Ecotributaria
INFLACIÓN: CAUSAS Y
CONSECUENCIAS
Debido a
que el índice de precios al consumidor de diciembre arrojó
el 3,1% de
incremento según el INDEC ha vuelto a la primera plana de
los diarios el tema
de la inflación. A esto se le suma la conferencia de prensa
del gobierno
nacional ajustando las pautas para el año próximo a pocas
horas de haber
aprobado el presupuesto nacional.
Una vez más las organizaciones de defensa de los
consumidores han salido
a la palestra exigiendo que se apliquen controles a lo que
denominan “empresas
formadoras de precios”.
Parece mentira que con tanta agua que ha corrido debajo
de los puentes a
lo largo de por lo menos 70 años, se siga insistiendo en
encontrar culpables
donde no existen y soluciones mágicas que han demostrado desde
los tiempos de
Diocleciano en el siglo IV, que no sirven sino para producir
escasez, mercados
negros y la consabida utilización de recursos tales como hacer
envases con
menos cantidad o con adicionales “Premium” para poder ajustar
los precios de
acuerdo con la pérdida de valor de la moneda.
Desde que tenemos uso de razón, hace de esto ya
demasiados años, hemos
visto “campañas de abaratamiento”, “listas de precios
máximos”, “controles de
las ganancias de las empresas”, necesidad de pedidos de
permiso para “ajustar
precios”, vedas, planes del tipo “mirar para cuidar”, o el
todavía vigente
“precios cuidados”, prohibiciones de importar o de exportar
como hizo el
anterior gobierno, subsidios a determinados productos,
“tarifas sociales”,
congelamientos de precios,
“treguas” por 120 días y así hasta el infinito. Y el problema de la inflación no se ha resuelto jamás.
“treguas” por 120 días y así hasta el infinito. Y el problema de la inflación no se ha resuelto jamás.
Entre fines de 1969 y comienzos del año 1992, la moneda
argentina perdió
13 ceros. Esto significa que un peso actual equivale a 10
billones de pesos del
año 1969 (10.000.000.000.000). Pero esto ocurrió en solamente
21 años. Asignar
esta espeluznante pérdida de valor a “formadores de precios”,
“comerciantes
angurrientos”, “empresarios inescrupulosos” y similares ha
sido la filípica de
la inmensa mayoría de los políticos, que jamás han terminado
de asumir y decir
públicamente que la inflación es un fenómeno monetario y que
el responsable de
ella es el Estado, ya que es el único que tiene la facultad de
emitir billetes.
La emisión de billetes sin el correspondiente crecimiento de
la economía
produce la pérdida de valor de la moneda, y ésta es la causa
de la inflación.
El Estado llegó a tener a fines del año 2015 un déficit
fiscal superior
a los 7 puntos del Producto Bruto, esto equivale a unos 45.000
millones de
dólares, que a pesos de hoy, tomando un dólar de $ 19.-
equivale a $ 855.000
millones. Estas increíbles cifras en teoría han sido reducidas
en los dos años
del nuevo gobierno, pero no tanto como fuera menester. Con
todo, sea como sea,
el déficit debe ser financiado. El Estado tiene tres maneras
de financiarlo; se
endeuda, emite moneda sin respaldo, o aumenta los impuestos.
Este es el problema que tiene el país. Acá hay que
atacar las causas y
no las consecuencias de una buena vez. Uno no sabe a estas
alturas si quienes
repiten las mismas “soluciones” que tanto daño han hecho,
saben que esto es así
o realmente creen que son los empresarios o las “grandes
cadenas de
supermercados” y monstruos similares los que consiguieron
hacerle perder 13
ceros a la moneda nacional en sólo 21 años.
Hay un punto que no por explicado en estas columnas
vuelve a ser
necesario reiterar. Cuando los precios se congelan se produce
la llamada
“inflación reprimida”. Cuando el Estado impide que los precios
suban (porque la
moneda pierde valor), la situación puede representarse como
una olla de
presión. El vapor se acumula dentro de ella hasta que
finalmente estalla. Eso
pasó con el “rodrigazo”, pasó con el “plan austral”, pasó con
la
“convertibilidad” y en menor medida pasó con la salida del
“cepo
cambiario”. Esto por
citar sólo algunos
ejemplos, hay muchos otros, de mayor o menor envergadura a lo
largo de la
historia reciente.
También es importante señalar que lo que comúnmente
todo el mundo llama
“índice de inflación” es en realidad un “índice de precios al
consumidor”. Es
decir es un índice que va indicando la suba de los precios
promedios ponderados
según la escala de consumos media de los consumidores. De tal
forma, cuando
ciertas tarifas (como por ejemplo el transporte) son
subsidiadas por el Estado,
el incremento en los precios es cubierto mediante recursos
fiscales. De tal
manera, un boleto de ómnibus, que por ejemplo vale $ 6 y no
15, no es que no
vale $ 15, sino que la diferencia la pone el Estado. No es un
juego de
palabras. Cuando el Estado decide poner menos subsidio y subir
de golpe el
boleto, esto se refleja en el índice de precios al consumidor
y por eso éste se
incrementa y automáticamente todo el mundo habla de que subió
la inflación. La
inflación ya había subido, señores; el problema está en quién
pagaba antes la
diferencia y quién pretende el gobierno que la pague ahora.
Si analizamos lo ocurrido con los índices de precios al
consumidor, podemos
ver que en 2015 éstos subieron aproximadamente un 28%,
mientras que lo hicieron
un 41% en 2016, y algo menos del 25% en 2017. Esto significa
que al “sincerar”
parcialmente la economía y salir del llamado “cepo cambiario”
(que actuaba como
la olla de presión del caso), muchos precios subieron, lo
mismo que ocurrió al
quitar algunos subsidios total o parcialmente (como tantas
veces lo había
intentado el anterior gobierno sin éxito, cabe recordar). Pero
una vez
acomodadas en parte las variables, los precios comenzaron a
estabilizarse y el
índice de suba bajó a algo más de la mitad en 2017.
Pero acá hay que decir también que esta baja no ha
ocurrido porque se
hubiera reducido sustancialmente el déficit fiscal, sino
porque el nuevo
gobierno decidió endeudarse para emitir menos moneda sin
respaldo y financiar
así el gasto excesivo. También recurrió a altas tasas de
interés en las
llamadas LEBACS, haciendo que los inversionistas prefieran
“quedarse en pesos”
en lugar de ir al dólar.
Tanto el endeudamiento en dólares como las altas tasas
de interés
mantienen atrasado el tipo de cambio, y esa es la razón por la
cual la
gente viaja
masivamente a otros países
para veranear o para comprar ropa y electrodomésticos. Porque
al tipo de cambio
actual es más barato comprar en Chile o en Brasil que en la
Argentina. Ni
hablar en EEUU. Se nos dirá que no es la única causa el tipo
de cambio y es
cierto. También entran en juego la infernal presión tributaria
y otros factores
limitantes. Pero el elemento esencial es el tipo de cambio.
Estamos entonces observando de alguna manera una vez
más una historia
que se repite. Porque
con artilugios
monetarios no se resuelve el problema inflacionario sino que
se tira la
proverbial pelota para adelante.
Buenos Aires,
14 de enero de 2018
HÉCTOR
BLAS TRILLO
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