El Ágora
OTRA VEZ LA INFLACIÓN
Una vez
más nos referiremos al fenómeno inflacionario, sus causas y
sus efectos. La
reiteración de lugares comunes y frases hechas demuestran
que la falta de conocimientos
y los prejuicios siguen vivitos y coleando desde hace
demasiados años.
La inflación
es un fenómeno
monetario. Esta simple sentencia debería conformar el
subtítulo de cualquier
asignatura en el nivel que fuere que estuviera referida a
temas económicos.
Ya no
importa tanto que se comprendan o
no las causas de la inflación en el gran público. Sería
suficiente con que se
razonara el simple hecho de que si la moneda no existiera, la
inflación
desaparecería de inmediato.
Si se
volviera a la economía de trueque,
si los bienes se cambiaran simplemente unos por otros, sin
mediar documento
alguno, no habría la menor posibilidad de que tales bienes
subieran todos de
precio. Simplemente el mayor valor que pudieran tener unos,
sería la merma en
el valor de otros.
Muy
bien, como la inflación es,
insistimos, consecuencia de la existencia de la moneda, es
importante
conceptualizar el significado de esta última.
Para
decirlo simplemente, la moneda es
una promesa de pago. Es un documento que funciona como un
pagaré. Los mayores
recordarán que hasta los años 50, los billetes contenían
aquella leyenda que
signaba “el Banco Central pagará al portador y a la vista”. Y
más
recientemente, en tiempos de la llamada convertibilidad, la
leyenda era
“convertibles de curso legal”. La referencia era siempre la
misma: que el Banco
Central pagaría, llegado el caso, el valor en metálico en el
primer caso, y en
dólares estadounidenses (o sea en otro pagaré) en el segundo.
Luego
de la crisis de 1929, los billetes
norteamericanos cuentan con una significativa leyenda: “En
Dios confiamos” (In God
we trust), que de tal modo
pretende ratificar la confianza dado que la moneda de papel,
siendo una promesa
de pago, requiere necesariamente de la confianza indispensable
para seguir
teniendo un valor
Hoy en
día la gran mayoría de las monedas
del mundo no tienen otra garantía que no sea la otorgada por
el ordenamiento
jurídico y político de
los países
emisores. La gente
confía en las monedas
y por eso es factible cambiar bienes y propiedades por simples
trozos de papel.
Simplemente todos sabemos que las monedas tienen un valor y
que éste será
reconocido por los demás. Si una catástrofe o una guerra
nuclear sobreviniera,
la moneda se vería afectada de inmediato en su valía.
Toda
esta introducción pretende, como
entendemos que es obvio, explicar qué significa contar con una
moneda de curso
legal a la que se le asigna un valor.
En las
últimas horas se conoció el índice
de precios al consumidor correspondiente al mes de marzo, que
arrojó un 2,3% de
incremento respecto de febrero. Comparando marzo de 2018
contra igual mes de
2017, la tasa de incremento superó el 25%.
Como
siempre ocurre, aparecieron las
explicaciones y los más diversos comentarios intentado
argumentar por qué razón
“la inflación fue tan alta”.
Pero
resulta que el índice de precios al
consumidor no es la inflación si hablamos apropiadamente. Se trata de un índice
elaborado sobre la base
de una ponderación de lo que se entiende es la canasta básica
de un hogar tipo.
Dicho en palabras simples: un índice que parte de una
determinada proporción de
consumo de bienes y servicios en un hogar típico. Qué
porcentaje de los
ingresos se gasta en gas, en comida, bebida, en ropa, en
salud, etc.
Durante
muchos años, a este índice se
le llamaba “costo de vida”. Es decir, cuánto nos cuesta vivir
cada mes con
relación al mes o meses anteriores. O años anteriores.
Las
afirmaciones respecto de que
aumentaron las tarifas de gas o de luz, o aquellas que señalan
el incremento de
los útiles escolares por el comienzo del ciclo lectivo pueden
ser muy
interesantes, pero desde el punto de vista de explicarnos la
inflación no
sirven para nada.
Porque
los precios suben porque hay
inflación, y no al revés. Como
hay
inflación porque pierde valor la moneda, entonces se produce
un incremento de
las unidades pesos que se pagan por cada bien o servicio.
Y esto
no es un simple juego de
palabras. Si nos centramos en las tarifas, todos sabemos que
éstas fueron y
todavía siguen siendo subsidiadas por el Estado. Lo mismo
ocurre con el
transporte público. En términos económicos esto significa que
tales tarifas ya eran
más altas, sólo que era
el Estado el que
pagaba tal incremento y no los consumidores. Por lo tanto, el
ajuste de las
tarifas ha provocado que sean ahora los consumidores y no el
Estado el que
pague tal aumento. Como en el primer caso, el mayor precio no
se refleja en el
índice al consumidor, la suba permanece disimulada. Pero
evidentemente el
precio total que percibe el prestador del servicio, es mayor
que el que paga el
consumidor.
En el
caso de los útiles escolares, éstos
tienen subas estacionales. Lo mismo ocurre con innúmeros
productos, desde
flores hasta pan dulce, huevos de Pascua u hoteles y pasajes
en temporada alta.
