El Ágora
LA REALIDAD ECONÓMICA
“En economía puede
hacerse cualquier cosa,
menos evitar las consecuencias”
(J.M.Keynes)
No
caben dudas de que la situación económica no es lo crítica que
era en el final
del gobierno de Cristina Fernández. Muchas cosas han cambiado.
No hay “cepo” cambiario. Han desaparecido las DJAI. Se ha quitado el impuesto
a las
exportaciones, con la excepción de la soja, y en general se ha
intentado una
tímida reforma tributaria con la intención de ir bajando la
presión que ejercen
los impuestos sobre toda la comunidad.
Pero ni de lejos esto es suficiente para corregir
décadas de populismo
que finalmente dejaron un 30% de la población bajo la línea de
pobreza en medio de
una degradación monumental del nivel
de vida medio de la población.
La
economía argentina es una de las más cerradas del mundo. Aún
hoy.
Se
habla de “gradualismo”. Se
dice que se
ha optado por ir avanzando paso a paso, tal vez siguiendo las
enseñanzas de “Mostaza”
Merlo. Es natural que
un golpe de timón
total y definitivo hubiera dejado un tendal. También lo es que
se cometan
errores o que el mercado internacional no acompañe en la
medida en que se
espera.
Pero,
de una manera o de otra, cuando nos encontramos en el dilema
de que avanzar en
una dirección genera reacciones desagradables y no hacerlo
también; quienes gobiernan
deben tener en cuenta ambas caras de la realidad y comprender
que aquello del “aterrizaje
suave” puede resultar mucho más grave que bajar a la tierra de
una buena vez
cueste lo que cueste.
Hoy
por hoy, para no adentrarnos en números que sólo sirven para
marear más al
lector, la realidad económica indica que tenemos un stock de
Lebacs que supera
largamente los 60.000 millones de dólares al cambio actual.
Mientras tanto la
deuda externa crece en torno de unos 40.000 millones de
dólares por año. Las
tasas de interés que regula el Banco
Central a través de tales Lebacs se encuentra en torno del
27%, mientras la
inflación esperada es del 15% según la “recalibración”
anunciada. Al mismo
tiempo, la reforma tributaria no deja de ser un inmenso
parche, la reforma
previsional ha generado innúmeros dolores de cabeza, la
reforma laboral viene
postergadísima y el decreto de necesidad y urgencia que
pretende la “desburocratización”
del Estado navega en un mar de dudas y contradicciones.
Nada esto es peor que el
rumbo en el que
veníamos, pero no deja de ser un rumbo que fácilmente puede
llevarnos al
iceberg sin pena ni gloria.
Muchos se preguntan por qué no llegan inversiones
externas a estas
playas de la manera que se esperaba que lo hicieran. Sesudos
analistas se
encargan de desmenuzar las excelentes relaciones que mantiene
el gobierno con
las principales potencias y el buen recibimiento que el
presidente Macri tiene
cada vez que sale en alguna gira.
Y la
verdad de esta historia es que las principales variables que
hacen a la marcha
política económica muestran densos nubarrones.
No
es sostenible en el tiempo una tasa de interés de 27% con una
inflación
esperada de un 15%. Pretender que el país pueda pagar tasas
del 12% en dólares
(esa es la diferencia entre 27 y 15%) resulta inconsistente.
Cuando el primer mundo
paga tasas del 1 o 2% y los países de la región andan en torno
del 4%, es fácil
colegir que algo no cierra.
No
hay hoy analista económico o financiero que no espere una tasa
de inflación
para el corriente año inferior al 20%. Eso dejaría el
rendimiento final en
dólares en torno del 7%. Cifras más, cifras menos.
El
gobierno intenta bajar el déficit fiscal, que se encuentra hoy
según datos
oficiales en torno de 4 puntos del PBI.
A eso hay que sumar el llamado déficit cuasifiscal, o
sea el gasto que significa
el pago de los intereses de la deuda interna y externa. A esto
a su vez habría
que sumar el déficit que arrojan las provincias. Si se suma
todo, el déficit
consolidado está en torno de los 9 puntos de PBI, es decir una
cifra cercana a
los 50.000 millones de dólares. Inviable.
Estas
cosas no se arreglan con parches o con anuncios efectistas,
como el de evitar
el nepotismo y el amiguismo en la función pública.
Es
claro que la situación es bien compleja. Años de despilfarro
nos dejaron sin
energía, sin infraestructura, sin mercados (que fueron
perdiéndose por la
estupidez de funcionarios populistas que prohibían hasta la
exportación de
carne procesada, que en la Argentina casi nadie consume), sin
condiciones básicas
para salir del atolladero.
