Segunda
Opinión
ACTUALIDAD
ECONÓMICA: PARTE
DE LA SITUACIÓN
Analizar
en su conjunto la actual coyuntura económica puede dar lugar
a una larga
enumeración de pros y contras, con el riesgo de producir
tedio en quienes nos
leen. Por eso, nos limitaremos a comentar algunos aspectos
que consideramos
preponderantes.
La
situación económica está
complicada. En poco tiempo se han producido cerca de 100.000
despidos, los
indicadores de producción y de consumo están cayendo, y en
general la
retracción es un dato que nadie puede soslayar. Todo el mundo
sabe que buena
parte de los problemas son una obvia consecuencia del desastre
en las cuentas
públicas heredado. Inflación,
cepo
cambiario, aislamiento económico del mundo, y un inmenso
aparato de corrupción
constituyen el eje indiscutido de una situación explosiva. Las
nuevas
autoridades están intentando encauzar las cosas sin perder de
vista la
necesidad de ganar espacio político con vistas a las
elecciones de medio
término del año que viene. Tenemos que señalar que un país con
un 30% de
pobreza en diciembre, lleno de villas de emergencia y con casi
la mitad de la
población recibiendo alguna forma de subsidio directo no es un
panorama del que
se sale fácilmente por más buenas intenciones que pudieran
tenerse. La reforma
debe ser muy profunda, y para que sea duradera, debe basarse
en principios
económicos sólidos, y no en artilugios monetarios a los que
estamos tan
acostumbrados los argentinos. Intentando ser lo más neutrales
posible en este
análisis, empecemos por señalar que la situación no es tan
diferente a la
acontecida durante el año 2014, año en el cual la inflación
tocó casi el 40% y
hubo una caída del PBI del orden de los 2 puntos. Sin embargo,
la sensación
general es que estamos peor, y ese dato es imposible dejarlo
de lado al
intentar vislumbrar las consecuencias políticas. El gobierno, que arrancó
con una clara
política de reinserción en el mundo, con una salida ordenada
del cepo cambiario
y con un acuerdo razonable con los “holdouts” que permitió
salir del default,
cometió serios errores en los necesarios ajustes de tarifas de
servicios
públicos, con elementales faltas jurídicas que dieron lugar a
reclamos a los que la
Justicia ha hecho lugar, ello
aparte de la marcha atrás del propio gobierno en lo que
respecta a las tarifas
de gas, en las que se pretendió aplicar un tope del 400% de
incremento. Medida
ésta última más que insólita, porque posibilitaría que quienes
consumen mucho,
puedan consumir todo cuanto deseen sin sufrir incrementos
adicionales.
Se
nota así la
improvisación, la falta de rigor y la increíble falla
administrativa de no
asegurarse, mediante cálculos previos, cuál sería el resultado
final en la
facturación.
Bien,
pero esto ya ha
ocurrido y es obvio que la paralización de los ajustes
tarifarios obliga al
gobierno a sostener los subsidios a las empresas
distribuidoras, con el
consiguiente mantenimiento, e incluso incremento, del déficit
fiscal. El
objetivo de bajar la inflación es muy loable, y es también
indispensable, pero
se logra esencialmente bajando el déficit y la emisión de
moneda, lo cual se
contrapone con la paralización del ajuste de las tarifas, y
también con la
necesaria adecuación de subsidios directos a millones de
personas, en especial
a los jubilados, a los que el gobierno anterior les negó una y
mil veces sus
derechos. La quita de
retenciones a las
exportaciones (excepto a la soja) la mejora del mínimo no
imponible en el
impuesto a las ganancias, la devolución del 15% del IVA a los
jubilados con la
mínima y otras medidas por el estilo, han producido una merma
en la recaudación
fiscal, que se ve a su vez afectada por la retracción de la
economía. Para
colmo con el panorama brasileño tan complicado como está y que
afecta
especialmente a nuestra industria automotriz.
