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domingo, 7 de febrero de 2021

SEGUNDA OPINIÓN: ECONOMÍA, SOLO QUEDA SER ESCÉPTICO

 

Segunda Opinión

ECONOMÍA: SÓLO QUEDA SER ESCÉPTICO

Todo el mundo coincide en que el año 2020 ha sido el peor de nuestras vidas. Un breve repaso de lo ocurrido y las perspectivas para nuestro país tal vez sirva para tomar ciertas precauciones.

 

         La crisis de la economía mundial provocada por la pandemia del nuevo coronavirus representa un panorama gravísimo y fuera de toda discusión en el planeta entero. Nuestro país, cuya economía viene de décadas de ser vapuleada por políticas populistas y contrarias al libre mercado, sufre ahora las consecuencias.

        Por un lado una desgracia natural, que es la enfermedad, y por el otro, la desgracia concebida, producida, elaborada y consumida durante varias décadas con distintos formatos y en diversos grados.

        Una política tributaria que castiga al exitoso, que ahuyenta al capital, que persigue al que gana dinero y que asusta a quien tiene algún tipo de inversión por los permanentes cambios y la proverbial y recurrente falta de respeto institucional que padecemos. Una política monetaria que parece basarse en la creencia de que emitir moneda es emitir riqueza y que si el mercado no se come el caramelo lo que hay que hacer es controlar los precios. Una política cambiaria que pretende obligar a la gente a comprar y vender dólares o cualquier otra moneda dentro de un mercado regulado e irreal, al tiempo que por ley considera un delito penal  cualquier operación cambiaria fuera del sistema, violando claramente el derecho de propiedad.

        Un país que obliga a quien produce y exporta a vender sus dólares al precio que fija el Estado en la moneda que  él mismo crea y reproduce.

         Un país que incrementa los impuestos y aún crea nuevos en medio de una crisis recesiva que no tiene antecedentes en el último siglo por lo menos.

        En la Argentina se congelan precios y tarifas en una moneda que pierde valor a cada minuto.

        Se considera razonable alterar  derechos constitucionales  para favorecer   por ejemplo a los inquilinos a costa de los propietarios.

        Parece que fuera correcto prohibir las exportaciones para favorecer “la mesa de los argentinos” impidiendo a los exportadores disponer de lo que es suyo y comerciar libremente

        Es razonable prohibir despidos para mantener la ocupación.

        Suplantar la ley de quiebras por la de “empresas recuperadas”.

        Congelar y “pesificar” depósitos bancarios. 

        Aplicar restricciones a la compra de moneda extranjera no sólo por “cepos” sino también por haber hecho algún tipo de operación antes de tal aplicación violando el principio de irretroactividad de las leyes.

        Se establecen  límites a la construcción de edificios y viviendas sin indemnización a los afectados.                            

        Se impide la libre competencia en los denominados “servicios públicos”.

        Se limita el derecho de propiedad de la tierra al prohibir disponer del subsuelo.

        Se establecen verdaderas “quintas” donde se prohíbe el acceso libre a otras jurisdicciones. Ni aún pagando un arancel es posible competir con el servicio de taxímetros en Ezeiza, por ejemplo.

        Vivimos en un país donde el capitalismo medianamente libre que existe en el mundo, sufre todo tipo de restricciones, trabas y violaciones de las propias leyes que “reglamentan el ejercicio” constitucional.  Invertir en la Argentina en lo que sea es un riesgo infinitamente superior al que significa invertir en nuestros vecinos (Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile o Brasil) sin ir más lejos.

         Leyes restrictivas del trabajo libre. Sindicatos de afiliación compulsiva. Sistemas de salud que conviven superpuestos. Educación con planes oficiales de estudio obligatorios que incluyen adoctrinamiento y negación de la realidad histórica.

         En la Argentina cualquier actividad puede ser proscripta, perseguida, limitada, considerada contraria a las necesidades del país o lo que sea. Incluso con efecto retroactivo.

          El comercio no está sujeto a los vaivenes del libre mercado o la libre competencia, sino al arbitrio de los funcionarios de turno.

         Desde la esfera política se echan culpas todo el tiempo a empresarios, a comerciantes, a “los ricos” de las distorsiones  y problemas que en realidad produce el intervencionismo estatal.