Entre
17 y 20 millones de personas reciben hoy alguna forma de
subsidio directo del
Estado. Planes, pensiones, jubilaciones sin aportes,
asignación universal,
tarifas “sociales” y de mil etcéteras pululan en el andamiaje
supuestamente benefactor.
Cerca
de 3 millones de personas viven hoy en villas de emergencia.
Más del doble de
esa cantidad viven de subsidios estatales y no trabajan. Pero
más grave que
todo esto es que existen al menos 2 generaciones enteras que
han perdido la
cultura del trabajo. Que no están preparadas para trabajar
excepto en
actividades básicas
Visto
así el panorama es bastante desolador. Y
si a esto le sumamos la inmensa corrupción que de por sí
genera el populismo,
tenemos una idea bastante acabada de dónde estamos.
Nadie
tiene la solución mágica para este panorama. Nadie.
Tal vez ni siquiera se
trate de que la
actual coalición gobernante no quiera ir más rápido para
reformar la estructura
corporativa y decadente en que quedó el país, tal vez no sabe
o no puede. O no
quiere porque teme perder nuevas elecciones.
No lo sabemos. A lo mejor es un poco de cada cosa.
La economía está hoy
creciendo. Algunos sectores
mucho más que lo esperado, como la construcción o la industria
automotriz. Pero
el crecimiento es lento en el conjunto. El atraso cambiario
producto de la
intervención en la tasa de interés y las limitaciones en las
importaciones es
un dato desalentador.
Y dicho
atraso cambiario, también provoca el efecto de llevarnos a un
déficit comercial
cercano a los 20.000 millones de dólares. Hasta ahora.
Porque
es el llamado “dólar barato” el que hace que sea conveniente
importar más o
viajar al exterior. Y exportar menos porque los precios, para
algunas
actividades, no resultan rentables.
Pero
esto no ocurre porque sí. Ocurre por el desequilibrio que
genera el intentar
atacar todos los focos a la vez sin remover el avispero, como
se dice
coloquialmente.
Todos
sabemos que bajar drásticamente la tasa de interés provocaría
una suba
inmediata del tipo de cambio. Y que el traslado a los precios
de tal suba sería
una consecuencia que llevaría al propio Estado a emitir más
moneda para cubrir
sus propios gastos, incentivando así la inflación.
Pero,
claro, si para bajar el monumental gasto público quitamos
subsidios, planes y
tarifas “sociales” varios, se produce un colapso de
proporciones tales que
resultaría casi imposible mantener la gobernabilidad. El
llamado “club del
helicóptero” vería así cumplido su objetivo.
Mucho se
dice y más se escribe sobre cómo salir de este verdadero
galimatías. Pero todos
sabemos que la papa caliente que
representa la situación social y económica no es ni de lejos
una cuestión de la
que muchos quieran hacerse cargo.
La panacea
no existe. Sólo cabe intentar avanzar por el sinuoso camino
que implica lograr
acuerdos entre los diversos “espacios” políticos que
posibiliten algún
crecimiento, alguna baja de la tasa de inflación, alguna
corrección del déficit
fiscal y algún logro en materia de inversiones.
Un dato
que no puede dejar de mencionarse es la gran apuesta a la obra
pública que está
haciendo el gobierno. No es un dato menor. Mejorar la calidad
de vida de una
vasta parte de la población con pavimentos, cloacas, rutas,
agua corriente, gas
y ferrocarriles no es poca cosa. Agregar a eso la apertura de
los cielos a
compañías de aviación que vengan a cubrir las necesidades de
transporte de
bienes y de personas a mejores precios no es cosa que debamos
despreciar.
La obra
pública tiene un inmenso costo. Hacen falta recursos para eso.
Genera empleo y
mejora la calidad de vida, como decimos. Sobre todo en los
suburbios de las
grandes ciudades, tan postergados durante más de 70 años.
Esto, a su vez, suma
votos, claro está. Y éste parece ser el camino elegido por
Macri.
El asunto
está en saber si podrá llegarse a buen puerto en medio del
verdadero
tembladeral que significa el desequilibro que someramente
detallamos.
No hay que
olvidar nunca que las correcciones que los gobernantes no
hacen, finalmente
termina haciéndolas el mercado. El odiado mercado. Él será el
que se llevará
una vez más las críticas si todo se desbarranca.
Esperemos que
no. Y que si ocurriera, esperemos que al menos ciertos
analistas hayan
aprendido que los “golpes de mercado” no son otra cosa que la
consecuencia del
desbarajuste económico. Que no se trata de conspiraciones
antipatrióticas como
la misma frase insinúa, sino el resultado de no tomar el toro
por las astas a
su debido tiempo.
Buenos Aires, 3 de febrero
de 2018
HÉCTOR BLAS TRILLO
No hay comentarios.:
Publicar un comentario