El
gobierno intenta reactivar
la obra pública (que estaba virtualmente paralizada), lo cual
redundará en una
recuperación del nivel de empleo en la construcción, que es
una de las
actividades más afectadas. También intenta atraer inversiones
externas y toma
medidas como el nuevo blanqueo de capitales o la moratoria
impositiva
intentando de este modo cambiar el curso de la situación. Ha
logrado algunas
buenas formas de financiación y también de ahorro de gasto
público que
disminuyeron la emisión monetaria, dando un respiro y
posibilitando en su
conjunto que al menos en los próximos meses aumente la demanda
de trabajo al
mismo tiempo que tienda a bajar la tasa de inflación. Un
objetivo en sí mismo
muy difícil, dado que ambas cuestiones operan como fuerzas
contrapuestas.
La
mejora del llamado riesgo
país y la llegada en pocos días de una misión del FMI para
volver a auditar las
cuentas generan una mayor confianza internacional y por lo
tanto bajan las
tasas de interés en dólares de manera considerable.
Lo
que podemos decir, en
conjunto, es que no estamos ni de lejos en el mejor de los
mundos, pero que las
perspectivas pueden ser buenas, o al menos bastante mejores de
lo que muchos
analistas hoy por hoy esperan.
En
nuestra opinión, sin
embargo, la heterodoxia, siempre abre nuevos flancos y genera
nuevas
incertidumbres. Nada es gratis en economía. Lo que no pagan
unos, lo pagan
otros. Tal heterodoxia, a su vez, parece un tanto
desarticulada, carente de un
plan de acción general, de un programa claro y concreto. Los
distintos factores
que operan en la economía de un país, necesitan un horizonte
lo más claro
posible. La tendencia ayuda, pero es apenas una de las teclas
que hay que
tocar.
La
apertura económica
controlada y limitada, es una buena noticia como tal, pero
habrá que ver si tal
apertura es suficiente. Porque además, hay que analizar qué
pasa con el tipo de
cambio, que en la actual gestión responde al concepto de
“libertad
administrada”. Es decir, libre pero…La mayor competencia es
indispensable pero
al mismo tiempo es preciso reformular la función del Estado,
hoy en día
desmadrada y con un empleo público en virtual descontrol.
En
estos días se observa un
tipo de cambio que para muchos analistas está atrasado. La
medida de las cosas
en este caso es lo cara que está la Argentina respecto de
otros países de la
región, o de los EEUU e incluso de la mismísima Europa. Si la
Argentina está
cara, parte será producto de la ineficiencia administrativa,
sin duda, parte
del atraso tecnológico relativo, y parte del atraso cambiario.
Nada difícil de
ver.
Trazando una metáfora muy
simple, podríamos
decir que el país está intentando un aterrizaje suave, pero
todavía no parecen
estar a la vista ni pista ni la torre de control del
aeropuerto.
La
política fiscal es
expansiva. Se licitan nuevas obras, si restituyen fondos a las
provincias tras
un acuerdo para la devolución del famoso 15% adeudado desde
2006 por un
capricho de la anterior gestión, se pagan los juicios a los
jubilados y se
busca la baja de la presión tributaria con reducciones en
impuestos a las
ganancias, ganancia mínima presunta y sobre los bienes
personales. Siempre debe
existir un delicado equilibrio entre la expansión, que
incrementa la demanda de
bienes y servicios, y la provisión de tales bienes y
servicios. De lo
contrario, cualquier expansión puede desatar presiones
inflacionarias. Por su
parte, el BCRA baja lentamente la tasa de interés que paga por
las Lebacs, que
de casi el 40% a comienzos del año, ahora se acerca al 30%.
Habrá que ver qué
pasa con el tipo de cambio, que hasta ahora viene demasiado
quieto si tenemos
en cuenta la inflación que ha ido acumulándose, y por lo tanto
atrasándose.
En
definitiva, tenemos un
panorama no lo suficientemente claro, pero con una tendencia
favorable en el
marco de una situación política nada sencilla. La coalición
gobernante sufre
los embates de sectores afines al gobierno precedente, se ve
obligada a hacer
concesiones no siempre justificadas económicamente (incluso
jurídicamente), y
la demanda de la sociedad es tan necesaria como justificada.
Los
próximos meses dirán si las
cosas siguen encaminándose. Pero sin ninguna duda el camino ha
de ser largo y
sinuoso.
HÉCTOR BLAS TRILLO
Buenos Aires, 8 de agosto de 2016
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