          Se pretende que los servicios  sean gratuitos, que las empresas ganen “poco”, que el que tuvo algo de éxito “reparta” y que el quiere ahorrar en dólares no pueda.  Se votan leyes que necesitan financiamiento sin contemplar quién será el que financie y cómo.

          Es un país que ha caído en cesación de pagos al menos 9 veces. Que modificó varias veces su signo monetario en apenas 21 años quitándole 13 ceros a la moneda y culpando de semejante realidad a los comerciantes, acaparadores y especuladores, siendo que es el Estado el único que emite la moneda.

          Es un país en el que se otorgan concesiones bajo determinados contratos que luego no se respetan. Donde las empresas pueden ser  confiscadas como pasó con YPF o con las AFJP. Un país donde una ley puede disponer que si un campo se incendia no pueda ser vendido en los siguientes 60 años. Un país donde se aplica un impuesto “a la riqueza” sin que nadie parezca tomar en cuenta que en realidad es un impuesto a los activos y no a los patrimonios.

          Y ni qué hablar de las usurpaciones consentidas y hasta justificadas por funcionarios que aún así siguen en sus cargos.

          Un país donde por ejemplo los piquetes impiden la distribución de mercancías y hasta diarios.

          Un país donde personas encapuchadas y con palos cortan puentes, rutas, avenidas y calles.

          Un país donde un grupo de vándalos destruye la plaza del Congreso y ataca con piedras y hasta un mortero a las autoridades que intentan proteger el Palacio del Gongreso que intenta sancionar una ley que a los vándalos no les gusta.

          Un país donde un senador nacional CONSIENTE y justifica el ataque al Congreso y hasta la golpiza a un periodista por el medio en el que trabaja.

          Y así podríamos seguir todo el día. Incluso mechar con diversos aspectos de la política, del clientelismo, del nepotismo y de las corporaciones económicas, religiosas y profesionales. Pero entendemos que para trazar un panorama es suficiente.

         La decadencia de la Argentina en los últimos 80 años tiene esta impronta que a vuelapluma intentamos recorrer.

         Ninguna inversión es factible en un marco de referencia semejante. No sólo por lo que ha sido y es. Sino por lo que claramente podemos esperar que será.  Porque la tendencia es a empeorar las cosas.

         Nuevas leyes, nuevas resoluciones, nuevas decisiones avanzan cada vez más sobre la libertad de producir y disponer de los bienes y servicios. La burocracia se enseñorea cada día más con reglamentaciones absurdas. Se entorpece el comercio. Se dificulta y encarece cualquier actividad que nuevas gabelas de todo tipo y color.

         Hoy en día, no son pocos los argentinos que migran hacia los países limítrofes. Es obvio. En Paraguay, por ejemplo, la presión fiscal debe ser la quinta parte de la argentina. Y además no tienen retenciones a las exportaciones, Para muestra es más que suficiente.

        Por supuesto que estamos reseñando diversas cuestiones que llevan años y años. Pero todas terminan siendo de un modo u otro corregidas y aumentadas para peor.

        En lugar de avanzar hacia un sistema cada vez más libre y más integrado al mundo, todo indica un avance en el sentido contrario.

         Posiblemente un acuerdo sobre determinados puntos básicos sea imprescindible como para por lo menos cambiar de rumbo.

         Una reforma tributaria integral, una adecuación de la burocracia a las verdaderas posibilidades de financiamiento, un respeto irrestricto a las instituciones, a las leyes, a la Constitución, a los contratos y a la propiedad privada están en la base de cualquier intento de mejora que pueda asegurar un crecimiento sostenido.  Las leyes laborales, la carga tributaria, la independencia del Banco Central, la seguridad jurídica integral y una moneda sana son el inicio del camino.  Junto a una baja ostensible del gasto público y un retorno al federalismo original de la Constitución de 1853.

        Lamentablemente las expectativas van hoy por hoy en la dirección contraria. Y de este modo, solo resta ser escépticos.

        Cierta recuperación se producirá en la medida en que se supere la pandemia. Pero el crecimiento sostenido que eleve la escala comparativa respecto del mundo, no se producirá por el camino en que vamos. Desgraciadamente.

 

HÉCTOR BLAS TRILLO                                                                     Buenos Aires, 27 de diciembre de 2020

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