente
correcto lo contrario.
Siempre es importante observar cuál es
el circuito que lleva adelante el dinero ganado para poder comprender todavía
mejor lo que estamos diciendo.
Si mi empresa gana mucho dinero, tal
dinero va sin duda a la inversión, al consumo o al sistema bancario. Tanto en
el primero como en el segundo caso, es obvio que favorece la mayor inversión
primero en forma directa, y segundo para abastecer a la mayor demanda para
consumo. Y en el tercer caso, el dinero va al banco para ser prestado a
inversionistas. Incluso quienes ganando
dinero lo destinan a los llamados “bienes suntuarios” favorecen el desarrollo
de la economía. Si bien esto es obvio vale la pena recalcarlo, para ahuyentar
prejuicios. Quienes gastan su dinero en bienes considerados de lujo, dan
trabajo y recursos a quienes producen tales bienes y a los trabajadores de las
empresas que se dedican a tales rubros.
En todo este razonamiento no estamos
incluyendo salidas de dinero del país, operatoria en negro y demás. Y no lo
hacemos no porque seamos ciegos, sino porque consideramos que no alteran el
panorama de fondo de nuestro razonamiento.
La salida de dinero del país es
consecuencia básicamente de la falta de seguridad jurídica, eso lo sabe todo el
que quiera saberlo. Ese dinero, que por ejemplo va a un banco suizo, posibilita
que tal banco lo preste para que algún inversionista en algún lugar del mundo
lleve adelante sus emprendimientos. La operatoria en negro, es decir la que no
paga impuestos porque se maneja de manera informal, entra dentro del mismo
razonamiento que venimos empleando. Una
persona que produce y vende en negro, hace exactamente lo mismo que quien
produce y vende en blanco, sólo que evade los impuestos. Y cabe decir que la
operatoria en negro, que está fundamentada en diversas razones, tiene como
causa principal justamente la presión tributaria, que hace que sea imposible
operar al 100% en blanco. Hasta el propio Estado tiene millones de
“contratados”, es decir empleados en relación de dependencia que son
registrados como monotributistas para no pagar las cargas sociales o el
aguinaldo. Y también la indemnización por despido. Es decir, empleados en
negro. O en gris, si se prefiere.
No es la intención de este comentario
avanzar sobre cuál sería un mejor sistema tributario para un país, aunque
tenemos desde hace muchos años nuestra opinión formada y fundamentada. Sí la de
señalar que las ganancias son la consecuencia del éxito . Y tal éxito, si se da
en un sistema donde funciona el Estado
de Derecho, se respeta el derecho de propiedad y el sistema económico es lo
suficientemente libre, el desarrollo y el mayor bienestar de la población en un
corto lapso. Siendo esto es así, atacar
las ganancias es equivalente a demorar o directamente extinguir las
posibilidades de crecimiento, de llevar adelante el círculo virtuoso del
llamado “capitalismo”, que en realidad no es otro que el de permitir que la
iniciativa privada desarrolle su inventiva, su creatividad, y reciba su premio
tal y como corresponde.
Digamos finalmente que cuando hablamos
de atacar las ganancias estamos refiriéndonos a las arbitrariedades, a los
intentos de poner topes, a la progresividad de los impuestos sobre las
ganancias de las empresas, a todo aquello que viole los principios de libertad,
de equidad y de igualdad ante la ley. No nos gusta que se graven las ganancias,
pero no nos oponemos a ello, en tanto y en cuanto se respeten tales principios.
No será lo ideal, pero por lo menos que sea equitativo.
Buenos Aires, 19 de diciembre de
2015 HÉCTOR
BLAS TRILLO
www.hectortrillo.com.ar
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