Los
productos más demandados
estacionalmente, prácticamente no se venden el resto del año y
por lo tanto sus
precios pegan saltos en temporada de gran demanda. Y esos
saltos incluyen la
inflación acontecida pero que no se había reflejado antes
porque la demanda era
muy baja.
Por lo
tanto no es que la inflación se
acelera o se desacelera según lo que ocurra con las tarifas o
con la demanda
estacional, sino que la inflación ya se había producido, y
cuando la demanda
aumenta, se traslada a los precios. Pero siendo un fenómeno
monetario, la
inflación es producida porque el Estado emite moneda adicional
para enfrentar
el déficit fiscal. La emisión de moneda al no corresponderse
con una mayor
cantidad de bienes y servicios en oferta que sean
proporcionales a tal
incremento, provoca la pérdida de valor de esa moneda y por
consiguiente la
suba de los precios.
Otro
efecto que provoca inflación es la
llamada “velocidad de circulación de la moneda”. Esta
expresión se refiere al
promedio de tiempo que las personas conservan su dinero en sus
bolsillos o
donde sea y no lo gastan. Cuanto más rápido la gente convierte
su dinero en
consumo, más aumenta la demanda y eso provoca
también suba de precios. Generalmente la velocidad de
circulación es
inversamente proporcional a la confianza. Cuanta menor
confianza, más rápido se
desprende la gente del dinero.
La
inflación se combate, en consecuencia,
bajando el déficit fiscal, porque de ese modo deja de emitirse
moneda para financiarlo.
Así, la moneda deja de perder valor, se restaura la confianza,
y disminuye la
velocidad de circulación.
El actual
gobierno también ha recurrido al
endeudamiento como forma de financiación del déficit. Como
podría ocurrir en
cualquier hogar, si el dinero no alcanza y pedimos prestado,
podemos seguir
consumiendo, pero más temprano que tarde, deberemos pagar. Pedir dinero prestado
significa que alguien
deja de consumir para que podamos hacerlo nosotros.
Otro
comentario que hemos oído en estas
horas es el referido a la “cultura inflacionaria”. Ingeniosa
frase que pretende
decirnos que tenemos algo así como un chip incorporado que nos
hace aumentar
los precios siempre más de lo que sería prudente hacerlo. Es
decir, hay que
aumentar los precios, pero menos.
Esta
frase se derrumba a poco que
recordemos que durante los 10 años de la llamada
convertibilidad no había
prácticamente inflación porque nuestra moneda estaba atada al
dólar
norteamericano, que es una moneda fuerte que tiene muy poca
oscilación en
cuanto a su valor. Parece que entonces tal “cultura” simplemente se había
evaporado. Obviamente la
causa es bien clara: al atar el peso al dólar y siendo éste
último una moneda
confiable, adió a la “cultura inflacionaria”.
Hay que
tener en cuenta que los precios
han de aumentar siempre lo que la gente esté dispuesta a pagar
por los bienes y
servicios que se ofrecen. Lo que los profesionales llaman
“convalidación por el
mercado” entre otras denominaciones.
Si los
precios suben más de lo que los
consumidores están dispuestos a pagar, los productos no se
venden. O se venden
mucho menos. Y esto genera sobreoferta y caída de los precios.
También
es muy común oír que los precios
suben porque sube el precio de las materias primas pero luego
si tal precio
baja, igualmente los valores de venta al consumidor quedan más
altos. Esto es
bastante cierto. Pero mucho depende
de la demanda de tales bienes y de la competencia que exista.
La gente se
acostumbra a pagar un valor más alto y lo convalida.
Quien
sube un precio no lo bajará mientras
la demanda sea suficientemente aceptable. Hay que tener en
cuenta que la
economía es una ciencia social y los resultados no son
matemáticos. Oscilan
según el humor de la gente.
Y un
comentario final para las “cadenas de
distribución”, que suelen ser también tomadas como causales de
la inflación.
Las cadenas de distribución no producen inflación. Si son
malas y caras, eso
hace que los productos sean mucho más caros que si tales
cadenas fueran buenas
o mejores. Pero no son causantes de las subas de precios.
Dicho de otro modo:
si no hubiera nada de inflación, igualmente tendríamos
productos a precios
mayores que en países o lugares donde tales cadenas son más
eficientes.
Podemos
ver que en los años de la llamada
convertibilidad, ciertos precios eran muy elevados comparados
con otros países
(por ejemplo los EEUU) pero no por eso subían todos los meses.
Entendemos
que tener en claro el proceso
inflacionario ayuda a quitar fantasmas y a no echar culpas de
manera indebida.
Todos queremos ganar más y vivir mejor. Todos tratamos de
tener el mejor
salario, los mejores honorarios, los mejores precios. Esto es
universal.
Descorrer
el velo a viejos fantasmas
producto de enseñanzas falaces nos sirve para comprender el
fenómeno y facilita
atacar sus causas. No hay que olvidar que la inflación la
produce la política,
para decirlo cortito. Entonces echar la culpa a “formadores de
precios”,
supermercadistas y comerciantes “inescrupulosos” es el deporte
universal de la
política. Poner la culpa en el otro es desde el vamos una luz
amarilla para
cualquiera. Pero la facultad de emitir moneda la tiene
únicamente el Estado. No
debemos olvidar nunca esto.
Buenos Aires,
14 de abril de 2018
HÉCTOR
BLAS TRILLO
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